Finales de agosto (y 3): De Colombia a Crimea
La mejor noticia del mes, y quizás del año y de la temporada, es la firma de la paz entre las FARC y el Gobierno colombiano. Cierra una larga y dolorosísima etapa de 52 años de guerra civil en Colombia y cierra lo que es todavía más serio e importante, una larga historia de violencia pretendidamente revolucionaria en América Latina surgida en plena guerra fría y persistente hasta ahora mismo. La mayor ironía es que suceda en La Habana, capital de la violencia revolucionaria mundial y latinoamericana, donde siguen al mando quienes fueron sus principales apóstoles y responsables. La paz ahora, muy bien, y ojalá no se tuerza antes de su consolidación, pero algún día los historiadores detallarán las responsabilidades de los Castro en la pérdida de tantos miles de vidas de jóvenes latinoamericanos en aquel proyecto absurdo y al final criminal de convertir el entero continente en un Vietnam.
Cuesta desde Europa valorar una noticia agosteña. Las guerras en Siria, en Libia y en Yemen, los atentados del Estado Islámico, el golpe de Estado en Turquía, las dificultades para gestionar la llegada de los refugiados, la fragmentación europea con el Brexit, el ascenso de los populismos y sus consecuencias contribuyen a oscurecer el horizonte y alientan los temores ante el futuro. Y más cuando este mes de agosto nos ha ofrecido novedades militares en los márgenes de Europa que constituyen auténticas y preocupantes sorpresas. Rusia ha utilizado por primera vez en la historia unas instalaciones de Irán para bombardear en Siria. Turquía, también por primera vez, ha realizado una profunda incursión en suelo sirio. Para postre, se han registrado movimientos militares en Crimea y en las regiones ucranias rebeldes, que han alentado los temores a un nuevo incendio.
Steven Pinker, el filósofo del optimismo que ha documentado la decadencia de la violencia en la historia (Los mejores ángeles), ha escrito un espléndido artículo en The New York Times, junto al presidente Juan Manuel Santos y artífice de la paz, en el que califica el pacto como “un auténtico hito para la paz en las Américas y en el mundo”. Según Santos y Pinker, ya no estamos en un mundo en guerra, sino en un mundo “en el que cinco de cada seis personas viven en regiones amplia o enteramente libres de conflictos armados”. ¿Debe llevarnos a un ingenuo optimismo que nos lleve a desentendernos de los actuales conflictos armados? Ni Pinker ni Santos defienden tal idea, al contrario, nos recuerdan la fragilidad de la paz y la necesidad de seguir trabajando contra la violencia criminal y gansteril en la propia América Latina, donde sucede a la guerra en la cuenta de muertes y miseria.
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