El Minotauro en la Gran Vía madrileña
La periodista Anabel Abril ha tomado su cámara de fotos y un cuaderno y se ha ido a la Gran Vía de Madrid a buscar catalanes. Los dos temas tienen sentido e interés. La Gran Vía es muchas cosas: una zarzuela, una pintura de Antonio López, el paisaje desde donde hablan los corresponsales de 8TV para el 8 el día de Josep Cuní, el centro del centro de la capital de un país centralista que no sabe si quiere dejar de serlo, también la primera calle comercial, un circo de la humanidad ... y al final el símbolo y la expresión de Madrid y también de Madrit, terminado con té. La Gran Vía es el lugar por donde se pasea el Minotauro, ese personaje medio toro medio humano de la mitología griega que Vicens Vives convirtió en el símbolo de la inhabilidad catalana para tratar con el poder.
(Este texto es la traducción del catalán de la presentación del libro de Anabel Abril ‘Catalanes en Madrid. 50 miradas desde la Gran Vía’, que presenté el pasado 16 de octubre en el Palau Robert de Barcelona. El texto catalán fue publicado este pasado jueves en el suplemento Quadern de El País/Catalunya.)
Quizás estamos al final de una historia y el libro de Anabel Abril es una despedida, la del Minotauro en su paseo por la Gran Vía y de los catalanes osados que se atreven a vivir en la boca del lobo. Quizás crecerá ahora un Minotauro pequeño y entrañable que nos hará olvidar los complejos catalanes con el poder y permitirá ir a Madrid a vivir con toda naturalidad y sin la identificación como un grupo o clase de ciudadanos especiales. O no. Aunque ahora parece que brama y eleva la cabeza y los cuernos como en los viejos buenos tiempos de su plena dominación, este Minotauro ha perdido mucha de su fuerza, ya es muy viejo, y muy pronto será devuelto a los corrales de los tiempos posnacionales en que Europa necesita definitivamente federarse y enfrontar la unión política si no quiere desaparecer en la irrelevancia, ella y todos sus componentes, pequeños y grandes.
Una de las grandes paradojas de nuestro tiempo de cambios tectónicos es que justo ahora, en los tiempos posnacionales, llegamos al momento álgido, definitivo, sin retroceso, del enfrentamiento con el Minotauro, es decir, nuestra ineptitud respecto al poder del Estado, y lo hacemos justo cuando el Estado nacional pierde soberanía por todos lados, hacia arriba en dirección a Europa, y hacia abajo en dirección a entidades menores, sea en regiones, ciudades o viejas naciones sin reconocimiento político. ¿Tiene algo que ver con los catalanes de Madrid? Todo. Nunca se había producido en la historia, reciente y pasada, una mayor integración entre las dos ciudades, una mejor y más estrecha participación de los catalanes en la vida económica, cultural, empresarial, universitaria, deportiva y periodística de Madrid. Y a la vez, nunca se habían distanciado hasta tal punto las dos ciudades, sus opiniones públicas, sus ambientes intelectuales, mediáticos y políticos.
Todo esto se puede ver y leer el libro de Anabel Abril gracias a las 50 conversaciones con catalanes de Madrid, una especie de trabajo de campo o estudio sociológico cualitativo -esto debería ser siempre el buen periodismo-que nos cuenta muchas cosas sobre las relaciones entre las dos ciudades y entre Cataluña y España. También nos explica muchas cosas sobre quiénes son estos personajes tan diferentes pero tan característicos, aunque haya de todo: madrileños desde la infancia, desde la juventud o desde la madurez; permanentes e intermitentes, con pase de pernocta y de día, medio pensionistas casi, de estudios y de oficio, con piso de propiedad o sin, y las mismas variaciones se podrían hacer con respecto a la familia y a los hijos. En la muestra elegida por el Anabel hay de todo, también en relación a los oficios y sectores, las edades y el sexo. Sólo la política es una excepción, y es lógico.
Los catalanes en Madrid, aunque cuentan con muchos libros que hablan de ellos, no han sido objeto de un estudio a fondo, con cifras y datos contrastados, con sociología empírica y economía del fenómeno. Lo merecería, y en otros países, si contaran con algo igual, ya lo habrían hecho. Digamos como conclusión que, a diferencia de otros -los vascos por ejemplo-, los catalanes casi siempre regresamos a casa. Solemos ser madrileños provisionales, por temporadas más o menos largas, pero casi siempre terminamos regresando.
Aquí tenemos que generalizar un poco, y eso quiere decir que siempre encontraremos alguna excepción. Veamos rápidamente cómo son estos 50 catalanes. En primer lugar, les veo felices de vivir donde viven (un motivo más de extrañeza). Luego, veo que les gusta su ciudad de adopción. No son aquellos animals que s’enyoren, definición de los catalanes en el extranjero según Josep Pla. También que se sienten satisfechos y orgullosos de su catalanidad y de su lengua, sin hacer ningún tipo de exageración. Reconocen que en Barcelona y en Cataluña se ha perdido fuelle. Y, finalmente, que se sienten un punto diferentes en todas partes: catalanes en Madrid y madrileños en Cataluña, un poco extraños por tanto. En algunos oficios, con una mención explícita de una cierta marginación: la gente de la farándula por ejemplo aseguran que desde Cataluña ya no les llaman.
Estos 50 catalanes no forman lobby o grupo de presión, que yo sepa. El catalán es individualista. Quizás es el ciudadano más individualista de la Península Ibérica. Una cosa es reconocerse entre sí, hablar catalán entre nosotros, y la otra es la conjura y la conspiración. El catalán en Madrid conspira y entra en conjura como todos los demás madrileños, pero no lo hace con los otros catalanes sino con todos, según las afinidades y los intereses individuales. Algunos temen que los catalanes de Madrid estén trabajando en el fondo para Cataluña, cuando de hecho trabajan, muchas veces sin saberlo, por una idea más peligrosa y, según algunos, totalmente en decadencia: por la España plural y diversa, por la España plurilingüe y pluricultural, plurinacional al fin y al cabo.
Si estas ideas quedan definitivamente derrotadas, tal como quieren muchos en el centro y temen muchos más en la periferia, estos 50 catalanes y muchos otros serán los últimos mohicanos. Ahora que dicen que los puentes se han roto, hay que decir que ellos siguen haciendo de puente, la desagradecida e imprescindible trabajo de seguir contando Catalunya en España y España en Catalunya. Ahora mismo yo diría que son los que más sufren por los desafíos lanzados contra el Minotauro y por los bramidos de la bestia. Su opinión y su actitud me parecen especialmente importantes y esclarecedoras. Hay que escucharles. Hay que escucharles en Madrid y Barcelona. El libro de Anabel Abril contribuye a ello y es una invitación a que hablen, que no dejen que la espiral del silencio y el pensamiento de grupo dominen ni en Madrid ni en Barcelona. Sólo por eso ya merece nuestro agradecimiento y nuestra felicitación. Y ojalá fuera realmente una despedida definitiva del Minotauro que históricamente nos ha inhabilitado a los catalanes para el poder del Estado.
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