También queremos ser como Merkel y Sarkozy
Días de gloria para Nicolas Sarkozy y Angela Merkel. El presidente francés dispondrá probablemente de la mayoría parlamentaria más apabullante de la historia de la V República, según se desprende de los resultados de la primera vuelta electoral. Son un centenar los diputados elegidos directamente con más del 50 por ciento de los votos -casi todos de la UMP y el primer ministro François Fillon entre ellos-, pero está ya muy claro que la segunda vuelta del próximo domingo pintará de azul la Asamblea Nacional y dejará sólo un muy pequeño rincón para el centrista François Bayrou y un grupo discreto y sin margen de maniobra para el Partido Socialista. El Partido Comunista no tendrá grupo y el Frente Nacional no tendrá diputados. Manos libres pues para Sarkozy y sus promesas de ruptura con las inercias que han llevado a la decadencia de Francia.
No le han salido mal las cosas a Angela Merkel en la cumbre de Heiligendamm la pasada semana. La reunión del G8 ha transcurrido con normalidad, sin que el orden público haya llegado a ocultar los resultados de la cumbre, como ha ocurrido en otras ocasiones. Ha habido, además, conclusiones positivas, por más que hayan sido cortas y discutibles. La declaración sobre el cambio climático abre caminos y deja puertas abiertas, algo que es todo un consuelo después de tantos bloqueos y negativas. Las próximas reuniones del panel de Naciones Unidas en Indonesia en diciembre y la cumbre del G8 dentro de un año, bajo una presidencia también ecologista como la de Japón, permiten augurar que seguirán los avances.
Así, pues, Merkel y Sarkozy están de moda. Todos quieren ser como ellos, alcanzar su gloria y su fama. Pero quienes les invocan como su referencia y su modelo, o incluso con pretensiones se declaran sus iguales, debieran ver si realmente han hecho méritos, si de verdad son como ellos. Merkel y Sarkozy tienen algo en común: ambos tienen algo de advenedizos en sus respectivos mundos políticos. Merkel es la primera canciller salida de la antigua Alemania comunista, totalmente ajena al mundo tradicional de la democracia cristiana alemana, dirigida por padres de familia, devotos practicantes de sus iglesias, formados en un conservadurismo ideológico de fondo. Sarkozy es el primer presidente hijo de un inmigrante, que no ha pasado por la Escuela Nacional de Administración como mandan los cánones de la política francesa. Incluso en su vida familiar son poco convencianles respecto al mundo político en el que se han formado.
Merkel y Sarkozy han tenido que superar un difícil trayecto hasta alcanzar la cima. La liquidación política, ya no del adversario sino del compañero de partido, es indispensable para alcanzar la máxima magistratura. Lo hacían los romanos y los florentinos con métodos expeditivos como la daga y el veneno y lo hacen los políticos actuales con medios pacíficos pero en muchos casos también deplorables. Merkel liquidó a su mentor Helmut Kohl, con un artículo en el que tomaba distancia de sus prácticas financieras en el partido, luego consiguió vencer a Edmund Stoiber, el líder bávaro que quería alcanzar la cancillería desde Munich (algo insólito en la historia de Alemania) y terminó, caso sin aliento, consiguiendo que Gerhard Schroeder, derrotado por la mínima, no le hurtara con trampas su escasa victoria. Una vez instalada en la cancillería ahora ha crecido y se ha asentado en el poder de forma que habrá que ver quien la desaloja. Sarkozy todavía ha tenido que manejar más y mejor el puñal. Liquidó a Charles Pascua como alcalde de Neuilly, sólo para empezar, y sin dejar de tenerlo y utilizarlo como mentor. Traicionó a Chirac apoyando a Balladur en la campaña presidencial, pero se equivocó y su candidato fue derrotado ya en la primera vuelta. Trabó un combate a muerte con Villepin, que ganó, y ha terminado doblando el brazo a todos, incluyendo a Chirac, y quedándose con el partido y con la presidencia. Si Merkel es una ganadora avara, como ganan los italianos al fútbol, por la mínima, Sarkozy es un vencedor generoso, nato, sencillamente magistral.
Tercer rasgo en común. Una vez han ganado saben que para consolidar su posición y completar de verdad la victoria deben zamparse literalmente al enemigo, como hacían ciertas tribus guerreras en tiempos ancestrales. Primero se le vence en el campo de batalla y luego se cocinan sus restos en las ollas del campamento para darse el gran festín de la victoria. La gran coalición de Merkel y la apertura al centro y a la izquierda de Sarkozy, con el fichaje de Kouchner sobre todo, no son más que eso: el festín político de sus victorias. Pero también la proyección de sus victorias hacia el futuro. Merkel hizo una campaña de orientación thatcheriana, pensando que debería pactar con el Partido Liberal, pero luego ha regresado a la idea de la economía social de mercado en la que hay base de consenso entre socialdemócratas y democratacristianos. Sarkozy ha hecho una campaña contra el mayo del 68 y luego ha incorporado a uno de sus personajes emblemáticos al Gobierno.
Quien quiera compararse con esta pareja de moda ya lo sabe: un out-sider, capaz de matar al padre y a quien se tercie y de zamparse vivo a su adversario político. Y que nadie se confunda, estamos hablando de la derecha.
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