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Los límites del diálogo

Lluís Bassets

Nada se podrá hacer sin diálogo. Ni lo más, ni lo menos. Eso es algo con lo que no todos están de acuerdo. Algunos exigen líneas rojas en cuanto se habla de diálogo. Solo se puede hablar de cómo y cuándo celebrar la consulta para la independencia, dicen los de ese lado. De todo se puede hablar excepto de cualquier cosa que atente contra la unidad sagrada de la patria, responden del otro. El problema no es por tanto el diálogo que unos y otros aplauden, sino su contenido y su alcance. Las diferencias no versan sobre lo que se puede decir cuando se dialoga sino sobre lo que está implícitamente prohibido o limitado.

Todos los que trazan líneas rojas son enemigos del diálogo. Su idea del diálogo es meramente instrumental, y en consecuencia engañosa: hablar para ganar tiempo, sacar un provecho circunstancial antes de la ruptura o cargarse de razones. Ese es uno de los usos más irracionales que se pueda hacer de la razón: en vez de creer en la argumentación racional y en la dialéctica entre dos posiciones, se fía todo a la retórica de la convicción pública. Y es argumento de perdedores: solo importa aparecer cargado de razones, aunque el otro al final tenga una razón última más poderosa y eficaz.

Creo recordar que cierto monarca le dijo a un republicano que hablando se entiende la gente y su hijo tuvo también la especial sensatez de proclamar que Cataluña será lo que los catalanes quieran que sea. La política es, ante todo, intercambio de palabras, diálogo entre las distintas partes y partidos y, si se quiere, una gran conversación dentro de la comunidad política que tiene su foro central en el parlamento, lugar de la palabra y del diálogo. ¿Por qué deberíamos poner límites entonces al diálogo?

Ahí los de las líneas rojas dirán inmediatamente que necesitan plazo y fecha. Solo faltaría que el diálogo significara perder la ocasión excepcional de la ruptura cuando la crisis proporciona las mejores condiciones imaginables. No habrá otro momento así. Y ahí es donde se aclara el valor falso de esas razones con las que se quieren cargar, como si fuera la munición de un arma.

El diálogo debe ser también convencimiento en todas las direcciones. Hay que convencer a la propia comunidad política, por supuesto; pero también a la internacional, y, ante todo, a quien se siente en nombre de una comunidad más extensa al otro lado de la mesa. No sirve de nada cargarse de razones si no se convence a nadie porque no somos capaces de compartir nuestras razones con el otro.

Dialogar es admitir que el otro tiene intereses y razones de tanto peso como los propios. Es un primer paso antes de ceder. No es el camino de la rendición, sino de la única victoria posible en democracia: la que proporciona una buena transacción en la que ganan todas las partes y nadie sale perdiendo. Convencer es vencer.

Necesariamente debe haber diálogo, y del bueno, del que queremos casi todos. La alternativa es que nos precipitemos de la forma más atolondrada posible contra las rocas sin demora alguna, antes de que las cosas mejoren, que es lo que parecen desear fervientemente y vocean cada vez con mayor insistencia algunos que quieren ignorar u olvidar las severas lecciones que nos ha infligido la historia en los últimos siglos. La de Cataluña, sí.

Comentarios

Un buen artículo. Añadiría otra cosa: el diálogo nos da ocasión de comprender cómo nos ven los otros y conocernos mejor a nosotros mismos. Es solo a través del diálogo con el opuesto cuando tenemos la oportunidad de saber realmente lo que somos.
Sin lugar a dudas en toda sociedad dialogar es el primer paso para poder entendernos y convivir. Sin dialogar es imposible conocer al otro, saber cuáles son sus ideas, sus problemas, sus propuestas. El problema surge cuando ya conocemos lo suficiente al otro, cuando ya sabemos que quiere, entonces ¿Para qué dialogar? ¿A dónde conduce seguir dialogando? ¿Evita o simplemente retarda los conflictos?Dialogar es bueno siempre, debemos escuchar y ser tolerantes con las ideas y creencias del otro, es como suelen decir la esencia de la democracia. Pero también es lógico temer el dialogo. El diálogo se puede utilizar para manipular, desacreditar al otro y hacer propaganda para fortalecer las ideas propias. Se suele decir que se comienza dialogando y se acaba aceptando sin saberse muchas veces si dicha aceptación ha sido libremente decidida o impuesta.Dialogar es bueno, positivo, necesario para la convivencia. Los que más temen al dialogo son aquellos que saben que las ideas del otro son justas y razonables. Pero antes de dialogar debemos de preguntarnos siempre ¿para qué? ¿Para que si ya saben lo que pensamos y queremos?.
Pues que sí, que el diálogo es muy bonito, pero no sé si ninguno de los monologuistas en cuestión será capaz de compartir decorado y escena con el otro. De compartir mesa y mantel, ni hablar. Esto es el club de la comedia política, y todos quieren ser la estrella. No hablan de otra cosa que de política pero nunca se entienden. Qué tiempos aquellos de Tip y Col, que dialogaban y se entendían, aunque nunca del gobierno, eso sí. A estos les pasa lo mismo pero no hacen ninguna gracia. Y aburren lo que no está escrito, encima. Y lo peor de todo, es que, más que por el interés de aquellos a quienes dicen defender o aquello por lo que dicen luchar, tales motivos son los medios más que los fines, o eso me parece a mí, y que, en el fondo, les importa un higo todo, lo hacen para salvar sus propias miserias sectarias. Y a los ciudadanos normales, en realidad, también nos importa todo un higo, si juntos o separados, si rey o presidente, si negro o blanco, lo que nos importa es que dejen de robarnos. Casi nos conformaríamos con que todos pagaran sus impuestos en este país. Y eso sí, que si exigen a unos dimitir por unas fotos incómodas, que den ejemplo cuando salen las propias, y sobre todo, que cuando dimitan, dimitan, no deleguen. Falta rectitud y falta conciencia. O todo junto: no hay conciencia de rectitud ni en un lado ni en el otro. Y en tal caso, de qué sirve el diálogo entre quienes comparten idéntica carencia. Hay algo peor que un diálogo de sordos, un diálogo de ciegos por la codicia y la ambición propias.
¿Dialogar para qué, se pregunta Eco? Es una pregunta sin duda leninista, pero creo que se puede responder. Dialogar para conocer el alcance y la realidad de nuestras aspiraciones. Dialogar para conocer y saber aquello que cabe esperar. Por ejempo, para saber si en el caso de que Cataluña se declarara independiente de forma unilateral España reconocería esa declaración o no. Si no la reconociera, para saber si bloquearía o no su acceso a Europa; para saber si, llegado el caso, pudieran aparecer algún partido español que propusiera acudir con tanques a la diagonal con la bandeja rojigualda. Y si ese partido tendría muchos o pocos votos en España. Dialogar también para saber hasta donde estaría dispuesta Europa para apoyar la independencia unilateral de Cataluña. Dialogar es razonar, y razonar nos puede mostrar los límites de nuestros sueños.
Dialogar es intercambiar opiniones para saber los límites de nuestros propios razonamientos. Y por supuesto, todo tiene un límite. Por ejemplo, una guerra, en si misma, es negativa, porque en ella mueren vencedores y vencidos. Lo cual no significa que hallan guerras inevitables. En el caso de los "independentismos" conviene señalar que es un hecho vinculado al coloniaje. Ahora bien, llevado a sus extremos equivale a admitir las independencias de aldeas, ciudades, distritos, municipios, provincias y regiones... o sea, un verdadero zipi zapi de opiniones. ¿Cuál es el verdadero trasfondo de esa clase de diálogo?. La respuesta es sencilla. los intereses económicos que mueven los resortes del poder. Y el mejor caldo de cultivo es la ignorancia y la manipulación de opiniones.
Thibeault. No es una pregunta leninista sino realista. Tú lo que propones es que jugando al Póker el contrario te enseñe que cartas lleva antes de apostar, eso no es dialogar. Se dialoga sobre ideas, problemas, propuestas, no sobre intenciones y menos todavía sobre amenazas. Se dialoga sobre ideas no sobre acciones y menos todavía sobre las reacciones a las acciones. Dialogar no es negociar. Dialogamos para conocernos mejor, dialogamos para valorar que ideas, que alternativas, que medidas, son las mejores, dialogamos para consensuar no para disuadir. En la resolución de todo conflicto se suelen dar tres fases. La primera fase es la del dialogo. En esa fase las partes expresan sus puntos de vista, que problemas hay y como creen que se deben resolver. Si no se logra un consenso se pasa a la segunda fase, la de la negociación. En la fase de la negociación las partes cediendo y presionando buscan logar el mejor acuerdo posible. Y luego está la fase decisoria en la que se valora el acuerdo y se decide si se acepta o no. Para que el proceso sea lo más racional posible y no haya ningún tipo de contaminación ideológica lo ideal es que en cada una de las fases participen personas distintas. El o los que deben de adoptar la decisión final no deben haber participado en el proceso de negociación, y a su vez los encargados de negociar no deben tampoco haber participado en la fase previa de dialogo.
ECO: Tal vez me confunda, pero creo que después de un par de post, estamos bastante de acuerdo. Lo de la pregunta leninista era una broma pedante, pues era recordando la frase:¿libertad para qué?. Y estoy de acuerdo contigo que no se puede dialogar sobre amenazas, `pero el dialogo tampoco debe excluir la realidad ni los eventuales riesgos de una decisión. Además las amenazas no deben ser de ningún tipo (tampoco la de si no me das la razón me voy y eres un fascista)
Soberanismo y nuclearismo, te aprieto si no aflojas, Mas y Kim Jong-un, analogías y diferencias, si las hubiera.
Y como no se atrevían abiertamente a pedir lo que querían pedir, exigían lo que sabían no podrían conseguir para lograr lo que querían sin pedirlo abiertamente y así rebajar su legitimidad. Quiero decir, que 'la retórica provocativa', como la llama Kerry al referirse a la posición norcoreana, no busca el diálogo sino la imposición. Y que algunos, más que dialogar sobre un extremo, se apuntan al extremo para conseguir lo del medio. En el fondo, solo les gusta comer para llenarse, pero se vuelven exquisitos para disimular su voracidad.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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