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Túnez es la solución

Lluís Bassets

Túnez era la solución en 2011 y sigue siendo la solución en 2014. La salida tunecina de la dictadura fue la solución entonces admirada e incluso emulada en aquel año de las revoluciones árabes y ahora, casi cuatro años más tarde, de nuevo la construcción tunecina de la democracia parlamentaria y pluralista sigue ofreciéndose como solución ante el fiasco generalizado del islamismo político cuando ha alcanzado el poder y ante la cosecha de horror, violencia y caos en que han derivado todas las otras transiciones árabes entonces iniciadas.

Las elecciones legislativas del pasado domingo, primeras que se celebran con la regla de juego de la nueva Constitución laica recién estrenada y segunda alternancia en el poder desde la caída del dictador, han arrojado un paisaje parlamentario polarizado entre las dos formaciones de mayor peso, la laica Nida Túnez o Llamamiento por Túnez y la islamista Ennahda, pero a la vez tan fragmentado y sin mayorías suficientes como para obligar a todos a un esfuerzo de consenso.

Como en Egipto, los islamistas tunecinos, que alcanzaron el Gobierno en las primeras elecciones libres de 2011, han experimentado el desgaste del poder y se han mostrado incapaces de disminuir el paro y poner de nuevo en marcha la economía. Su política antiterrorista ha sido ambigua y en alguna forma también responsable del surgimiento de la violencia política. Pero a diferencia de sus homólogos egipcios, supieron participar en una Constitución incluyente y pluralista, han sabido abandonar el poder y aceptan ahora su nueva posición subordinada. Ennahda es el único partido islamista de la región que todavía mantiene un fondo de credibilidad después de una desastrosa experiencia de gobierno que ya empieza a alcanzar, incluso, a la Turquía de Tayepp Recipp Erdogan, que se pretendía modélica para toda la región.

El partido vencedor Nida Tounés ha obtenido pacífica y democráticamente, como resultado del libre juego electoral, una síntesis similar a la que la oposición laica egipcia ha buscado en su apoyo en la calle al golpe de Estado militar contra Mohamed Morsi. En sus filas hay antiguos cuadros del régimen derrocado que se han aliado a quienes se opusieron a Ben Ali desde posiciones progresistas y laicas para evitar la imposición de un modelo islamista restrictivo para las libertades individuales y el pluralismo.

El camino tunecino --laicismo, pluralismo político, religioso y social, y consenso constitucional-- sigue contrastando con los caminos perdidos de la primavera árabe en el que se hallan varios estados fallidos y fragmentados –Libia, Yemen, Siria, Irak--, el regreso del poder militar en Egipto, el inmovilismo de Argelia o la moda siniestra del califato islámico alentada subrepticiamente por gobiernos de la región oportunistas e irresponsables.

Comentarios

Madre mía, lo que les falta para llegar a nuestro sistema utópico, bien que trufado de corruptos e indeseables a los que no hay forma de apartar. A los países árabes les queda todavía un buen trecho para alcanzar nuestro grado de polución, digamos que corruptamente correcto.
Y es que el laicismo, el pluralismo político y el estado de derecho solo garantizan un mínimo aceptable de convivencia. Quiero decir que todos somos sobre el papel formalmente iguales pero sentados en el banquillo como que no. La igualdad solo está garantizada entre los pobres. Y lo mismo la justicia. Pero bueno, algo es algo, peor sería que entre los parias también existieran diferencias.
Pero en llegando a las alturas se ponen las cosas de un modo que ni iguales ni parejos, se ponen en que la ley se debe acomodar a ellos, los poderosos, y no como debería ser. Y nos va más o menos bien, pero no sabemos cómo nos iría de gozar una igualdad absoluta. Los árabes, para su desgracia, no conocen la igualdad de ningún tipo, ni la de altura ni la de bajura.
Conclusión: los pobres son iguales entre sí pero radicalmente desiguales con respecto a los ricos. Gozamos de la primera, querriamos superar la segunda.
No creo, Sr. Bassets, que Túnez sea una solución. Túnez es solamente Túnez. Las circunstancias de este país no son las mismas ni social ni culturalmente que las de Egipto, Siria o Arabia Saudí. Ni siquiera son equiparables -aunque sean más próximas- a las de Argelia o Marruecos, pero respecto a estos dos últimos países me inclino a pensar que, junto con el propio Túnez, conforman una zona concreta del mundo árabe que será la primera en asimilarse en sus instituciones a una democracia Occidental.
Túnez la solución está bien, el titular es sugerente. Zine El Abidine Ben Ali se había formado en Francia y EEUU, era un hombre civilizado. Túnez era un país tranquilo destino vacacional alabado por Occidente por su estabilidad. Ben Ali estaba muy bien visto por las potencias occidentales, era un amigo de occidente. El golpe militar que lo aupó al poder había sido favorecido por la CIA, que tiene la mano metida en todos los asuntos de cambio de régimen, sin duda. Una comisión conjunta con el pentágono se reúne anualmente desde su llegada al poder en Túnez. Los puertos tunecinos son caladeros habituales de la OTAN desde 2004. Las relaciones con Israel son estupendas Ariel Sharon visita Túnez ¿Cual es entonces el problema? para dar soluciones tiene primero que haber un problema. Este fue sin duda las desavenencias del todopoderoso clan Ben Ali con sus albaceas estadounidenses .La revolución jazmín puso a Ben Ali en el poder y la misma revolución jazmín lo exilió en Arabia Saudita. Podríamos seguir pero con esta pincelada es suficiente. Cual es el problema sería una cuestión y para quién acaso mejor cuestión. EEUU parece que están reconduciendo la situación. Está bien, Túnez vuelve a ser un país fiable como siempre lo fue.
Shh, shh. No sea gafe, Sr. Bassets. No los mencione, no sea que llamen la atención de los extremistas que buscan su Islam de correa y dogal. La fortuna de Túnez es no tener recursos muy valiosos que despierten la codicia de intereses espurios. De todos modos, esto no quiere decir que estén en un camino de vino y rosas: tienen desórdenes, y el islam moderado es frágil contra la presión de los exaltados, que invaden el discurso público con mucha facilidad. Demostrado está en el caso de la deriva de Erdogan en Turquía, que empezó muy moderado y correcto, y ahora le hace ceder mucho terreno al laicismo que Atatürk cultivó con mucho esfuerzo y mano dura. La violencia política existe, aunque en muchísimo menor grado que en el desastre de sus vecinos. No, Túnez es un caso propio, suyo, pero no exento de tener riesgos. Ojalá los tunecinos estén vigilantes en estas aguas procelosas. La democracia per sé no es garantía de nada.
A mediados de los 80 estuve una semana visitando Tunez y el comentario general era que Tunez era el menos arabe de los paises arabes. Si mal no recuerdo los letreros en su mayoria escrtos en arabe y en frances y conservan muy bien su pasado latino con un importante museo cuyo nombre no recuerdo donde vi esculturas romanas y unos hermosos mosaicos, vestifios de la civilizacion roama, no conozco si en otros paises del norte de Africa conquistados por el imperio romano conservan estos monumentos. Lo que recuerdo que se podia caminar tranquilamente por la ciudad incluida la Medina y sus estrchas y tipicas callejuelas sin peligro.Jose Luis Espargebra Meco desde Buenos Aires
Ultimamente circulan muchos mensajes optimistas respecto al resultado de las elecciones en Túnez, pero me temo que ese optimismo es más europeo que tunecino. El nuevo parlamento creado responde a las expectativas de Occidente, y seguramente a las de muchos tunecinos de la capital, sobre todo laicos de clase alta, pero no a las de la mayoría de los tunecinos, desilusionados al constatar que los "nuevos" partidos acogen muchos de los antiguos miembros del círculo de Ben Alí, y que los jóvenes y las mujeres siguen brillando por su ausencia en las formaciones políticas. En la Túnez profunda, sobre todo en las regiones del sur, la realidad es desastrosa, y la gente del pueblo confía muy poco en las nuevas promesas de cambio.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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