El poder de los poderosos

Esos tiranos que alternan la jaima con el jet privado confunden las relaciones internacionales con sus relaciones personales. No entienden ni quieren entender a unas separadas de las otras. De ahí el interés de contar con un Jefe de Estado, sea un monarca hereditario, sea un presidente elegido, que pueda resolver esos enigmáticos y a veces catastróficos embrollos en las relaciones internacionales personales de un dictador o de un sultán. En el caso francés, la presidencia de la República tiene la doble condición de máxima representación del Estado y de jefe del ejecutivo. Mientras que el Rey español tiene que pedir permiso antes al Gobierno, el presidente de la República tiene que limitarse a darle la orden (a menos que se esté en cohabitación con un primer ministro de color distinto).

No todos los poderosos tienen el mismo poder, y Sarkozy, gracias a la herencia de De Gaulle, es de los que más tiene. También, gracias a sí mismo, es de los que más quiere y de los que más pugna por ejercerlo sin límite. Sarkozy no confunde relaciones internacionales con relaciones personales, pero intenta que las primeras se conviertan en parte de las segundas, y que en su agenda personal terminen estando los más poderosos del planeta. Por eso manda a su esposa Cecile a ver Gaddafi y luego pocas horas después visita Libia en viaje oficial y firma grandes acuerdos comerciales e industriales. Pero es Gaddafi quien le ha designado en el caso de las enfermeras: si quieren que las suelte, que me manden un pez gordo a la altura de mi reputación y que me sirva para un poco de relegitimación internacional.

Hay otros poderosos, los que teóricamente dejaron de serlo, que sacan buen provecho de la agenda que construyeron cuando estaban en el poder. Los presidentes norteamericanos, por ejemplo, utilizan la técnica de las conferencias pagadas a precio de estrella de Hollywood para sus acciones de mediador o de lobbysta de gran lujo. Otros como Blair no pueden dejar el poder si no es ‘in bellezza’: nada de conferencias ni asesoramientos de empresas, un encargo político difícil y ambicioso. Y luego están los que actúan sin embozo ni remilgos, al grano, como Aznar, que ya tiene tres sustanciosos encargos de asesoramiento empresarial a cual más jugoso.

A mí me gustaría que los ex de mi país se comportaran de forma ejemplar y fueran motivo de respeto y de orgullo para todos los ciudadanos y no de división y de polémica. Donde esto sucede, los ex suelen tener además un notable papel en labores internacionales, en encargos especiales de Estado y siempre en la construcción de los consensos y la resolución de los problemas de fondo. Pero ya sé que esto es más bien cursi y pasado de moda y que lo que gusta y se lleva es el palo y tente tieso.