Alan García, amado y odiado por igual
Tras la muerte del expresidente peruano se abre un período de incertidumbre e inestabilidad en un país muy proclive a la polarización.

"Indicando que iba a hacer una llamada telefónica a su abogado, Alan García Pérez ingresó a su habitación y cerró la puerta tras de él. A los pocos minutos se escuchó el disparo de un arma de fuego. La policía forzó el ingreso a la habitación y lo encontró sentado, con una herida en la cabeza". Estas fueron las palabras escogidas por Carlos Morán, ministro del Interior del Perú, para describir el desenlace de la diligencia de detención preliminar ordenada contra el dos veces expresidente del Perú, cuya muerte sería confirmada unas horas más tarde.
Dos veces presidente del país, Alan García era incapaz de producir indiferencia. Su primer período (1985 a 1990) dejó al Perú sumido en un abismo económico y social, y lo enfrentó a numerosas acusaciones por corrupción. Perseguido por el gobierno de Alberto Fujimori, logró huir y refugiarse en París, de donde retornó para recuperar protagonismo político y volver a ser elegido presidente, en 2006. Su verbo embrujador, su olfato afiladísimo, su inteligencia estratégica y su abrumador carisma hicieron de él uno de los políticos peruanos más emblemáticos de las décadas recientes, capaz de despertar legiones que lo amaban y odiaban por igual.
García vivía horas bajas luego de aquel segundo mandato. Su popularidad había caído en picada, alcanzando tasas de desaprobación superiores a un 80%. Este desenlace tenía mucho que ver con los avances de las investigaciones del caso Odebrecht, cuyo cerco se estrechaba a su alrededor. Obligada por un acuerdo de colaboración con la justicia peruana, la constructora brasileña había abierto sus archivos a la Fiscalía, generando una cuantiosa probanza que había motivado la orden de detención preliminar de este miércoles.
Especialista en el arte de torear a la justicia, García pareció haberse quedado sin recursos luego de que el Gobierno de Uruguay le denegó un pedido de asilo motivado por el progreso de los casos en su contra. Además de acabar con su fama de político astuto e infalible, el gobierno de Tabaré Vásquez rechazó que fuera un perseguido político, al mismo tiempo que confirmaba que en el Perú funcionaba la separación de poderes y que se le investigaba por delitos económicos.
Al tomar esta violenta decisión, García evita enfrentarse a los tribunales y escamotea una imagen que la mayoría de los peruanos deseaban ver. Pero las consecuencias de su muerte no se limitan al plano judicial. Además de marcar un antes y un después en la historia contemporánea, se abre un período de incertidumbre e inestabilidad, cuyas ondas expansivas remecerán la justicia, la política y la sociedad de un país muy proclive a la polarización.
A pesar de sus logros, uno de los primeros afectados por este desenlace será el equipo especial Lava Jato, que lleva meses bajo el fuego de los políticos a los que investiga, entre ellos cuatro expresidentes y la jefa de la oposición, Keiko Fujimori. Esas mismas voces ahora lo señalan como el principal instigador del suicidio de García por la presión que supuso su extendido manejo de las detenciones preliminares. Una prueba de fuego será la declaratoria que dentro de una semana ofrecerá Jorge Barata, exsuperintendente de Odebrecht en el Perú y responsable de gestionar los sobornos, que debería redondear varias acusaciones.
También enfrenta una compleja coyuntura el Gobierno encabezado por el presidente Martín Vizcarra. Luego de alcanzar altos niveles de popularidad, Vizcarra ha perdido 14 puntos de aprobación en lo que va del año. A eso hay que sumar que el punto nuclear de su agenda fue la lucha contra la corrupción, por lo que el drama de García terminará salpicándolo.
Finalmente, García deja huérfano al Apra, el partido que lo encumbró y cuyo liderazgo terminó por monopolizar. Lo más probable es que los apristas lo eleven en su imaginario al lado del fundador y líder histórico del partido, Víctor Raúl Haya de la Torre. Con sus acciones, Alan García decidió su destino. Hasta las últimas consecuencias.
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