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Paraguay celebra al pa’i Oliva, el jesuita español que enfrentó a Alfredo Stroessner

El sacerdote, de 90 años, es un icono de la lucha por los más pobres y los derechos sociales

El padre Francisco de Paula Oliva en marzo de 2018, en Asunción.
El padre Francisco de Paula Oliva en marzo de 2018, en Asunción.Santi Carneri

El Senado de Paraguay rindió homenaje este jueves por “su invalorable aporte la sociedad paraguaya y latinoamericana” al jesuita español de 90 años Francisco de Paula Oliva, más conocido en Asunción como Pa’i, padrecito en guaraní. El pa’í Oliva o Paco, como le dicen en su Sevilla natal o en Huelva, adonde regresa cada vez que puede para ver a sus familiares, es un emblema de la lucha cotidiana por la igualdad social en Paraguay. Oliva se hizo jesuita a los 18 años, en 1946, y en 1964 se instaló en Paraguay para trabajar como maestro. Se nacionalizó paraguayo al año siguiente y un mes después fue expulsado por la dictadura de Alfredo Stroessner. La policía lo detuvo, lo subió a una lancha y lo llevó hasta el otro lado del río, a territorio argentino. Allí se quedó nueve años, asistiendo en Buenos Aires a los migrantes paraguayos y bolivianos mientras era vigilado por la Policía y el Ejército.

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Por invitación de la Iglesia anglicana, Oliva pudo viajar a Inglaterra justo cuando antes de que la dictadura argentina lo secuestrase. A él no lo encontraron, pero dos de sus colaboradores desaparecieron. Su superior de entonces, con el que mantenía constantes conversaciones, era el jesuita Jorge Bergoglio. Ambos volvieron a encontrarse en 2015, en Asunción, durante la visita de Bergoglio como Papa, y se abrazaron como viejos amigos.

Tras su paso por Argentina, Oliva vivió en Ecuador y en Nicaragua. Allí estuvo siete años, en plena Revolución Sandinista. De esa experiencia, el sacerdote dice que aprendió lecciones que le servirían más tarde a su regreso a España y Paraguay. Volvió a Asunción en 1994, donde sigue guerreando con la palabra. El Senado destacó su trabajo en Paraguay en favor de” la formación ética de la juventud, la defensa de la democracia, los derechos humanos, la promoción de la libre expresión y el pensamiento crítico”.

Además de escuchar diariamente su voz incansable en la radio Fe y Alegría y leerle en su Facebook, Twitter o en su columna semanal en un periódico nacional, es posible encontrar a Oliva en casi cada manifestación cívica en Asunción que apoye a las personas víctimas de injusticias o persecuciones políticas. Suele vestirse con camisas blancas, usa gafas, sandalias, bastón y mide casi 1,80. El pa’i llega primero a las convocatorias y si no lleva una pancarta se sitúa siempre al frente, acompañado de colaboradores, monjas y otros sacerdotes, líderes sociales indígenas y campesinos. Cuando el pa’í Oliva está en las protestas encara a la policía, a fiscales y a políticos de todo tipo. Siempre respetuoso pero firme, siempre conciliador pero contundente.

“¡Soy el pa’i Oliva quiero hablar con el comisario!”, gritó días atrás frente a la morgue de Asunción, a centímetros de los escudos de la policía que guardaban la entrada. El sacerdote acompañaba a los manifestantes de una comunidad indígena que pedían ver el cadáver de un familiar que había sido asesinado esa noche. No importa si es por la visita de un representante del FMI o para ayudar a una pequeña comunidad de un lugar remoto, el pa’i Oliva llegará en algún momento y los manifestantes se sentirán automáticamente más seguros. Después volverá a su casa austera en el Bañado Sur, uno de los barrios más humildes de Asunción, donde trabaja cada día en la parroquia y en la calle formando y educando en uno de sus proyectos más emblemáticos, el Parlamento Joven.

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“No dar pescado, enseñar a pescar, y claro, cuando llegan al río está privatizado'. Esa es una de las frases más celebres del pa’i Oliva porque resume su concepto sobre la lucha social, donde todos tengamos acceso al bienestar. Él defiende el apostolado desde lo social y ahí entramos todos”, dice Mariluz Martín, quién lo conoció en Huelva hace 30 años y convivió con él un año en Asunción.

“¡No quiero presos políticos en el Paraguay! ¡Defiendo la soberanía de la tierra del agua, de la energía eléctrica, de la alimentación! El Paraguay necesita unión. Yo estoy empeñado en el Paraguay, el país que elegí como patria, no se hunda”, les dijo a los senadores durante su homenaje. El pa’i Oliva describe su trabajo como “la gota de agua que cae sobre la piedra y que al final la rompe”. “Acepté el premio como un reconocimiento al pueblo paraguayo. En nombre de campesinos indígenas y mujeres. Es para todos”, dijo a EL PAÍS. Oliva insistió en su mensaje conciliador. Por eso, cree necesario seguir trabajando con la juventud, creando líderes por la unión social y “ayudando a pensar”.

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