No van a renunciar
Al presidente Putin no le gusta que le humillen, y esta puede ser la segunda vez que pierda Ucrania, tras la Revolución Naranja de 2004
Por supuesto, es fácil entender los motivos políticos y económicos por los que Rusia se siente unida a Ucrania. Sin Ucrania, el grandioso plan de Putin, la misma razón de existir de su tercer mandato en el poder, la “Unión Euroasiática”, tendría demasiado componente asiático. Putin, desilusionado ante las críticas que le llegan de Europa, es aficionado a hablar de un giro hacia China y Asia oriental, pero, a pesar de los rumores que llegan de que hay interés en Turquía y, curiosamente, Siria, el proyecto euroasiático consistiría sobre todo en una alianza entre Rusia y esos países de Asia central a cuyos trabajadores inmigrantes detestan los nuevos nacionalistas rusos. En cambio, los ucranios son eslavos, como ellos. Además, la unión con Ucrania sirve como distracción de los problemas en el Cáucaso norte.
Las relaciones comerciales con Ucrania son especialmente importantes para los nuevos oligarcas rusos, los llamados “amigos de Putin”. En teoría, el gasoducto South Stream, proyectado para que pase a través del Mar Negro hasta los Balcanes, representa un peligro de que Ucrania se quede al margen. Pero su inmenso presupuesto, que en diciembre aumentó a 56.000 millones de euros, está diseñado para proporcionar a los amigos del presidente ruso las mismas jugosas comisiones que los Juegos Olímpicos de Sochi, además de dinero disponible para sobornar a los dirigentes ucranios.
Sin embargo, el principal motivo es psicológico. En la cumbre de la OTAN celebrada en 2008 en Bucarest, Putin le dijo a Bush que Ucrania era un Estado artificial, que “solo se hizo realidad en la era soviética... Un tercio de la población es de etnia rusa”. En realidad, la población de etnia rusa no constituye más que el 17%, aunque un tercio sí tiene el ruso como lengua materna; pero Bush no tenía suficientes conocimientos históricos para corregir a Putin. Más significativo aún es que, en el discurso pronunciado el año pasado para conmemorar el 1025 aniversario de la llegada del cristianismo a Kiev, en 988, Putin afirmó que “somos un mismo pueblo... con una pila de bautismo común”.
Además, a Putin no le gusta que le humillen, y esta puede ser la segunda vez que pierda Ucrania, tras la ‘Revolución Naranja‘ de 2004. Y se cree su propia propaganda, las afirmaciones de que esta es “una operación especial” apoyada por Occidente, en venganza por su “victoria” en Siria. Y, por si fuera poco, la idea de una nueva democracia, aunque sea tan anárquica, en un Estado vecino, es una amenaza que pone en peligro la existencia del sistema político de Putin. La semana pasada hubo más de 400 detenidos en Moscú y San Petersburgo, después de que los manifestantes empezaran a gritar eslóganes tomados de los ucranianos.
Está muy claro cómo va a reaccionar Rusia. Desea con todas sus fuerzas que el experimento ucranio fracase. La única duda es qué métodos empleará. Quizá apoye a los movimientos separatistas en el este de Ucrania, pero eso solo le permitiría incrementar su control sobre una zona. Quizá espere a que fracase el nuevo Gobierno, y entonces tratará de rehacer su influencia en todo el país.
O quizá contribuya a la caída del Gobierno. Al principio, esta parecía la opción más probable. La economía está en bancarrota, saqueada por el régimen de Yanukóvich. Y, por más dinero que pueda prestar Occidente, encabezado por el FMI, Rusia tiene capacidad de hacer todavía más daño, elevando el precio del gas, imponiendo embargos comerciales e impidiendo los préstamos de bancos rusos. En solo unos meses, podría lograr su objetivo.
En el momento de escribir estas líneas, Rusia parece impacientarse, y el caos de Crimea se alimenta de dos factores. Uno es que, pese a que dentro de Crimea hay muchos políticos y empresarios que se alegran sinceramente de verse libres de la camarilla de Yanukóvich, que lleva los últimos tres años ejerciendo su mal gobierno en la península, existen dos Crimea: la República Autónoma de Crimea ocupa el 90% del territorio, pero el 10% restante, la ciudad-región de Sebastopol, constituye en muchos sentidos una Crimea rival, y está intentando imponer su política prorrusa al resto. El otro factor es la milicia Berkut, huida de Kiev y sin nada que perder. Al parecer, se han aliado con grupos mafiosos locales de los años noventa, y esa extraña alianza es la que está presionando para que se celebre un referéndum sobre el futuro de la península. Crimea se está llenando de milicianos y soldados irregulares, entre ellos supuestos “voluntarios” de Rusia, todos aguardando a la primera provocación. Cuando la inestabilidad se agrave, pedirán ayuda a Putin.
El mero hecho de sobrevivir a los próximos días va a ser difícil. Y detrás llegarán nuevas presiones de Rusia.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
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