Bush, la lechera y el lobo
Ya no recuerdo una buena semana para Bush. Pero ésta le está saliendo particularmente desastrosa. Empezó el domingo recibiendo un solemne bofetón del diario más influyente de Estados Unidos, el Times de Nueva York, que le dedicó un editorial titulado The Road Home (Camino de casa o De vuelta a casa, como se quiera). Era un editorial único, por su carácter excepcional, por largo y solemne y porque no se publicaba ningún otro artículo de este tipo en la edición del día. “Es el momento de que Estados Unidos abandone Irak, sin otro plazo que el que necesite el Pentágono para organizar una salida ordenada”, empezaba diciendo. No hay que olvidar que al principio del principio, el diario de la familia Sulzberger apoyó a Bush en su guerra y publicó numerosos reportajes que suministraron argumentos para la construcción de los argumentos bélicos. Cualquier cosa es mejor que seguir en Irak, viene a decir el artículo. Hay que irse enseguida, ya.
Bush se enfrenta también a una rebelión en las filas republicanas y a una nueva ofensiva demócrata, tal como contaba ayer Antonio Caño desde Washington, coincidiendo con la discusión de una nueva ley de presupuestos de defensa. Desde que los republicanos perdieron la mayoría en las dos cámaras, el presidente tropieza con el poder coercitivo que tiene la bolsa, la caja. Cada vez que necesita dinero se encuentra con las condiciones que le imponen sus adversarios, abiertamente movilizados ahora para conseguir la retirada al menos parcial de los 160.000 soldados.
Para los republicanos es especialmente preocupante llegar a las elecciones presidenciales de 2008 en el actual estado de cosas, ya con 3.600 soldados norteamericanos muertos en combate y en atentados y unas cotas de popularidad de su presidente que empiezan a situarse entre los récords absolutos. Gallup señalaba ayer que la popularidad de Bush ya alcanza el 29 por ciento; entre los votantes republicanos, que le daban un 92 por ciento de apoyo en su primer mandato y un 82 por ciento al empezar el segundo, se halla ya en un 68 por ciento. Y cayendo.
La reacción de la Casa Blanca ante tanto desastre es agarrarse como a un salvavidas al Plan Baker-Hamilton, elaborado por una comisión bipartidaria con una serie de recomendaciones entre las que destacaba la reducción de su presencia militar, la desaparición de las tropas de combate para el primer trimestre de 2008 y su dedicación a tareas más efectivas y menos expuestas. Bush ha ido adoptando algunas de las medidas, como facilitar contactos con los países vecinos, Irán especialmente, o favorecer una conferencia regional, pero rechazó el meollo de las propuestas, sobre todo la reducción de las tropas. Al contrario, se inventó la oleada (the surge), que implicó el aumento en 30.000 soldados.
Justo cuando acaba de completarla ha llegado ya el reconocimiento de su fracaso. No ha servido para nada. La evaluación tenía que producirse el 15 de septiembre, pero todos los datos están ya en la mano y se irán conociendo en toda su dimensión esta misma semana. Ha llegado así la hora de inventarse una nueva historia. La Casa Blanca admite que efectivamente habrá que empezar a recortar las fuerzas sobre el terreno, pero sin admitir ni siquiera la idea de una retirada.
El nuevo plan implica que el 20 de enero de 2009, el día en que entrará en la Casa Blanca su sucesor, habrá entre 60.000 y 100.000 soldados en Irak (ahora hay 160.000), que tendrán como misión luchar contra Al Qaeda, vigilar las fronteras y apoyar al ejército iraquí. Bush viene contando a los norteamericanos el cuento de la lechera, una y otra vez: pero siempre termina con el jarro de leche por los suelos justo en el momento en que soñaba que ya era rica. Repetido tantas veces se convierte en el cuento del pastor bromista y el lobo: nos ha avisado tantas veces que venía la bestia que no nos lo creemos el día en que de verdad llega. Soñador, mentiroso y sin credibilidad alguna, no es extraño que sus cotas de popularidad estén en caída libre y que a los republicanos les haya entrado vértigo preelectoral.
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