A doce días del poder
El ascenso de Jair Bolsonaro no se explica sin el impresionante fracaso del sistema que rigió a Brasil desde su redemocratización
En su magnífico A 30 días del poder, Henry Ashby Turner demuestra, con el rigor propio de un teorema, que Hitler no hubiera llegado a la Cancillería si no fuera por la decadencia de una dirigencia tradicional desarticulada. Turner explica cómo cada uno de los actores de la clase política alemana tenía una hipótesis incorrecta sobre la estrategia que dirigía la conducta de los demás. Ese gran malentendido fue el huevo de la serpiente.
La vida pública del Brasil donde triunfa Jair Bolsonaro también está sumergida en una crisis estructural. El ascenso de este exmilitar autoritario no se explica sin el impresionante fracaso del sistema que rigió al país desde su redemocratización. Hubo un rechazo contundente hacia el PT de Lula da Silva y Fernando Haddad. Pero también se derrumbó el centro. El PSDB de Fernando Henrique Cardoso obtuvo, con Geraldo Alckmin, el 4,76% de los votos. Y el PMB de Michel Temer consiguió, con Henrique Meirelles, el 1,2%.
En el contexto de esta reconfiguración predominan tres factores. Una larga recesión: entre 2015 y 2016, el PBI brasileño se contrajo alrededor del 8%. La percepción de una corrupción escandalosa, que afloró por etapas en el caso Lava Jato. Y una ola de inseguridad aterradora. El año pasado se registraron en el país 63.000 homicidios. Solo en el estado de Rio de Janeiro ocurrieron 5.000 en lo que va de este año. La tasa de asesinatos llega en algunas localidades, como Queimados, a 170 por cada 100.000 habitantes. Como si se librara una guerra civil.
Bolsonaro es la respuesta reaccionaria a ese paisaje. Su irrupción fue precedida por indicios numerosos. En 2010 había sido el candidato a diputado federal más votado, con 120.000 votos. Y en 2014 volvió a batir ese récord con 464.000 votos. Se trata del político brasileño con mayor presencia en las redes sociales. Tiene 1.700.000 seguidores en Twitter; 4.600.000 en Instagram; y 7.400.000 en Facebook. Esa participación le permitió compensar el escaso tiempo de campaña que le asigna en los medios convencionales el sistema electoral. Y también le permite menospreciar a la prensa tradicional. Como Lula, Donald Trump, Cristina Kirchner o Nicolás Maduro, él también recomienda no hablar con el periodismo crítico.
El éxito de Bolsonaro estuvo, en alguna medida, anticipado en 2016 por dos victorias municipales que se sostuvieron en un discurso antipolítico. La del publicista Joao Doria, en San Pablo, y la del obispo de la Iglesia Universal del Reino de Dios, Marcelo Crivella, en Río de Janeiro. Dos postulantes de derecha que ganaron en las zonas más pobres de esas ciudades gigantescas.
Sin embargo, el vencedor del primer turno presidencial no canaliza solo un malestar con la política tradicional. Bolsonaro desprecia la democracia. El experto en populismo Federico Finchelstein enumeró en Foreign Policy algunos rasgos que le aproximan más al nazismo o al fascismo que a otros fenómenos demagógicos de la actualidad. Por eso resulta interesante observar cómo sumará los votos que le faltan para ganar en la segunda vuelta. Y será más curioso todavía ver de qué manera logra las mayorías necesarias para que el Congreso apruebe sus reformas. En especial las que defiende Paulo Guedes, el economista ultraliberal que lo asesora.
Sería incorrecto suponer que los que votaron a Bolsonaro se adhieren a sus consignas antidemocráticas. Como explicó el historiador Boris Fausto al diario O Globo, en Brasil existe un conservadurismo no doctrinario, propio de una sociedad que tardó mucho en suprimir la esclavitud. Bolsonaro canaliza esa corriente, reacia a la modernización de las costumbres. También la de quienes se resignan a votarlo con tal de evitar un regreso del PT.
En esa heterogeneidad se pueden detectar tres tendencias predominantes. La primera es una visión autoritaria de la inseguridad. A tono con un candidato que reivindica la dictadura militar y la tortura, los electores llevaron al Congreso a 32 representantes del área de Seguridad, de los cuales 18 son policías. Bolsonaro, que está rodeado de soldados retirados como él, defiende el reparto de armas entre la población, la despenalización de la represión y la reducción de la edad mínima para imputar crímenes. Estas propuestas se sostienen en un estado de opinión predominante que admira al Ejército y añora los Gobiernos de facto. Fausto observa que estas inclinaciones serían imposibles en países como Chile o la Argentina, donde las dictaduras dejaron un recuerdo atroz. Aun así, esta gravitación de lo militar es una de las novedades más inquietantes de la vida brasileña.
La otra peculiaridad de la elección es la fuerza de una atmósfera ultraconservadora que busca a través de Bolsonaro revertir una revolución de las costumbres. Defensa de la familia tradicional, y aversión al aborto y las políticas de género. Esta concepción, que estatiza el control de la moral privada, explica la alianza del ganador con numerosas confesiones evangélicas. Esas Iglesias perdieron 12 bancas, pero contarán con 76 diputados federales. El 14,8% del total.
El tercer fenómeno sobresaliente es el castigo a la corrupción. Los votantes determinaron la derrota de más de 30 postulantes involucrados en el Lava Jato. Entre ellos, Dilma Rousseff.
Bolsonaro es también el resultado de errores de la izquierda. Fausto cree que Lula colaboró con él al negarse a apoyar a un candidato ajeno a su partido, como Ciro Gomes. Lula transfirió a Haddad sus votos. También su techo. Marcos Dantas formula un cuestionamiento más profundo. Reprocha al PT haberse enfocado en una agenda justa, pero insuficiente, de reivindicación de minorías, olvidando una plataforma económico-social. Como en otras sociedades, opina Dantas, las víctimas de la globalización se sintieron mejor interpretadas por opciones de derecha. Son interrogantes que recuerdan los que expuso Turner al reconstruir los últimos 30 días de la carrera de Hitler hacia el poder.
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