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Tribuna
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Carta navideña a mi hijo, Leopoldo López

Aquí, lejos de ti y de todo lo que somos, me llega con fuerza tu mensaje: “El que se cansa pierde”

Leopoldo López Gil

Muy querido Hijo:

Hoy al recogerme en oración ante la celebración de la Misa de la Natividad, no pude resistir pensar en ti desde aquí, lejos, imaginándote en medio del ergástulo y sufriendo el maltrato al que has sido sometido en aras de la injusticia.

Por tu madre supe que la carta que me escribiste fue confiscada por ser considerada por tus esbirros como un mensaje subversivo, pero que no es otra cosa que la comunicación entre un hijo preso y su padre.

Se nota en el arrebato cuánto nos desconocen, cuánto ignoran de nuestros sentimientos e ideas. No han sido capaces de acercársenos ni siquiera dos años después de tu encierro. Nuestro diálogo ha girado siempre, y así será mientras existamos, sobre nuestra familia y nuestra querida y maltratada Venezuela. No hablamos de política, hablamos de la Patria que no es de uno sólo porque la Patria, como dijo Jorge Luis Borges, es de todos.

A propósito de la Patria, supongo que no recibiste mi carta, debo felicitarte por el gran triunfo electoral que se logró el pasado 6D. Sin embargo, como me refiero en esa epístola secuestrada, ha sido sólo un triunfo. Aún no logramos la victoria. Ahora debemos remar y debemos hacerlo contra la corriente para llegar al puerto deseado. No caben los triunfalismos, tenemos que analizar concienzudamente, sin pasiones ni arrebatos, todos los factores que contribuyeron al triunfo: organización, unidad, pluralidad, primarias, respeto a lo pactado y el cumplimiento de la palabra, el reconocimiento mutuo y, sobretodo, la convicción y la determinación disciplinada.

Antes de recogerme en mi mismo, en la plenitud de la noche, quiero junto contigo orar como lo hacíamos cuando eras un niño

Como tu lo has dicho, y nos lo recuerdas con fuerza y con fe: “El que se cansa pierde”. Aquí, lejos de ti y de todo lo que somos me llega con fuerza tu mensaje. Es claro, es nítido, porque atraviesa barrotes y cubre la distancia con la contundencia de tu palabra.

Hoy en la paz de la introspección cuando hay libertad de conciencia, he llegado a la conclusión de lamentar que tus intervenciones en los tribunales, aporte brillante en contra de la Injusticia en el ignominioso juicio, no se hubiesen hecho públicas. Fue el temor del cobarde lo que lo impidió, porque la elocuencia del justo razonamiento habría estremecido las columnas del Palacio de Justicia, provocando un cataclismo jurídico.

Anoche muchos recuerdos me transportaron a la Navidad en familia. Recorrí los caminos del tiempo y me acerqué a aquellas tardes en casa, socarronamente, cuando tu, tus hermanas y tu querida madre criticaban mis hallacas y, mofándose de mis pretensiones de imitar como cocinero a las multisápidas de tu Yiyita, mi madre, con quien tu gozabas bailando y cantando aguinaldos, tomándole el pelo por su alegría cuando se había tomado su tradicional Ponche Crema.

Eran aquellos días donde conocíamos el valor y significado de la unión familiar, el amor por los hijos y los hijos por los padres, las travesuras de los más pequeños, los nietos o los bisnietos, esos que en su inocencia nos mantienen en un estado de conciencia y respeto por el poder de la imaginación infantil. Los más jóvenes nos dan siempre la lección de la fuerza de la Fe.

El Niño viene esta noche, y ¡Ay de aquel que traicione el secreto! Se trata de la tradición de tus abuelos, el secreto de tus padres y ahora tuyo que hemos convertido en amoroso rito religioso. No hay fuerza que impulse más a la alegría del alma que la ilusión.

Sé que hoy eres más libre, que vuelas en el infinito porque tienes la conciencia limpia y te embarga la satisfacción del deber cumplido. No pienses en que estoy triste. No, no lo estoy, porque tu coraje, tu ejemplo y sacrificio me llenan de orgullo. El mundo es testigo de tu gesta, y es por ello que hoy, una vez más, te doy las gracias junto con mis bendiciones.

Antes de recogerme en mi mismo, en la plenitud de la noche, quiero junto contigo orar como lo hacíamos cuando eras un niño. Primero, dar las gracias por todo lo recibido del Señor Dios Padre. Luego agradecerle el concederte la maravillosa familia que has formado, por ser el compañero de tan extraordinaria esposa que es Lilian, quien además de su ejemplar conducta te ha regalado mis bellos y alegres nietos, Manuela y Leopoldo.

También, como entonces, pediremos por todos los Panchitos Mandefuá, aquel niño de los Cuentos Grotescos de Jose Rafael Pocaterra, esos niños abandonados que un día un loco llamó “Los niños de la Patria”. Esos que se acuestan todos los días y todas las noches sin un mendrugo de pan. Así sea un pedazo de pan viejo, de pan duro porque en Venezuela los niños viven y crecen en el abandono, sin un pedazo de tela que les cubra en las frías madrugadas decembrinas. Muchos, como Panchito, cenarán por ello con nuestro Señor.

Recibe mis bendiciones en estas Navidades, cuando estamos tan juntos en mi pensar y orar, cuando a pesar de la enorme distancia, hoy nos abrazamos con más fuerza y afecto que nunca.

Feliz Navidad, Leopoldo y que Dios te bendiga.

Tu padre, Leopoldo López Gil.

Madrid 24 de diciembre de 2015

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