Turismo y terror
Es una cuestión estadística. Diariamente levantan el vuelo más de 100.000 aviones en todo el mundo. De los 7.300 millones de habitantes que tiene el planeta, cada día se suben al avión 4,5 millones. Pocos, comparativamente, pero suficientes para la aparición de riesgos y novedades inquietantes. Podemos imaginar, a ojo de buen cubero, que en cualquier momento hay al menos un millón de terrícolas sentados a nueve mil metros de altura, en estado de sobrevuelo, una novedad radical en la historia de la humanidad que introduce factores hasta ahora imprevisibles, sobre todo en el capítulo de la seguridad. Nada más natural que las grandes crisis, sobre todo cuando adquieren forma violenta, en vez de afectar exclusivamente a los humanos en su estado natural, pie en tierra, conciernan también a esta población volante y sobre todo a los vehículos aéreos en los que se desplazan, convertidos en armas de ataque o en objetivos militares.
El caso más reciente ha sido el del vuelo de la compañía rusa Metrojet que trasladaba el pasado 31 de octubre a 224 pasajeros rusos desde la localidad balnearia egipcia de Sharm el Sheij hasta San Petersburgo, interrumpido por una explosión de origen todavía desconocido sobre el Sinaí. La tesis más plausible es la del ataque terrorista, mediante un artefacto explosivo introducido antes de partir. Lo abona la peligrosidad de esta península egipcia en la que el yihadismo luce sus enseñas como si fuera una provincia o wilaya del Estado Islámico (ISIS en sus siglas en inglés).
Reino Unido ha suspendido todos los vuelos a Sharm el Sheij y está repatriando a los 20.000 turistas británicos que estaban en la zona, actitud en la que le están siguiendo otros países europeos. Rusia y Egipto, en cambio, rechazan la teoría del atentado por razones muy comprensibles. Si es obra del ISIS significa un revés militar y político para Putin, pues se trataría de la respuesta exitosa a los bombardeos sobre Siria en apoyo del dictador Bachar El Asad. También para el presidente egipcio Al Sisi es una pésima noticia que ataca una de las mayores fuentes de ingresos como es el turismo y precisamente en la localidad más conocida y prestigiada que es Sharm el Sheij, a orillas del mar Rojo.
La explosión de una crisis en el aire no es una novedad. La guerra global contra el terror, declarada por Bush, empezó propiamente en 2011, como respuesta a los atentados del 11-S, cuando cuatro aviones secuestrados por militantes de Al Qaeda fueron utilizados para atacar las Torres Gemelas y el Pentágono. Tampoco es una novedad la aparición de relatos contradictorios y manipulados, que a veces no terminan nunca de aclararse, sobre la autoría de los atentados o incluso sobre su carácter, como sucedió el 11-M con los atentados de los trenes de Atocha, en los días anteriores a las elecciones generales de 2004.
En la administración de Bush hubo todo un intento de vincular la autoría del 11-S con Sadam Husein mediante la fabricación de pruebas falsas sobre la vinculación del dictador iraquí con Al Qaeda y hoy todavía circulan versiones delirantes que atribuyen los atentados a la CIA e incluso a Israel. Veremos si ahora también se instalan dos versiones de los hechos, al estilo de lo sucedido con el avión de Malaysia Airlines en sobrevuelo sobre Ucrania alcanzado por un misil el 17 de julio de 2014, cuyo disparo Moscú atribuye al Gobierno de Kiev y el gobierno de Kiev a los rebeldes apoyados por Moscú; algo que no se puede descartar, visto que las nuevas guerras, asimétricas, híbridas, con profusión de medios electrónicos y gran protagonismo de la propaganda y de los medios, también generan nuevos y dispares relatos, que terminan convirtiéndose en parte de la contienda misma.
Guerra y turismo nunca han rimado y menos cuando se solapan incluso territorialmente gracias a las facilidades de comunicaciones y transportes. Quienes más habían sufrido hasta ahora esta sangrienta incompatibilidad eran los turistas europeos y americanos, pero ahora alcanza a los rusos, justo en el momento en que Moscú se compromete, por primera vez desde la guerra de Afganistán (1979) en una intervención armada de apoyo al régimen dictatorial de Bachar el Asad, enemigo acérrimo del ISIS. El califato yihadista no tan solo elimina o margina a las minorías religiosas y destruye el patrimonio arqueológico que atrae al turismo internacional, sino que concibe el espacio donde domina como una tierra sagrada y prohibida a todos los extranjeros que no sean musulmanes sunitas. Combatir al ISIS es probablemente incompatible con mantener abierta una plaza turística como Sharm el Sheij.
Rusia se está embarrando en una guerra en Siria que se funde con las anteriores lanzadas por Estados Unidos en Irak y Afganistán. Cada golpe que reciba, y el avión puede ser el primero y más doloroso, suscitará una reminiscencia de la derrota sufrida en Afganistán. Moscú tuvo allí su Vietnam, como Estados Unidos ha tenido su doble repetición del síndrome de la derrota en Irak y Afganistán que le conduce a evitar ahora el enfrentamiento en Siria con una especie de antiterrorismo con mando a distancia. De ahí que el avión accidentado o abatido sobre el Sinaí sea un símbolo muy exacto de la avería en la globalidad que significa la crisis de dimensiones todavía desconocidas abierta en Oriente Próximo y que tiene su epicentro en Siria e Irak, una especie de Vietnam global, donde los combatientes califales pretenden la victoria definitiva sobre Occidente.
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