Humo por días libres en Japón
Una empresa ofrece seis días libres pagados por no fumar tras la protesta de un empleado contra sus compañeros fumadores
La nota anónima de un empleado contra la pérdida de tiempo en la que incurrían sus colegas fumadores, que debían bajar 29 pisos para darse una calada, ha llevado a los directivos de la empresa japonesa de marketing Piala a ofrecer a su plantilla seis días libres pagados por no fumar.
Los no fumadores están felices con el inusual canje y casi una tercera parte de los 120 empleados ha anunciado que se acogerá a la oferta bautizada sumokyu, tras fusionar el inglés smoke (humo o fumar) con el japonés kyu (descanso).
Pero al igual que algunas campañas oficiales diseñadas para controlar el humo en los espacios públicos de Japón, la salud es un efecto colateral del sumokyu y no su principal objetivo. La idea de la campaña es enseñar a utilizar mejor el tiempo durante las horas de trabajo, explica Hirotaka Matsushima, portavoz de la empresa, quien aclara que solo cuatro de los 46 fumadores de Piala han renunciado a ese vicio desde que se anunció la oferta, el pasado 1 de septiembre.
El pragmatismo de la campaña refleja además la actitud ambivalente frente al tabaco en un país cuyo monopolio oficial de la industria del cigarrillo, controlado por la poderosa firma semiestatal Japan Tobacco (JT), hace imposible vislumbrar a corto plazo la erradicación de ese vicio.
Con más de un 33% de participación en JT, el Gobierno japonés decide los precios del cigarrillo y asigna impuestos de más del 60% a cada cajetilla, convirtiendo las ventas de tabaco en un generador masivo de ingresos defendido por influyentes grupos de presión del dominante Partido Liberal Demócrata (PLD).
La contraparte es el Ministerio de Salud y parlamentarios contrarios al cigarrillo que intentan abolir el humo de escuelas, hospitales y otros lugares públicos donde el sentido común manda no fumar.
Con la proximidad de los Juegos Olímpicos de Tokio en 2020, aumenta la necesidad de dar una imagen de ciudad libre de humo y la capital se ha convertido en escenario de medidas contradictorias que reparten alegrías y amarguras para fumadores y no fumadores.
La tolerancia con el humo del cigarrillo en restaurantes y cafeterías aterra sobre todo a los turistas occidentales no fumadores con niños, mientras que los extranjeros adictos al tabaco se sienten vigilados cuando pasean por los barrios de Tokio que multan por fumar fuera de las zonas designadas.
La higiene y el decoro, antes que el miedo al cáncer, son también la razón de que las ciudades japonesas estén salpicadas de zonas de fumadores acordonadas o rodeadas de paredes transparentes cuyo propósito es juntar los amigos del humo, y con ellos sus colillas, para dejar impolutas las ya cuidadas calles niponas.
Fumadores empedernidos como Y. Makino, vecina del distrito donde se sitúa Piala, se queja de que poco a poco en su barrio desparecen los lugares donde se puede fumar en público. La señora Makino se enorgullece de sus 40 años ininterrumpidos de fidelidad al cigarrillo y duda que campañas como sumokyu logren poner fin a la adicción de los realmente convencidos.
La zona de fumadores de Piala está en un sótano sin ventanas, y en condiciones óptimas de tráfico en el edificio los devotos del tabaco tardan un promedio de diez minutos en saciar sus ganas de humo. Un empleado fumador típico gasta media hora al día en disfrutar tres pitillos. Pero desde que empezó la campaña el camino al ascensor tiene otro cariz, asegura Matsushima, el portavoz, sugiriendo que la presión psicológica terminará eliminando el tabaquismo, al menos en horas de oficina.
Síguenos en Twitter y en Flipboard
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.