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Coloquemos al individuo en lo alto de la lista de preocupaciones. Así se estructura el humanismo

La profesora de filosofía británica Sarah Bakewell hace una encendida reivindicación de esta corriente de pensamiento, cuyo foco en el ser humano se reveló en una cita de hace unos 2.500 años, del filósofo griego Protágoras: “El hombre es la medida de todas las cosas”

Humanismo
Dos amigas se abrazan en A Coruña en una imagen de archivo de 2016.Carol Yepes (GETTY IMAGES)

¿Qué es el humanismo? Esa es la pregunta que plantea David Nobbs en la novela cómica de 1983 Second from Last in the Sack Race (Penúltimo en la carrera de sacos), en la reunión inaugural de la Sociedad Humanista Bisexual de la Escuela Elemental Thurmarsh (“bisexual” porque incluye a chicos y chicas). La pregunta causa el caos.

Una chica responde que se trata del intento renacentista de escapar de la Edad Media. Se refiere al renacimiento literario y cultural llevado a cabo por enérgicos intelectuales de espíritu indomable en ciudades italianas como Florencia en los siglos XIV y XV. Pero eso no es correcto, replica otro miembro de la sociedad. Humanismo significa “ser amable, bueno con los animales y las cosas y participar en actos cívicos, y visitar ancianos y cosas así”.

Un tercer miembro responde, mordaz, que eso es confundir humanista con humanitario. Un cuarto se queja de que están perdiendo el tiempo. El humanitario se indigna: “¿Estás diciendo que vendar animales heridos y cuidar de los ancianos y las cosas es una pérdida de tiempo?”.

El mordaz introduce ahora una definición propia. “Es una filosofía que rechaza lo sobrenatural, que ve al hombre como un objeto natural y afirma la dignidad esencial del ser humano; su valía y su capacidad de realizarse mediante el uso de la razón y del método científico”. Esta definición es, en general, bien recibida hasta que alguien objeta que hay gente que cree en Dios y se hace llamar humanista. La reunión acaba con todo el mundo más confuso de lo que estaba al principio.

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Pero los estudiantes de Thurmarsh no tenían de qué preocuparse: ‘todos ellos’ estaban en la pista correcta. Todas sus descripciones — y aun otras— contribuyen a una imagen más plena y rica de lo que significa humanismo, y de lo que los humanistas han hecho, estudiado y creído a lo largo de los siglos.

Así pues, como bien sabía el estudiante que hablaba de una visión no sobrenatural de la vida, muchos humanistas modernos son personas que prefieren vivir sin creencias religiosas y realizar sus elecciones morales basándose en la empatía, la razón y cierto sentido de responsabilidad hacia los demás seres vivos. El escritor Kurt Vonnegut resumía su visión del mundo: “Soy un humanista — decía—, lo que significa, en parte, que he intentado comportarme decentemente sin esperar recompensas ni castigos tras mi muerte”.

No obstante, el otro estudiante de Thurmarsh tenía también razón al decir que algunos humanistas tenían creencias religiosas. Aún se los podía considerar humanistas, en tanto se centraban predominantemente en las vidas y experiencias de las personas aquí, en la Tierra, más que en instituciones o doctrinas, o que en la teología o el más allá.

Otros significados no tienen nada que ver con cuestiones religiosas. Un filósofo humanista, por ejemplo, es uno que pone a la persona viva en el centro de todas las cosas, en lugar de deconstruir a esa persona en sistemas de palabras, signos o principios abstractos. Un arquitecto humanista diseña edificios a escala humana, de modo que no abrumen ni frustren a quienes viven en ellos. De igual modo puede existir medicina, política o educación humanista; tenemos humanismo en literatura, fotografía y cine. En todos estos casos, se coloca al individuo en lo alto de la lista de preocupaciones, no subordinado a ningún concepto o ideal más amplio. Esto está más cerca de lo que quería decir el estudiante “humanitario”.

Pero ¿qué pasa con aquellos eruditos de la Italia de los siglos XIV y XV, aquellos de los que hablaba el primer estudiante de la sociedad? Aquellos eran humanistas de otro tipo: traducían y editaban libros, enseñaban a estudiantes, intercambiaban cartas con amigos intelectuales, discutían interpretaciones, hacían avanzar la vida intelectual y, en general, hablaban y escribían mucho. Resumiendo, eran especialistas en humanidades (studia humanitatis, estudios humanos). A partir de este término en latín fueron conocidos en italiano como umanisti, de modo que también ellos son humanistas; en inglés estadounidense aún se los llama así. Muchos han compartido los intereses éticos de otros tipos de humanistas, creyendo que el aprendizaje y la enseñanza de las humanidades permiten una vida más virtuosa y civilizada. Los profesores de humanidades todavía lo creen, en una forma modernizada. Al introducir a los estudiantes en las experiencias literarias y culturales, y en las herramientas del análisis crítico, desean ayudarles a adquirir una mayor sensibilidad a las perspectivas de otras personas; una comprensión más sutil de cómo se desarrollan los acontecimientos políticos e históricos y un enfoque más juicioso y reflexivo de la vida en general. Esperan cultivar la ‘humanitas’, que en latín significa “ser humano”, pero con las connotaciones de refinamiento, cultura, elocuencia, generosidad y buena educación.

Humanistas religiosos, no religiosos, filosóficos, prácticos y profesores de humanidades: ¿qué tienen todos estos significados en común, si es que tienen algo? La respuesta está ahí mismo, en el nombre: todos ellos se centran en la dimensión humana de la vida.

¿Qué es esa dimensión? Puede ser difícil de definir, pero oscila entre el reino físico de la materia y cualquier reino puramente espiritual o divino que se pueda creer que existe. Los humanos estamos hechos de materia, por supuesto, como todo lo que nos rodea. En el otro extremo del espectro, podemos (según creen algunos) conectar de alguna manera con el reino numinoso. Sin embargo, al mismo tiempo ocupamos un campo de la realidad que no es ni completamente físico ni completamente espiritual. Es aquí donde practicamos la cultura, el pensamiento, la moralidad, el rito y el arte: actividades que son (en su mayoría, aunque no del todo) distintivas de nuestra especie. Es aquí donde invertimos gran parte de nuestro tiempo y energía: nos dedicamos a hablar, contar historias, crear imágenes o maquetas, elaborar juicios éticos y luchar por hacer lo correcto, negociar acuerdos sociales, adorar en templos, iglesias o bosques sagrados, transmitir recuerdos, enseñar, tocar música, contar chistes y hacer payasadas para divertir a los demás, tratar de razonar las cosas y, en general, siendo el tipo de seres que somos. Este es el reino que los humanistas de todo tipo colocan en el centro de sus desvelos.

Así, mientras los científicos estudian el mundo físico y los teólogos, el divino, los “humanistas de las humanidades” estudian el mundo humano del arte, la historia y la cultura. Los humanistas no religiosos realizan sus elecciones morales basándose en el bienestar humano, no en la doctrina divina. Los humanistas religiosos también se centran en el bienestar humano, pero dentro del contexto de una fe. Los humanistas filosóficos y de otros tipos comparan constantemente sus ideas con la experiencia de las personas reales.

El enfoque centrado en el ser humano se revela en una cita de hace unos 2.500 años, del filósofo griego Protágoras: “El hombre es la medida de todas las cosas”. Puede parecer arrogante, pero no hay necesidad de interpretarlo como que todo el universo debe conformarse a nuestras ideas, ni mucho menos que tengamos derecho a dominar a otras formas de vida. Podemos interpretarlo como que, cual humanos, experimentamos nuestra realidad de un modo humano. Conocemos (y nos preocupamos por) las cosas humanas; son importantes para nosotros, así que tomémoslas en serio.

Ciertamente, bajo esta definición casi todo lo que hacemos puede parecer un tanto humanista. Otras definiciones propuestas han sido incluso más generalizadoras. He aquí al novelista E. M. Forster (un escritor profundamente “humano”, miembro de organizaciones humanistas) respondiendo a la pregunta de qué significa para él el término: “Le haríamos mejor servicio al humanismo recitando una lista de las cosas que uno ha disfrutado o encontrado interesantes, de las personas que lo han ayudado y de las personas a las que uno ha amado y tratado de ayudar. La lista no sería dramática, carecería de la sonoridad de un credo y de la solemnidad de una ley, pero podría recitarse con confianza, porque serían la gratitud y la esperanza humanas las que estarían hablando”.

Esto es encantador, pero también se acerca mucho a desistir de toda definición. Aun así, la negativa de Forster a pronunciarse de modo dogmático o abstracto sobre el humanismo es, en sí misma, una actitud típicamente humanista. Para él se trata de un asunto puramente personal... y esa es la cuestión. El humanismo a menudo es personal, dado que trata de personas.

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