_
_
_
_
06. GRECIA

Samos: migrantes olvidados, vecinos hostiles

Mientras los refugiados languidecen en los campos de los puntos calientes griegos, la tensión xenófoba crece entre los habitantes de las islas

El campamento a 200 metros de Vathy (Grecia) se construyó para albergar 700 personas, pero aloja cuatro veces ese número de refugiados.
El campamento a 200 metros de Vathy (Grecia) se construyó para albergar 700 personas, pero aloja cuatro veces ese número de refugiados.Olga Stefatou

Eida estaba embarazada de dos meses cuando sufrió un aborto a finales de septiembre. Ahora esta refugiada siria de 18 años pasa la mayor parte de sus días dentro de una diminuta tienda de campaña en la isla griega de Samos. Está indignada y abatida. La pérdida de un hijo fue dolorosa, por supuesto. Pero tiene una razón adicional para desesperarse: el embarazo era su billete para salir de la isla, para huir del sórdido y árido campamento de refugiados rodeado de alambre de espino.

La joven vive junto con otros 3.000 refugiados en Samos, una de las cinco islas del Egeo griego convertidas en “puntos calientes” y utilizadas por la UE como barricadas contra la afluencia masiva de inmigrantes irregulares desde Turquía. Desde marzo de 2016, cuando Bruselas firmó un controvertido acuerdo con Ankara para reducir los flujos de emigrantes, solo los casos vulnerables son trasladados de los puntos calientes a territorio griego. Eida esperaba convertirse en uno de esos casos.

A los demás les quedan dos opciones: languidecer en condiciones deplorables dentro de los campos hasta que se examinen sus solicitudes de asilo; o pagar 1.000 euros o más a las redes locales de tráfico de personas para que los trasladen al continente.

Anastasia Theodoridou, jefa de servicios sociales en el hospital público de Samos, explica que constantemente ve casos como el de Eida. “Docenas de mujeres llegan al hospital desesperadas por saber si están embarazadas. Otros refugiados buscan con ansia una diagnosis de cualquier enfermedad grave. Y si no tienen nada, traen a la pareja y a los hijos”. Quizá uno de ellos consiga un diagnóstico. Según documentos internos, el hospital de Samos ha recibido 7.857 visitas de refugiados desde comienzos de año.

Esta realidad de los refugiados que esperan un diagnóstico de enfermedad o de embarazo para salir del punto caliente pone en duda la retórica triunfante de la UE sobre el éxito de su acuerdo con Turquía y la eficacia de su respuesta general a la crisis de los refugiados. La perspectiva optimista que transmite Bruselas se basa a menudo en estadísticas que muestran una fuerte reducción de las entradas irregulares diarias y de las muertes en el Egeo. A su vez esa visión justifica:

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Pero a pesar del considerable apoyo de la UE a Atenas –según la Comisión Europea se han dedicado 430 millones de euros–, las condiciones en los puntos calientes griegos siguen siendo terribles. Ahora que la atención se centra en los refugiados que cruzan el mar desde Libia, Túnez o Argelia, la situación aquí no es menos dramática que hace un año. La crisis sigue siendo terrible, aunque haya sido un tanto olvidada.

A las afueras del campamento a surgido otro, con tiendas de campaña expuestas a la arena y los vientos.
A las afueras del campamento a surgido otro, con tiendas de campaña expuestas a la arena y los vientos.Olga Stefatou

“Nos sentimos abandonados”

Las espantosas condiciones se comprueban de inmediato al visitar el campamento de Samos, situado en Vathy, un pueblo de 6.200 habitantes construido a modo de anfiteatro con vistas al hermoso puerto. El campamento está situado a solo 200 metros del pueblo y se construyó para albergar a 700 personas. Ahora que el número de refugiados cuadruplica con creces la capacidad del campo, cientos de ellos se ven obligados a dormir al raso o en frágiles tiendas de campaña. Ha surgido otro campamento improvisado, que se llena de arena y polvo cuando sopla el viento y que será fácilmente barrido por el primer temporal de lluvia.

“Nos sentimos abandonados”, asegura Diab, de 23 años y procedente de Homs, Siria. Se queja de la escasez de medicinas, de ropa, de suministros, de comida decente y de higiene. Está aquí con su familia, que incluye a un niño de seis años que se oculta tras su madre cada vez que oye un ruido fuerte o ve a un extraño. Está traumatizado por los bombardeos en Siria, explica Diab.

La familia ha instalado en el monte, fuera del campamento principal, una pequeña tienda de campaña que les proporciona poca protección frente a los elementos y que hace poco se inundó tras un breve chaparrón. No tienen más prendas de vestir que las puestas. Por la mañana hacen cola en la única fuente para coger agua corriente. Evitan utilizar los baños del campamento por una buena razón: son pocos y están sucísimos.

Los refugiados y organizaciones internacionales como ACNUR, Amnistía Internacional y Médicos sin fronteras temen la llegada del invierno e instan a las autoridades a acelerar sus esfuerzos. Los refugiados se quejan de que cuando piden ropa de invierno y mantas la respuesta es siempre la misma: “Mañana, mañana”.

“Descongestión” es una palabra que se oye en toda Samos. Casi todo el mundo quiere que los refugiados se vayan de la isla. Eso incluye a los activistas, a los políticos de izquierdas y a los trabajadores de las ONG. Consideran que es necesario albergar como es debido a los refugiados en territorio griego, pero también temen que si permanecen en la isla en números y condiciones semejantes, los radicales, que ya están aprovechando el miedo de los residentes, hagan que Samos se incline por la extrema derecha.

Un refugiado adolescente mira hacia Turquía desde la isla griega de Samos, a tan solo una milla, cruzando el estrecho de Mycale.
Un refugiado adolescente mira hacia Turquía desde la isla griega de Samos, a tan solo una milla, cruzando el estrecho de Mycale.Olga Stefatou

El resentimiento aumenta 

Samos podría ser un terreno abonado. La isla está situada a apenas 1,8 kilómetros de la archienemiga de Grecia, Turquía, separadas tan solo por el pequeño estrecho de Mícala. Sus 32.000 habitantes siguen siendo ferozmente patrióticos. A muchos residentes les ha resultado difícil aceptar la presencia constante de grandes números de refugiados en su isla. El malestar crece. Los policías sienten nostalgia de los tiempos tranquilos de antaño, antes de la crisis de los refugiados. Abundan los relatos sobre delitos cometidos por los inmigrantes, a pesar de que solo se han denunciado unas cuantas faltas menores ante las autoridades.

Los políticos y los medios de comunicación locales, e incluso la poderosa Iglesia de la isla, justifican o alimentan activamente el rencor. Eusebio de Samos e Ikaria, el obispo local, envió recientemente una carta al primer ministro, Alexis Tsipras, en la que le advertía de que la situación en la isla es “dramática” y tachaba de “ataque” las nuevas llegadas. Un sacerdote que desea conservar el anonimato para expresarse con libertad citaba el evangelio de San Mateo para describir la respuesta adecuada al supuesto “ataque”: “Todos los que empuñan espada, a espada morirán”. No hay compasión que valga.

En este clima, cualquier iniciativa del Gobierno para aliviar la situación suscita una oposición feroz, hostil incluso. Las ideas de crear un segundo “punto caliente” se han ido a pique. Los esfuerzos por ampliar un programa que aloja a los refugiados en casas de alquiler tampoco han ido a ningún lado, a pesar de que no escasean las casas vacías en estas aldeas isleñas apenas pobladas. Hace poco hubo un choque violento entre los habitantes de un pueblo y los empleados de una ONG y algunos propietarios de viviendas que estaban dispuestos a alquilarlas a familias de refugiados y acabaron zarandeados por manifestantes enfurecidos.

Puede que Mytilinioi, un hermoso y exuberante pueblo de 2.000 habitantes, a 10 kilómetros al suroeste de Vathy, sea el lugar donde más se palpa el resentimiento contra los inmigrantes. El alcalde, Giorgos Eleftheroglou, es uno de los que más abiertamente critican a los refugiados en la isla, que ya es decir. Con más de 70 años, pero todavía ágil, afirma que cualquier intento de introducir refugiados en su pueblo encontrará resistencia. Quizás incluso resistencia armada.

“Sacaremos las escopetas y nos enfrentaremos a las ONG y a cualquiera que intente imponérnoslos”, advierte, aunque se apresura a añadir que no tiene intención de disparar contra los refugiados. Aun así, ha reunido a un pequeño equipo de justicieros aficionados a los que denomina su “grupo de asalto”. Y entonces, Eleftheroglou plantea una tendenciosa pregunta retórica: “¿Y si los inmigrantes causan desórdenes públicos o le prenden fuego a algo? Aquí no tengo servicio de bomberos, ni policía, ni nada. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Dejar que arda el pueblo?”. Al fin y al cabo, él es el alcalde. Sus palabras de despedida producen un escalofrío: “Tengo el deber de hacer lo que sea necesario”.

* Traducción de News Clips.

Este artículo forma parte de una serie realizada por Politiken, Der Spiegel, Le Monde, La Stampa, The Guardian y EL PAÍS. Un viaje que pasa por España, Marruecos, Libia, Gambia, Argelia y Grecia. LEER TODOS LOS REPORTAJES >>

Archivado En

_
_