La desunión europea
Mi Europa no es la que hoy existe. A 27 velocidades según explica Lucio Caracciolo con enorme acierto en La Repubblica. Cuarteada institucionalmente y políticamente: los derechos humanos para el Consejo de Europa, la defensa para la OTAN, las políticas duras para los Estados, la moneda para el Eurogrupo y un puñado de competencias descompensadas y desequilibradas todavía en torno al Mercado Único para la UE bajo la vigilancia de una Comisión declinante. Mi Europa es la que reivindicó ayer Javier Solana en Aquisgrán, al recibir el Premio Carlomagno: “un actor global, hablando con una sola voz, factor decisivo en la paz y la estabilidad mundiales, elemento insoslayable en la solución de cualquier conflicto o crisis internacional, punto de referencia para un mundo basado en normas e instituciones sólidas y respetadas”. Un sueño, en suma. Pero un sueño necesario.
Ahora, tras la elección de Sarkozy y el despeñadero en que se han convertido las relaciones con Rusia, ha llegado el momento de la verdad: del todo o nada. O en lo que queda del semestre alemán sale la fórmula para desatascar el embrollo constitucional o la crisis que se nos viene encima tendrá unas proporciones mayores que cualquiera de las crisis que hemos tenido hasta ahora. Los ‘clásicos’ y ‘padres fundadores’ nos dejaron dicho que Europa se hacía de crisis en crisis. Muy bien. Eso ha sido así hasta ahora. Pero esta crisis actual no tiene por qué confirmar obligatoriamente la regla, al contrario. Sin una buena fórmula que permita seguir juntos, a partir de ahora empezará el desmontaje, la deconstrucción, la desunión europea.
Entre las fórmulas que se están barajando se piensa en dar la oportunidad a los países más reticentes de que se salgan de determinados temas en los que no quieren que haya políticas comunes. Son los llamados 'opting-out', que podrían funcionar en todas las competencias más discutidas por británicos, polacos o checos. La idea de que se desdoble la actual Constitución no vigente en dos tratados, uno para todos y otro con posibilidad de salidas podría resolver el problema. Se trata en definitiva de que quienes no quieran avanzar puedan mantenerse en sus trece pero no impidan avanzar a los otros, como está sucediendo ahora.
A muchos no les gusta Sarkozy y están en su derecho. Pero a mí me parece particularmente positivo que el nuevo presidente francés no sea partidario de someter a Francia a una nueva votación y a la vez someternos a todos los europeos a la tortura y al peligro de un nuevo aplazamiento a la espera de que nuestros vecinos se dignen aprobar la Constitución. Ahora lo importante es sacar este carro hundido en una profunda rodera y esto sólo se puede hacer mediante una fórmula que permita seguir avanzando. Luego ya discutiremos los desacuerdos, por ejemplo respecto a la entrada de Turquía, en la que España está con el Reino Unido (y con Estados unidos, por cierto) y no con Merkel y Sarkozy.
Se da por supuesto que entre el nuevo presidente francés, la sólida Merkel y un Tony Blair que se despide nos sacarán del atolladero de aquí a finales de junio, cuando celebren la cumbre de Bruselas. También esto será bienvenido, aunque signifique el regreso de un directorio de tres países que deciden por todos. Pero tal como están las cosas, cualquier camino es mejor que dejar en manos de un solo país, Polonia sin ir más lejos, el entero futuro de la Unión Europea.
Una observación final. Ojalá el presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero contara ya con algún mérito para recibir algún día el Premio Carlomagno. Sabemos sobradamente de un presidente que no lo merece. Pero el actual todavía está a tiempo para hacer alguna aportación y dedicar algún esfuerzo personal a la causa más importante que tenemos hoy en día los europeos.
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