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En busca de la Europa perdida

Pilar Bonet

La fórmula de la EEPM ha sido adoptada por 21 instituciones que integran la Asociación de Escuelas de Estudios Políticos del Consejo de Europa. Hay escuelas en Ucrania, Bielorrusia, Grecia, Serbia, Croacia, Turquía e incluso Marruecos y Túnez, entre otros países, pero las fisuras crecientes en la gran Europa amenazan los vínculos entre ellas. De ahí que “la búsqueda del universalismo perdido” (como oposición a los retornos a las tribus) fuera el lema el seminario celebrado en Berlín el 28 y el 29 de octubre en la sede de la fundación Robert Bosch con la participación de más de 160 personas procedentes de Rusia y de otros países europeos.

Desde 1992 la EEPM ha promovido la sociedad civil y el espíritu crítico, y ha sido un foro de diálogo entre políticos e intelectuales extranjeros y rusos. Por los seminarios que se celebraban Rusia y en el extranjero han pasado centenares de jóvenes de los Estados de la ex URSS, muchos de los cuales llegaron a puestos de gran responsabilidad.

Financiada sobre todo por becas occidentales y filántropos como George Soros, la escuela fue obligada a identificarse “agente extranjero” de acuerdo con la nueva legislación para Organizaciones no Gubernamentales aprobada en 2012. La etiqueta “agente extranjero”, que evoca el vocabulario de la época estalinista, es asociada con espionaje o actividades hostiles por el ciudadano de a pie en Rusia. Atendiendo a las recomendaciones disuasivas de los servicios de seguridad, las élites de provincias, que antes acogían con curiosidad e interés a la EEPM, pasaron a temer el contacto con la escuela y con sus expertos internacionales, a menudo reconocidas autoridades académicas, como por ejemplo Robert Skydelsky el biógrafo de Jon Manard Keynes.

Sin empresarios rusos que se atrevan a financiarla y reacia a aceptar la etiqueta de “agente extranjero”, la EEPM clausuró en diciembre de 2014 sus actividades en Rusia, pero mantiene sus seminarios en el extranjero. El desafío con el que se enfrenta hoy es el de constituirse en uno de los pilares de esa necesaria “red de seguridad” cuya misión es asegurar el flujo de contactos e ideas en el interior de la gran Europa, ahora que ésta se ve sacudida por diversas crisis, que en conjunto abocan a una gran crisis global. En la UE, el rechazo a los refugiados crea un conflicto entre los intereses y los valores proclamados por el Consejo de Europa. En Rusia, los dirigentes justifican el autoritarismo y la trasgresión de las reglas con construcciones artificiales y arcaicas. La amenaza en ambas partes es el “otro”, lo que en Rusia significa las ideas que socavan el orden político y, en la UE, los emigrantes que socavan el orden económico y social.

“El encuentro es muy oportuno” porque “el mundo está atravesando una época de gran turbulencia y naciones enteras al igual que individuos están a menudo desorientados e incluso Europa parece estar perdiendo sus puntos de referencia, sus valores”, dijo en Berlín Catherine Lalumière, ex secretaria general del Consejo de Europa y presidenta de la Asociación de Escuelas de Estudios Políticos. Según Lalumière, el concepto de derechos humanos se ve torpedeado por el autoritarismo, el materialismo y el ultra nacionalismo, pese a ser un valor protegido por la ley e incorporado en las instituciones creadas después de la Segunda Guerra Mundial. En su intervención, el Ministro de Exteriores de Alemania, Frank-Walter Steinmeier, comparó la situación actual con la época en la que fue fundada la EEPM, tras la caída del muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, cuando imperaba el optimismo sobre una Europa unida y libre pese a la guerra de los Balcanes. Quiso el ministro marcar un corte entre un antes y un después. “La “anexión de Crimea fue más que una crisis política, fue una trasgresión de la ley internacional y un precedente”, dijo el jefe de la diplomacia alemana, quien, acto seguido, invitó a ir “más allá del monólogo recriminatorio” para poner las bases “que ayudarán a los políticos a negociar soluciones”.

El politólogo búlgaro Iván Krastev llamó la atención sobre el cambio de perspectiva, desde la época en que la apertura y los contactos se vivían como positivos y el problema era como formalizar la globalización, y la actualidad, cuando el problema es cómo manejar la reacción negativa a la globalización. Los modelos cosmopolitas son percibidos como amenaza y no como oportunidad, señaló. Por su parte, Sonja Licht, de Serbia, dijo que la desigualdad en el mundo es mayor que nunca como resultado de las prácticas neoliberales que marginan los valores como la solidaridad. Las instituciones y los Estados carecen de estrategias sobre temas como los refugiados y el cambio climático, por lo cual la única respuesta es involucrar a los ciudadanos en una idea global de la ciudadanía, afirmó Licht. El problema, reconoció, es como pasar del “ciudadano ilustrado” a la “acción mediante la política”.

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A diferencia del Estado soviético, Rusia no se ofrece al mundo como un modelo alternativo, sino que entiende el poder de gran potencia como un poder “para transgredir las normas”, afirmó Mijaíl Fishman, comentarista del canal de televisión ruso Dozhd. El líder ruso Vladímir Putin aspira a formar parte de una “troika de los transgresores de normas” junto con EEUU y China, opinó Bobo Lo, de Chatham House, en Londres. Según Lo, Putin está decidido a promover los intereses rusos por todos los medios y donde quiera que sea necesario. El escritor Alexandr Arjángelski quiso distinguir entre la Rusia política, que recurre al pasado para afirmarse, y la cultura rusa, que es europea y que está viva al margen del Estado, también en otros países de Europa. Mijaíl Minakov, de la Academia Kiev-Mogiliansk de Ucrania, insistió en que sólo la verdad permite luchar contra la propaganda, a lo que el politólogo ruso Andréi Kolésnikov, contestó que únicamente un lector muy preparado puede “encontrar la verdad en el ruido informativo”. Nikolái Petrov, experto en regiones de la Escuela Superior de Economía de Moscú, abogó por la estrategia de las “pequeñas cosas” para construir una carcasa de sociedad civil.

El foro de Berlín fue una apuesta por la apertura y la educación para la ciudadanía. “Ha sido una iniciativa para lanzar un debate sobre el futuro, para repensar donde estamos y no solo lamentar la universalidad perdida”, dijo Licht. Mientras los intelectuales debatían entre ellos en la capital alemana, en el continente continuaba la construcción de nuevos muros y a las barreras físicas se les unían nuevas fragmentaciones, la última el cese de las comunicaciones aéreas entre Ucrania y Rusia, una medida que multiplica la duración de trayecto entre los dos vecinos, pero sobre todo la distancia psicológica entre ellos.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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