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El portátil de Cleopatra

La pregunta clásica versaba sobre la nariz de Cleopatra. Sin su bello apéndice nasal qué hubiera sido de la pelea entre Antonio y Octavio y del Imperio Romano. El viejo Plejanov, en una obra tópica de la vulgata marxista, formuló el mismo problema, al interesarse por el papel del individuo en la historia. En nuestro siglo XXI, alejados del siglo de los hombres fuertes y felizmente aquejados de falta de liderazgos, ya no cabe preguntarse sobre la nariz ni sobre el individuo, sino sobre la tecnología y más en concreto el papel de los teléfonos móviles y las tabletas en la historia.

Pero no son la varita mágica tecnológica que convertirá las calabazas de nuestras viejas sociedades en las maravillosas carrozas del futuro. También son instrumentos para delinquir, origen de patologías sociales y fuente de desigualdades. Como tecnologías tienen su origen en la investigación militar, pero sus aplicaciones conducen a nuevos tipos de guerra a distancia y a constituirse ellos mismos como piezas de las ciberguerras que ya están actualmente en curso.

También son los catalizadores de una economía financiera que conduce a un aumento de las desigualdades en el interior de los países, aunque sirvan a la creación de riqueza y a la disminución de la pobreza en el conjunto del planeta, tal como ha señalado acertadamente el economista Xavier Sala i Martin. Y contribuyen a la radicalización ideológica y a la polarización política. Las viejas estructuras reguladoras, la justicia, la diplomacia, los organismos de cooperación internacional, actúan a paso de tortuga, mientras que los disruptores irrumpen a la velocidad de la luz.

Un viejo y conservador profesor de literatura canadiense llamado Marshall McLuhan, que estuvo de moda hace 50 años, supo anticipar entonces el protagonismo de las tecnologías de las comunicaciones en dos ideas: que el medio es el mensaje y que vivimos en una aldea global. El actual instrumento de cambio histórico no es la bonita nariz ni la personalidad de Cleopatra, sino su iPhone, con el que alcanza a toda la juventud egipcia y produce efectos y consecuencias en el entero planeta en transformación.

Comentarios

Como un objeto punzante, la tecnología de perfiles romos puede servir para lo bueno y para lo malo, como arma o como defensa.
Y decía Tocqueville: "veo una multitud innumerable de hombres similares e iguales que dan vueltas sin tregua sobre sí mismos para procurarse pequeños placeres vulgares con los que dan satisfacción a su alma. Cada uno de ellos, considerado aparte, es como ajeno al destino de todos los demás: sus hijos y sus amigos forman para él toda la especie humana: en cuanto al resto de sus conciudadanos, los tiene al lado pero no los ve; los toca pero no los siente; no existe más que en sí mismo y para sí mismo, y aunque siempre le queda una familia, por lo menos puede decirse que ya no tiene patria". Dice Raffaele Simone en su libro "El monstruo amable" que el francés tuvo una visión premonitoria del mundo moderno, pero lo dice por buscar un antecedente honorable a su tesis del leviatán amable. No me lo parece. Si algo hay hoy es conectividad, nada de aislamiento, una conectividad que nos liga al prójimo más lejano, que nos une, no ya con el vecino del quinto, sino con el del quinto pino. Y vaya si se ven, se hablan y se intercambian.

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