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El desencuentro entre Berlín y Londres crece en la sombra

Merkel prefiere aplazar su crítica a los planes británicos, que considera todavía prematuros

La canciller alemana Angela Merkel (izquierda), y el primer ministro británico David Cameron, el pasado 12 de abril en Meseberg (Alemania).
La canciller alemana Angela Merkel (izquierda), y el primer ministro británico David Cameron, el pasado 12 de abril en Meseberg (Alemania).GETTY IMAGES

En una de las pocas fotografías que pudieron tomar los fotógrafos durante la reciente estancia de la familia Cameron en la residencia de invitados del Gobierno federal se ve a la canciller alemana en el parque del palacio Meseberg señalando a lo lejos con el índice de la mano derecha. El primer ministro británico fija atentamente la mirada en el punto indicado por su anfitriona. En otra fotografía, se repite la misma escena pero con distinto reparto de papeles. El primer ministro señala y la canciller mira. Las observaciones que intercambian sobre el paisaje brandeburgués no tienen la menor relevancia; estas imágenes hablan un lenguaje propio. Dicen: aquí están Angela Merkel y David Cameron, dos jefes de Gobierno en perfecta sintonía. Ese es el mensaje, pero ¿es esa también la realidad?

Después de que Cameron pronunciara su discurso sobre Europa el pasado mes de enero podía dar la impresión de que Alemania es el problema menos importante para los británicos en vista de las batallas que se avecinan. Es cierto que el ministro de Asuntos Exteriores Guido Westerwelle, del liberal FDP, reaccionó ante el anuncio de la intención de renegociar las condiciones de pertenencia a la Unión y de convocar un referéndum en 2017 advirtiendo que eso era “pretender quedarse solo con lo bueno”. Pero la canciller y presidenta de los cristianodemócratas no ha dejado escapar la más mínima crítica. En su discurso sobre Europa del 22 de febrero, el presidente de la República Joachim Gauck hizo el siguiente llamamiento, en cierto modo en nombre de todo el pueblo alemán: “¡Queridos ingleses, galeses, escoceses, norirlandeses y nuevos ciudadanos de Gran Bretaña! ¡Queremos que sigáis estando con nosotros!”. Según él, Alemania aprecia la tradición, el buen criterio y el valor de los británicos. Antes del fin de semana de abril en Meseberg, el portavoz del Gobierno Steffen Seibert señalaba: “Gran Bretaña es para nosotros un socio importante e irrenunciable en Europa”. Ciertamente, esta impresión de armonía resulta bastante tranquilizadora. Pero esa píldora también tiene efectos secundarios que no son otros que la ilusión y el malentendido.

La mayor ilusión consiste en creer que Merkel está de acuerdo con la política europea del primer ministro británico. No hay ninguna declaración de la canciller que documente esa supuesta sintonía. Merkel únicamente ha optado de forma provisional por no provocar ningún enfrentamiento a cuenta de los planes de Cameron. Existían y existen esencialmente tres motivos para ello. Inmediatamente después del discurso de Cameron, lo primero que tenía que afrontar Angela Merkel era la cumbre de la UE en la que se debía llevar a cabo la planificación financiera a medio plazo. Y estaba decidida a obligar a nuevos recortes junto al primer ministro británico, así que no tenía ningún interés en debilitar su posición ni en aislarlo.

Pero además, en segundo lugar, Merkel ve en Cameron un aliado importante en su lucha por cambiar la cultura de la UE. Lo considera una de las pocas personas que han comprendido realmente que Europa debe experimentar una transformación fundamental para poder competir a escala mundial. Las entrevistas en las que Cameron reivindica una Europa “que sea más abierta, más competitiva y más flexible” le dan una alegría. Pero el tercer motivo es el más importante de todos: desde el punto de vista de Angela Merkel, todavía no hay razón para enzarzarse en una discusión sobre los deseos británicos. En este caso Merkel plantea las cosas del mismo modo que en política interior. Se cuida muy mucho de abordar un tema que cree que todavía no está maduro.

De hecho, por el momento, a Berlín ha llegado muy poca información sobre la materialización concreta de las intenciones de Cameron, especialmente en lo relativo a las competencias que pretende devolver a los Estados nacionales. El Gobierno federal considera el examen de esta cuestión puesto en marcha por Londres como una maniobra de política interior y lo aborda como tal, es decir, de ninguna manera. Angus Lapsley, el enviado de Londres para política europea, fue recibido y escuchado cordialmente... sin que resultase nada de ello. Aunque lo cierto es que se puede especular sobre al menos un interés común en el rebate sobre la reforma: la introducción de cambios en los tratados de la UE.

El ministro alemán de Hacienda Wolfgang Schäuble acaba de argumentar que una unión bancaria que funcione requiere cambios en los tratados. En vista del rechazo, muy extendido en la UE, a impulsar una nueva convención, los alemanes y los británicos podrían hacer presión de forma conjunta. En teoría. Porque resulta difícil imaginar cómo se podrían aunar en la práctica los planes de relajamiento británicos y los deseos de profundización alemanes, que por el momento también siguen faltos de concreción. En cualquier caso, la cuestión podría ser tabú hasta la celebración de las elecciones al Bundestag [Parlamento] y convertirse en un tema candente solo después de las elecciones al Parlamento Europeo de 2014 y de la formación de una nueva Comisión. Entonces estaría madura en sentido merkeliano la confrontación a fondo con este tema.

Pero hasta entonces tendremos terreno abonado para las ilusiones como, por ejemplo, la de que el Gobierno británico no debe temer reacciones enérgicas por parte de Berlín. Dejando a un lado la incertidumbre en torno a la composición del nuevo Gobierno federal, sería peligroso sobrevalorar los diferentes planteamientos del ministerio de Exteriores y la cancillería. Es cierto que los británicos reciben señales de impaciencia y enfado del ministerio de Exteriores antes que de la cancillería, pero eso no debe desembocar en la falsa apreciación de que la canciller, al contrario que el ministro de Asuntos Exteriores, quiere mantener a Gran Bretaña en la Unión prácticamente a cualquier precio. Ciertamente, en el Gobierno federal no se cuestiona la voluntad de mantener dentro de la Unión a los británicos que, centrados en las relaciones transatlánticas y en la economía de mercado, contribuyen a equilibrar la UE. Pero el destino de la Unión se decide en el continente. No cabe duda de que Angela Merkel o cualquier otro canciller querrá la conciliación con Gran Bretaña. Pero necesitará forzosamente la conciliación con Francia. Si hay desacuerdo en Berlín, lo más probable es que gire en torno a la cuestión de con qué rotundidad hay que decirle eso ahora a los británicos.

En cualquier caso este tema no salió a relucir en Meseberg. Se habló de Siria y de la Cumbre del G8 en junio. Es decir, de las cosas que toca hacer… ahora.

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