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La oscura muerte de Auden

Del alfiler al elefante

Por MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN

Tanta muerte, tanto estupor ante tanta muerte, sin duda ha impedido que el mundo se fijara en un muerto concreto. En la ciudad de Viena, 28 de septiembre, ha muerto el ciudadano norteamericano W. H. Auden, un hombre considerado por algunos como el heredero de Elliot en la jefatura de poesía anglosajona y por otros como un ciudadano norteamericano que ni siquiera mereció los honores de una gacetilla necrológica. Auden vivía en la región de Wienerwald, y alguien habría explicado a sus vecinos la importancia del poeta porque habían rebautizado la calle en que vivía con el nombre de Audenstrasse.

Curiosa vida la de este apátrida que, nacido inglés, hizo el viaje inverso al de Elliot y se nacionalizó norteamericano. Mucho de número debió haber en aquella medida que desdecía la pasión europeísta de la primera “generación perdida” norteamericana: Henry James, T. S. Elliot, Ezra Pound. Auden pertenecía a una espléndida promoción de poetas ingleses cuajados en los años treinta en la que, de alguna manera, cabría integrar a Stephen Spender, Day-Lewis, MacNeice, Campbell y al más joven Dylan Thomas. Auden, con Spender, Day-Lewis y MacNeice inventaron algo parecido a la “poesía social”, precisamente para encontrar posición moral y lenguaje adecuados a la guerra española, experiencia que les traumatizó e hizo escribir buena parte de sus mejores versos. Experiencia que hundió a Auden en un pesimismo histórico personal e intransferible, hasta el punto de que metiera la cola heterodoxa entre las piernas y volviera al seno de la religión anglocatólica.

Pero el tránsito no se detuvo en estas contenciones. Con el tiempo, Auden se adentró en los pasillos de la fortaleza reaccionaria y llegó a aprobar el papel norteamericano en la guerra de Vietnam. Desde alturas situadas por encima del bien y del mal, Auden ya era esclavo de su representatividad e hizo un uso amplio del crédito mundial que había ganado con poemas cargados de generosidad y esperanza. Sólo le conservaron en el pedestal de su memoria los que comprendían que estaban en presencia del mejor poeta anglosajón vivo, de un hombre cuya presencia cultural había nutrido y modificado la cultura literaria anglosajona durante estos últimos cuarenta años.

Por lo que respecta a España, Auden no sólo fue uno más de los combatientes extranjeros en nuestra Guerra Civil o uno más de los poetas que dedicaron palabras y síntesis a la tragedia. La influencia poética de Auden ya alcanzó a algunos poetas de la generación del 27, especialmente a Cernuda, y en la reconstrucción poética de los años cincuenta Auden y toda la “generación inglesa de los años treinta” influyó sobre todo en poetas del área cultural catalana, tan definitivos y talludos como Gabriel Ferrater o Jaime Gil de Biedma.

Lo curioso es que la muerte de Auden haya sido desplazada de la página de nuestros diarios por la muerte de un ex recordman mundial de fondo.

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10 de octubre de 1973. Tele/eXpres

A Manuel Vázquez Montalbán, primera entrada del blog (21 de abril)

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