El tamaño no importa
Es una idea absurda y sectaria, que sólo puede explicarse por la desaforada campaña lanzada por Tony Blair para convertirse en el primer presidente de Europa. En primer lugar, porque la persona que sea designada el jueves para presidir el Consejo Europeo durante dos años y medio sólo debe representarse a sí misma, no a su país de procedencia, y debe actuar al servicio del conjunto de la Unión y no de su país. Cabría aventurar incluso el argumento contrario: un político recientemente salido de la política nacional de uno de los grandes estará fuertemente tentado por los tropismos que han ocupado su vida mientras estaba al servicio de una política nacional con fuerte presencia exterior; mientras que si se trata de un ex proveniente de un país pequeño, sin papel alguno en la escena internacional, su tendencia natural será ponerse al servicio de los intereses europeos.
No es la única razón para defender que el presidente salga de un país pequeño. Hay dos ‘grandes’, Francia y Reino Unido, que ya tienen una presencia destacada en la escena internacional gracias a su silla permanente y su derecho de veto en el Consejo de Seguridad. Darles la oportunidad de contar con otra personalidad con silla privilegiada en las fórmulas de cumbres más restringidas no es lo más razonable. Tampoco es lo más europeo, pues refuerza la idea de que los grandes son los que deben dirigir la UE, si no por los tratados al menos por la vía de los hechos. Todavía tiene menos sentido que utilicen este argumento los partidarios más fervientes de las sucesivas ampliaciones que han convertido la UE en un club de 27. Si se trata además de partidarios de la Nueva Europa, lo menos que se puede decir es que tienen una actitud incongruente, pues lo que debería seguirse de sus actitudes y de su apología de lo nuevo frente a lo viejo es que el presidente debe salir de uno de los nuevos socios incorporados desde la caída del Muro de Berlín.
Cuestión aparte es la fama. Está vinculada al tamaño del país de origen, pues es evidente que ya no van a salir nuevos líderes aureolados de los países ex comunistas. Los políticos conocidos internacionalmente son británicos, franceses y alemanes, un poco italianos y españoles, y para de contar. La crueldad del mundo globalizado ha convertido a los otrora fulgurantes holandeses en grises desconocidos, y no digamos ya a los belgas, los portugueses o los luxemburgueses. Y en el Este ya no hay Walesas ni Havels, sino Kacinskins y Klaus. Pero esto no debiera descalificar a nadie, al contrario. La UE es lo que es. Si los Estados Unidos pueden ir a buscar un presidente a Arkansas, como hicieron los demócratas con Clinton, o a Alaska, como están barruntando los republicanos con Sarah Palin, ¿por qué los europeos no podemos tener un presidente esloveno, estonio o maltés, si tiene la talla personal y posee los conocimientos y las habilidades?
Europa quiere exigir de su futuro presidente mucho más de lo exige a nadie y sobre todo a sí misma a la hora de tener poder, protagonismo y visibilidad en el mundo. Lo que toca ahora, sin duda, es un presidente de un país que sobre todo no debe ser uno de los grandes.
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