Maduro, entre Xi Jinping y Zapatero
China avanza en busca de recursos naturales en países y regiones dominados por la informalidad, la corrupción y el autoritarismo
El expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero acaba de prestar un escandaloso auxilio al dictador de Venezuela, Nicolás Maduro. Zapatero declaró en Brasil, donde participaba del Foro de San Pablo, que la emigración masiva de venezolanos “tiene mucho que ver con las sanciones impuestas por los Estados Unidos y que han sido respaldadas por algunos gobiernos”.
Las palabras de Zapatero han sido un bálsamo para el régimen de Maduro. Un bálsamo imperfecto por la indignación que desataron entre quienes no adhieren a ese régimen. En el plano internacional, Maduro está aislado casi por completo. Y su oposición ha sido desahuciada. La mayoría de sus líderes permanece en el exilio. Estas condiciones hacen que el heredero de Hugo Chávez haya quedado sin argumentos para justificar el rasgo más incómodo de la revolución bolivariana: su impopularidad. Los venezolanos huyen de ella. Se calcula que los exiliados superan ya los 2,3 millones. Solo en Colombia ya hay más de un millón. Es el éxodo más caudaloso del que se tenga memoria en América Latina y, como explicó el canciller colombiano, Carlos Holmes Trujillo, en una entrevista con EL PAÍS, está obligando a los países receptores a coordinar una fórmula migratoria.
Antes de que Zapatero le ofreciera su tesis antiimperialista, el Gobierno venezolano intentaba disimular la fuga en masa con escenas de teatro mal actuadas. Repatrió algunas decenas de emigrados que, al llegar a Caracas, denunciaban que en los países adonde habían buscado refugio los trataban como esclavos. Mientras tanto, el presidente de la Asamblea Constituyente, Diosdado Cabello, explicaba que la huida era un montaje internacional contra Venezuela: “En Colombia, Ecuador o Brasil, los bajan de los autobuses y los obligan a caminar a la vera de la ruta para poder hacer la toma que aparece en los diarios. Es luz, cámara y acción”.
El principal factor de ese movimiento migratorio es el colapso de la economía venezolana. Agotada su capacidad de endeudamiento, el país sufrió la caída de la producción petrolera asociada al derrumbe en el precio de los hidrocarburos. El estrangulamiento externo se proyectó en un derrumbe de las importaciones. Entre 2014 y 2018 las de alimentos y las de medicamentos se contrajeron un 70%. Allí está la raíz de la crisis humanitaria que provoca la salida de venezolanos hacia otros países de la región. Según la Encuesta de Condiciones de Vida que realizan las principales universidades venezolanas, la pobreza es del 87%. Más de la mitad de la población perdió 11 kilos de peso. El aumento de la mortalidad materna llegó al 30%. Y más de un millón de niños y adolescentes abandonaron la escuela.
Durante el fin de semana pasado, Maduro recurrió otra vez al único salvataje disponible: China. Durante una visita a Beijín, entregó a los chinos el 9,9% de Sinovensa, una empresa donde China National Petroleum Corporation controla el 40% de las acciones. También firmó un memorando de cooperación para la extracción de crudo en la riquísima Faja del Orinoco, que representa para las empresas chinas la posibilidad de perforar 300 nuevos pozos.
Estos acuerdos cambian los términos del intercambio entre China y Venezuela. La estatal venezolana PDVSA se mostró incapaz de cumplir con las entregas de petróleo con las que el Gobierno de Maduro pagaría su deuda. Ahora los chinos exigen ser los dueños de las empresas para proveer financiamiento. Venezuela obtuvo 50.000 millones de dólares de China, que pagaría con hidrocarburos. Todavía adeuda 20.000. Maduro intentó en este último viaje renegociar esa deuda y obtener 5.000 millones más. Para eso firmó 28 acuerdos destinados al establecimiento de empresas chinas dedicadas a la producción de maquinaria y electrónicos. Las autoridades chinas no realizaron declaraciones sobre estos convenios ni sobre las expectativas de financiamiento que Maduro.
El auxilio de China a Venezuela corrobora una tendencia. Los chinos avanzan en busca de recursos naturales en países y regiones dominados por la informalidad, la corrupción y el autoritarismo. Es la experiencia que realizaron en África, amparados en una regla que ellos respetan en defensa propia: abstenerse de intervenir en los asuntos internos de otro país.
El interés por socorrer al régimen venezolano tiene, además, una dimensión geopolítica. El chavismo es un aliado natural por su enemistad con los Estados Unidos. Además, Venezuela constituye un mirador sobre el Caribe, que ha sido siempre un área de influencia de Washington. La aproximación de Beijín con esa región se fortaleció en abril de este año, cuando el gobierno de República Dominicana anunció que rompería relaciones con la República de China (Taiwán) para abrirlas con la República Popular China. Le habían precedido en ese paso Panamá y El Salvador. Los chinos han construido puertos en Bahamas y Jamaica e invierten en Cuba, Guyana y Surinam.
El Gobierno chino consignó que la visita del presidente de Venezuela sirvió para ratificar el compromiso de los dos países con el multilateralismo. Y delante de Xi Jinping, Maduro elogió que China planee un futuro “sin imperio hegemónico, que chantajee”. Zapatero volverá a Caracas esta semana. Habrá que ver si suma más declaraciones a este coro.
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