Los interlocutores
Muchos pensarán que todo habría sido más fácil con Tzipi Livni y con Musaví, pero ni siquiera esto es muy seguro. De momento los interlocutores serán Benjamin Netanyahu y Mahmud Ahmadinejad, encaramados cada uno en su propio monte de intransigencia y de dureza. Pero la historia demuestra que a veces las concesiones más dificiles sólo las puede hacer quien tiene bajo su mando el control de los sectores más reticentes. A eso le llamó Charles De Gaulle la ‘paix des braves’, la paz de los valientes, porque es lo que él hizo con los argelinos en la negociación de la independencia.
En este tipo de procesos es muy interesante observar qué es lo que sucede con los más extremistas. Si quienes están al mando son ellos mismos, no parece presentarse problema alguno. Al menos de momento: hasta que aparece alguien más extremista que quiere capitalizar en su favor el desplazamiento hacia el centro. Ariel Sharon, auténtico líder y apóstol de los colonos de Gaza y Cisjordania, permitió que se abriera un flanco a su derecha cuando la desconexión con la franja costera. Su osadía le llevó a abandonar el Likud en manos de Netanyahu, para armar la centrista Kadima.
Netanyahu no ha querido repetir el movimiento de Sharon. Ha preferido, al contrario, integrar a los más radicales, sobre todo los de Nuestra Casa Israel, pero de momento no para desactivarlos sino para utilizarlos como fuerza de choque y contrapeso ante cualquier eventual negociación. Con los extremistas suele haber dos lenguajes: el de la represión y el del apaciguamiento; a veces en dosis combinadas. De momento, tratándose de los territorios entre el Jordán y el Mediterráneo los extremistas de un lado se llevan el palo y los del otro la comprensión y los parabienes.
Empezar a negociar con los extremistas en el poder suele ser interesante, aunque a veces sea dificil de entender. En Estados Unidos fácilmente prosperará la tesis de que no se puede negociar con una dictadura que acaba de perpetrar un pucherazo. Lo mismo sucederá respecto al plan de Netanyahu, consistente en ofrecer nada a cambio de todo, que nadie en el campo palestino y árabe y muy pocos en el conjunto de occidente se atreverá a defender como un paso adelante efectivo y tangible.
Pero eso no significa que no sea útil en uno y otro caso intentar que la gente se siente y empiece a hablar. Es a veces lo más dificil pero también lo más productivo. Y además, cuando se trata de procesos dinámicos, puede proporcionar sorpresas. Por ejemplo, que de pronto aparezca alguien distinto al otro lado de la mesa y con mayor predisposición a alcanzar acuerdos sustanciales. Por ejemplo, que al cabo de unos meses sea Tvipi Livni y no Netanyahu quiene esté negociando con árabes y palestinos; o que sea Musaví y no Ahmadinejad quien se ponga a negociar sobre el proyecto nuclear iraní con Estados Unidos.
Pero no es ahora mismo lo que parece más probable. Al contrario: Obama se ha marcado a sí mismo unos deberes que le sitúan en uno de los mayores retos que la escena internacional haya podido plantear a un gobernante en los últimos decenios. Y de momento, lleva la puntuación de este partido en contra: son más los puntos que se están apuntando sus contrincantes, desde Corea del Norte hasta Irán, pasando por Rusia o Israel, que los que han subido a su marcador.
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