Lo que se juega en Irán
El guía supremo de la Revolución jamás pone su cargo a discusión y elección. Es como Franco o Stalin, Fidel Castro u Omar Bongo. Su larga mano llega a todas las instituciones, desde el ejército hasta los jueces, pasando claro está por el parlamento o majlis y la presidencia de la República islámica. En Irán empezarán a cambiar las cosas con esta elección presidencial si Jamanei quiere que empiecen a cambiar las cosas con esta elección presidencial. Las dictaduras son así, las teocráticos y las laicas. Todas suelen tener en un momento u otro un flanco más débil por el que se desbordan las energías reprimidas de los ciudadanos sometidos. En Irán han sido las propias elecciones presidenciales, con sus cuatro candidatos perfectamente revisados y aprobados por el Consejo de los Guardianes de la Revolución, las que se han convertido en la válvula de escape y en un momento singularmente feliz en que se atisban la libertad y el pluralismo.
Pero es más que probable que sea la solitaria golondrina que no hace verano. Hay que ser muy escéptico, en todo caso, respecto al resultado electoral. Será todo un éxito si el candidato oficial, que Jamenei se inventó en su día, Mahmud Ahmanidejad, se ve obligado a pasar a la segunda vuelta, a pesar de contar con todo el aparato del Estado y de los medios de comunicación. La válvula de escape debería convertirse en un torrente democrático para que perdiera en la segunda vuelta. A menos que los planes del ayatolá sean otros: no hay que olvidar que el presidente es, él mismo, un fusible para usar y tirar en cuanto haya realizado el servicio para el que se la ha contratado. El Guía corresponde a lo permanente y el presidente a lo efímero del régimen.
Las elecciones son importantes en cualquier caso, con independencia del resultado e incluso a pesar del resultado. La escena internacional está virando a toda velocidad. Hezbolá, el partido iraní del Líbano, acaba de perder las elecciones. Siria, el aliado persa en la zona, tendrá quizás en cuestión de días una nueva oferta de negociación con Israel. El gobierno israelí está obligado a mover pieza. Teherán, a su vez, ya tiene sobre la mesa una oferta de diálogo con Washington y de romper el aislamiento. Dos caminos se bifurcan ante sus dirigentes: seguir profundizando en el camino propio iraní sin adaptarse a nadie o intentar hacer valer todo su peso demográfico, económico, político e incluso ideológico para jugar un papel en el nuevo reparto de cartas que está produciéndose ahora en toda la zona del Gran Oriente Próximo.
El primer camino es el de polarización y de la guerra fría regional, en la que Irán puede encontrarse con una alianza de todos en su contra. El segundo es el de la distensión y la cooperación. Ahmadinejad no está especialmente preparado para esta tarea y tiene el lastre de una presidencia lamentable en todos los sentidos, desde la economía hasta el verbalismo populista antisemita con el que intenta mantener encendido el fuego del antioccidentalismo. Pero no va a ser el quien decida, ni siquiera si sale reelegido. Esto es lo que se juega en las elecciones: que Jamenei prefiera adaptarse a los tiempos en vez de mantenerse subido a la parra del radicalismo aislacionista. Y es evidente que Mussavi es mejor candidato para regresar a la comunidad internacional.
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