La neutralidad en la Red, una reclamación libre de idealismos
Trece años después de que se acuñara el término, la censura privada que aplican algunos proveedores y la violación de la libre competencia mantienen vivo el debate
Que cualquier punto de Internet pueda conectarse libremente a otro, sin que medie ninguna discriminación por motivos de origen, destino o el tipo de datos. Esta podría ser una buena definición de la neutralidad de la Red, un principio acuñado en 2003 por un profesor asociado de Derecho en la Universidad de Virginia, Tim Wu, que ahora cobra actualidad con la decisión de EE UU de considerar el acceso a Internet un servicio básico, como el agua o la electricidad.
A pesar de su aparente altruismo, no se trataba de una aspiración idealista o utópica. Wu apostaba en aquel artículo (Neutralidad de la red, discriminación de la banda ancha) por regular a los operadores de Internet para que se garantizara la igualdad en las condiciones de servicio de Internet. El académico estaba a favor de imponer normas en el mundo digital para crear un marco de competencia, de la misma manera que los sistemas capitalistas establecían reglas a las empresas sin violentar el libre mercado. Esas condiciones de juego ayudarían a que, de verdad, en Internet triunfara quien mejor jugase sus cartas. Con una artillería léxica evolucionista, el académico definió el objetivo de la neutralidad así: "Preservar la competencia darwinista para cualquier uso de Internet de modo que solo sobreviva el mejor".
Wu creía, sí, que a la larga los intereses de compañías y particulares coincidirían: unos y otros se darían cuenta de que, a más igualdad de acceso, mejor para todos. Pero en la infancia de la Red, desconfiaba de que, algo cegadas por su cortoplacismo y la obtención rápida de beneficios, las compañías sacaran tajada del trato desigual. Quiso confirmar que así estaba ocurriendo con casos reales de discriminación de redes contra nuevas tecnologías -en 2003 todavía lo eran- como los dispositivos wifi o las redes privadas virtuales.
En la infancia de la Red, Wu desconfiaba de que, algo cegadas por su cortoplacismo y la obtención rápida de beneficios, las compañías sacaran tajada del trato desigual
Para Wu y los valedores de la neutralidad, ese "sin distinción de sexo, raza o religión" de los lemas antidiscriminación humanos aquí se convertían en un "sin distinción de aplicaciones, plataformas o modos de comunicación": fuera cual fuera el tipo de acceso al mundo virtual, la Red debía mantener una especie de magnanimidad transparente. Aunque en aquel artículo fundacional recogiese la herencia de los movimientos que antes que la neutralidad ya invocaban el libre acceso a la Red, lo consideraba insuficiente por sí mismo, incluso contraproducente, para garantizar el fair play en la Red.
Más allá de la visión economicista de Wu, los defensores del concepto han aludido estos años a la libre difusión de información y la innovación, para las que -creen- la neutralidad de la Red es imprescindible. Sin embargo, conforme los proveedores del servicio se han convertido también en creadores de contenidos, la cuestión se ha reducido a términos más concretos. Se teme que esas empresas restrinjan a su antojo el acceso a su Red a la competencia, que empeoren la experiencia de usuario de los clientes ajenos y los fuercen así a contratar los servicios del gran proveedor. Se trata de una tentación más fuerte que el imperativo moral del respeto a la libre competencia.
Con todo, la comercial no es la única amenaza que pende sobre la neutralidad de la Red. Otras maneras de violentarla plantean problemas éticos: ¿debe una empresa restringir el acceso a una web de contenidos sospechosos sin que medie una decisión legal? ¿Y están legal y moralmente autorizados los proveedores a emplear sistemas de inspección de los datos que transmite para, llegado el caso, cortarles el grifo a sus clientes?
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