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El pañuelo de Herta Müller

Todo lo que contó la escritora el martes en Estocolmo, en su discurso previo a la entrega del Premio de 2009, sale de su experiencia biográfica, de mujer que nació y creció en la región germanófona del Banato, en la Rumania dictatorial de Ceaucescu. Fue la necesidad de expresarse libremente y de reivindicar el derecho a hacerlo lo que la llevó a militar contra el régimen en el grupo de intelectuales de habla alemana Aktionsgruppe Banat. En su discurso narra las visitas a su despacho de un policía secreta, que pretende convertirla en confidente del régimen: “…y entonces llegó la horrible palabra: colabore. (…) Me dirigí a la ventana, por la que miré hacia la polvorienta calle. No estaba asfaltada, baches y casas gibosas. Y esa calleja ruinosa se llamaba, encima, Strada Gloriei: calle de la gloria. En la calle de la gloria había un gato trepado en la morera desnuda. Era el gato de la fábrica y tenía una oreja desgarrada. Encima de él brillaba el sol matinal como un tambor amarillo. Dije: 'N-am caracterul'. No tengo este carácter. Se lo dije a la calle, fuera. La palabra ‘carácter’ puso histérico al hombre del Servicio Secreto.”

Antes de echarla de la fábrica donde trabajaba de traductora, fue objeto de un feroz acoso laboral. La echaron de su despacho y se vio obligada a trabajar sentada en un peldaño de la escalera. Con sus diccionarios a cuestas, así lo hizo: sobre su pañuelo, de nuevo una ínfima referencia blanca en aquel mundo oscuro. El pañuelo regresa una y otra vez, en detalles insignificantes. La foto de los restos de su tío, un nazi muerto en la guerra, es también la de un pañuelo con unos restos humanos: “En el pañuelo blanco había un nazi muerto, en su memoria, un hijo vivo”. Regresa también en el recuerdo del acordeón que heredó del difunto, con los tirantes demasiado grandes, pues era un pañuelo lo que utilizaba el maestro para atarle el instrumento a a la espalda. En la nariz sangrante de su amigo disidente, deportado a Rusia, donde una madre le da un pañuelo para la hemorragia. El día en que detienen a su madre, y ésta se vuelve y le pregunta a su hija como en los días de la infancia: ¿Tienes un pañuelo?

Ese pedazo de tela de la escritora rumana deviene así la pequeña e íntima bandera de las víctimas de las dictaduras y de los totalitarismos del siglo XX. El símbolo de su dolor y de sus sufrimientos. Así termina el discurso de Estocolmo de Herta Müller: “Me gustaría poder decir una frase para todos aquellos que, en las dictaduras, todos los días, hasta hoy, son despojados de su dignidad, aunque sea una frase con la palabra pañuelo, aunque sea la pregunta: ¿Tenéis un pañuelo? Puede ser que, desde siempre, la pregunta por el pañuelo no se refiera en absoluto al pañuelo, sino a la extrema soledad del ser humano”. El siglo XXI es la época del 'kleenex', del pedazo de papel desechable. No hay duda de que la dignidad de los seres humanos está más defendida que en la época en que dos totalitarismos pusieron la máquina de matar en marcha e intentaron apoderarse del mundo. Pero hay una futilidad en nuestra época, que lleva a añorar aquellos blancos pañuelos, planchados y doblados en cuatro, en los que se ordenaba el amor y el cuidado de la madre por su hija, de unos por otros.

(Enlaces: con el discurso de Herta Müller, con la traducción castellana.)

Comentarios

Reconozco que desconocía la existencia de esta escritora hasta su proclamación como Nóbel de Literatura. Una prueba más de mi deficiente cultura literaria. La lectura de su discurso, me hizo entender mejor que el otorgamiento de un premio de esta categoría no se produce por casualidad, ni se le entrega a cualquiera. Si su obra responde y enmarca la belleza, profundidad y humanismo de estas palabras vale la pena añadirla a nuestro currículum... Creo que todos, en algún momento, hemos experimentado la sensación que inspira su semblanza del pañuelo. Los que en alguna época vivimos en un mundo sujeto a las reglas que marcaron su niñez y juventud estamos especialmente preparados para comprenderlo. El gesto implícito en la pregunta rutinaria y aparentemente banal está repleto de valores y significados, en especial, la percepción de que no estamos solos. Hermenegildo

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