“El secuestro de la española es para nosotros uno más”
El asesinato de María Villar no provoca gran conmoción entre los vecinos de la zona porque conviven con ese riesgo
Aunque la capital mexicana ya superó aquellos terribles años en los que los secuestros estaban a la orden del día, el rapto y asesinato de la española María Villar el pasado 13 de septiembre no ha provocado una gran conmoción entre los vecinos. La mayoría de la gente que caminaba este viernes por Patio Santa Fe, el centro comercial donde fue vista por última vez la víctima, de 39 años, se ha mostrado indiferente: "Para nosotros es un secuestro más", resumía Rosa María Tinajero, responsable de ventas de una de las tiendas del recinto.
María Villar Galaz fue asesinada después de que su familia pagara parte del rescate exigido por sus secuestradores. Un día después de la desaparición su esposo, Cristiano Do Vale y su primo, Gorka Villar, hijo de Ángel María Villar, presidente de la Federación Española de Fútbol, pagaron en efectivo 65.000 pesos (3.000 euros). Sólo un anticipo de lo que pedían por ella: 90.000 euros, unos dos millones de pesos. Las autoridades han señalado que Villar tomó un taxi en Patio Santa Fe el 13 de septiembre y desde ahí comenzó un vía crucis de robo de tarjetas de crédito y chantaje a los familiares.
El centro comercial se ubica en uno de los barrios más adinerados de Ciudad de México, Santa Fe, al oeste de la capital, pero no es de los más caros de la zona. Sus establecimientos se ajustan más a los precios de la clase media capitalina. Su fuerte son los grandes almacenes, como supermercados y tiendas gigantes de mascotas. "Si uno quiere buscar a gente a la que robar su dinero, buscaría en la plaza que hay más arriba", apunta Tinajero.
En las tres salidas con las que cuenta Patio Santa Fe se ubican unas paradas de taxi algo peculiares. Los vehículos parecen coches cualquiera, no llevan los colores oficiales que impone el Gobierno de la Ciudad de México (rosa y blanco) ni una señal de que aquello es un servicio de transporte, excepto por los radios de los conductores. "Dicen que la joven tomó un taxi aquí, pero tuvo que ser de la calle porque nosotros tenemos un registro de los viajes", explica Raymundo Rodríguez, dueño de uno de ellos. Además de este servicio, que ofrece un "plus de seguridad" al viajero, existen los taxis oficiales —a los que uno tiene que parar en medio de la calle— y otras opciones como Uber. Las autoridades no han determinado todavía a cuál de ellos se subió el pasado 13 de septiembre Villar antes de ser secuestrada.
Los taxistas que cazan a gritos los posibles clientes se lamentan del rapto de la joven, pero confiesan no sentirse sorprendidos. Tampoco lo hacen dos agentes de seguridad privada del edificio, ni las dependientas de una óptica, ni dos jóvenes que pasean tranquilamente por los pasillos de la plaza comercial. Cuando se trata el tema del secuestro, casi siempre recuerdan un incidente similar que le ocurrió a un vecino o un familiar o una historia que escucharon hace poco. "En México uno aprende a convivir con el hecho de que algún día te puede pasar y para no sufrir esa psicosis todo el día nos metemos en la cabeza esto: Que te valga madres"", apunta Tinajero.
Cerca de Patio Santa Fe se encuentra una de las universidades más caras del país, la Universidad Iberoamericana, donde muchos de sus estudiantes acuden a tomar clases a bordo de grandes furgonetas conducidas por un chofer. Pedro Hiriart, alumno de Comunicación, cuenta que la tragedia de Villar se ha comentado en clase, pero no ha superado el comentario: "En general el miedo a que te ocurra algo así existe, pero por todo, no solo por este caso", reconoce.
En Ciudad de México han sido secuestradas hasta julio 29 personas, muy lejos de las cifras que se vivieron en la capital desde 1999 hasta el 2009, donde las víctimas no bajaban de un centenar al año. Si se compara con el resto del país en aquella época, la capital superaba a la mayoría de ciudades en número de raptos. Y aunque la situación haya cambiado, el total anual sigue rondando los 60 y el miedo se ha incrustado de manera tan profunda en el ADN, que una tragedia como la de Villar solo recuerda lo que uno ya ha asumido como factible.
Laura Priegue, una arquitecta española de 26 años, reconoce que la noticia sí le ha hecho reflexionar: "Cuando vienes a México sabes que eso puede pasar, pero no crees que te pueda pasar a ti. Ahora igual esto nos pone un poco los pies en la tierra". Y añade: "Al ser extranjera aquí debes tener más cuidado, a veces creen que eres millonaria sólo por tener otro acento".
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