Brasil: paranoias enfrentadas
En las elecciones del próximo domingo no compiten dos proyectos. Compiten dos corrientes de rechazo
El proceso electoral en Brasil se polariza cada vez más. Una encuesta del instituto MDA acaba de pronosticar que el domingo que viene el ultraderechista Jair Bolsonaro obtendrá el 28,2% de los votos, secundado por Fernando Haddad, del PT, con el 25,2%. Dado el margen de error de ese estudio, estarían en un empate. El viernes, Datafolha asignó un 28% a Bolsonaro y un 22% a Haddad. Todo indica que serán los protagonistas de la segunda vuelta del próximo 28. El nivel de rechazo a Bolsonaro ronda el 50%. Pero, ¿esconden los sondeos un voto vergonzante? Cuando su hijo Carlos disputó en 2016 la alcaldía de Río de Janeiro duplicó el resultado que prometían las pesquisas de opinión. Sin embargo, las investigaciones prevén que en el segundo turno Haddad vencería a Bolsonaro por un 45% contra un 39%. La diferencia estaría entre 6 y 4 puntos.
Bolsonaro corre con una desventaja. Está convaleciente por el ataque que sufrió a comienzos de septiembre. Promete participar este jueves del debate entre los candidatos. Si el médico le autoriza. Impedido de hacer proselitismo, no aparece en los noticieros de TV. Sobre todo en el Jornal Nacional de Globo, que regula la vida del país. Es una debilidad que podrá corregir después de la primera vuelta, cuando le asignen más tiempo de publicidad electoral.
El PT volvió a demostrar su destreza para el marketing. Su campaña es atractiva. Se basa en el repudio que despierta la personalidad hiperreaccionaria de Bolsonaro. La consigna Ele não (Él no), canaliza esa animadversión, que es más aguda en el electorado femenino por las salvajadas sexistas que han salido de la boca del candidato.
Así como el volumen de voto oculto a Bolsonaro plantea un enigma, también es un misterio cuánta es la alergia que provoca el PT. Haddad intentará seducir al voto de centro, proclive a Geraldo Alckmin, el candidato del PSDB. Se especula que habrá un acercamiento al expresidente Fernando Henrique Cardoso, con quien Haddad tuvo una relación muy amigable cuando fue alcalde de São Paulo. El candidato seleccionado por Lula da Silva desde la prisión presenta una peculiaridad: gobernó una ciudad cuya sociología es contraria a su partido. Expresa, en este sentido, un formato similar al de Bill Clinton, gobernador demócrata de Arkansas, un Estado republicano. O de Mitt Romney, gobernador republicano de Massachusetts, un Estado demócrata. Como ellos, Haddad parece tener la plasticidad necesaria para llegar a la otra orilla del electorado.
Si, como insinúan las investigaciones de opinión, Haddad es el que está más cerca de alcanzar la presidencia de Brasil, su futuro plantea un enorme interrogante: ¿Será teledirigido por su padrino Lula desde la cárcel? Lula tiene un dominio absoluto del PT. Aun así, cabe una objeción a esa presunción: Dilma Rousseff, que también fue su pupila, hizo lo que quiso como presidenta. La otra incógnita es si, con el PT en el Gobierno, su máximo líder seguirá tras las rejas. Al frente del Superior Tribunal Federal está José Antonio Dias Toffoli, antiguo apoderado del partido de Lula y Haddad. El año próximo esa corte podría discutir si cabe encarcelar a quien fue condenado, como el expresidente, en segunda instancia, o corresponde esperar una sentencia definitiva. ¿Qué tan sensible serán los jueces a los movimientos de la política?
Haddad plantea acertijos económicos que Bolsonaro parece haber despejado. En este exmilitar de ultraderecha se descuenta una orientación favorable a los mercados. Sobre todo porque en su entorno figura un economista ultraliberal como Paulo Guedes.
Con Haddad el futuro es más brumoso. Se especula con que podría aproximar a un profesional moderno y prestigioso como Marcos Lisboa. Aunque algunos amigos de Lisboa descreen de esa opción. Dicen que el maltrato con que el PT castigó a Joaquim Levy, el ministro de Dilma que intentó un ajuste fiscal, desalienta a cualquier economista independiente. Aparecen, entonces, otros candidatos: Jacques Wagner o Nelson Barbosa, salidos de las filas del partido.
¿El PT que regresaría al Gobierno si gana Haddad sería una fuerza más radicalizada? Los mercados creen lo contrario. Cuando aparecieron encuestas proyectando ese resultado, el real, en vez de devaluarse, se apreció.
Con independencia de estos acertijos, la campaña está dominada por un signo de estos tiempos. La polarización extrema. Es un fenómeno raro en Brasil, donde, a diferencia de otros países de América Latina, el consenso ha sido siempre prestigioso. Sin embargo, en las elecciones del próximo domingo no compiten dos proyectos. Compiten dos corrientes de rechazo. El repudio al PT contra el repudio a Bolsonaro.
Esas dos fuerzas se alimentan con el relato de un complot. En la ultraderecha anida la fantasía de que hay una maquinación oculta para atar a Brasil al destino de Cuba y Venezuela. Haddad sería solo su instrumento. Del otro lado, muchísimos adherentes al PT están convencidos de que detrás de las desgracias de sus líderes, que incluyen la prisión, opera la mano del “imperio”, es decir, de Washington. Bolsonaro también sería una pieza de ajedrez. Paranoias enfrentadas.
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