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Trabajar cansa
Columna
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Una modesta propuesta nazi pero muy práctica para la inmigración

Esto debería estar bien organizado, de forma digna de nuestra civilización. ¿Por qué no organizar algo que podríamos llamar, entre nosotros, una olimpiada de la miseria, y de modo más presentable, olimpiada para un futuro mejor?

naufragio calabria
Una bicicleta entre los restos del naufragio en la playa de Cutro, Italia, este martes 26 de febrero.GIUSEPPE PIPITA (EFE)
Íñigo Domínguez

Creo que ha llegado el momento de dejar de engañarnos, para acabar con penosos espectáculos como el del naufragio de Calabria, con todos esos muertos, muy desagradable. Es necesario afrontar la cuestión de la inmigración de forma directa y práctica, tal y como la vemos realmente. El objetivo, no declarado, de hacer imposible la llegada a Europa y que mueran cuantos más mejor, para disuadir al resto, no está funcionando. La magnífica apuesta del Gobierno de ultraderecha de Italia, por ejemplo, ha sido un éxito. La guardia costera está abocada a dedicarse a audaces incautaciones de atún de dimensiones no autorizadas y se impide a los barcos de las ONG que salven gente, mareándoles y obligándoles a llevar a los que rescatan al puerto más lejano posible. Se ha conseguido el objetivo, están muriendo más, pero siguen viniendo. ¿Qué hacer? Lo que habría que hacer lo sabemos todos: abrir oficinas europeas en estos países para tramitar solicitudes de asilo y de trabajo, organizar un sistema eficiente. Pero sería demasiado fácil, lo lógico es continuar con nuestra política de carrera de obstáculos, una selección natural de razas para que solo lleguen aquí los supervivientes. Pero debería estar bien organizado, de forma quirúrgica y racional, digna de nuestra civilización occidental. Por eso, ¿por qué no organizar algo que podríamos llamar, entre nosotros, una olimpiada de la miseria, y oficialmente y de modo más presentable, olimpiada para un futuro mejor (o algo así)?

Se trataría de lo siguiente. Una vez al año se organizan en un lugar de África o Asia, lejos en cualquier caso, unas pruebas inhumanas que reproduzcan las condiciones reales que ya afrontan los inmigrantes, pero en un entorno seguro. Por ejemplo, atravesar un desierto, recibir palizas, ser violados, torturados, matados de hambre y sed, robados, salto de vallas de cuatro metros con cuchillas (aquí se permitiría competir en grupos), travesía en pesquero de madera de no menos de 80 años de antigüedad con temperaturas de cinco grados y olas de cuatro metros, naufragio con prueba de natación de 500 metros (estilo libre) y, al llegar a la frontera, en algunos casos, rechazo en caliente o frío. Los que se rindan, desistan, caigan heridos o corran peligro serán asistidos de inmediato por la organización y con un diploma se les mandará de vuelta a casa, sanos y salvos. No somos unos bárbaros, y además se podría hacer negocio con los derechos de televisión, sería la madre de todos los realities. Los que lo superen, esos superhombres, supermujeres y superniños, podrán, con todo derecho, ser nuestros camareros, limpiar nuestros baños y recoger nuestras fresas con sueldos mínimos y alojados en zonas marginales. Eso sí, deberían consentir después, como pequeña cláusula, ser insultados como vagos y delincuentes, para dejar las cosas en su sitio.

¿Cómo se llamaría un partido que propusiera esto? ¿Nazi? Yo preferiría que estuviera así de claro, porque los partidos que votamos hacen esto mismo, pero en teoría son de izquierda, liberales, conservadores, en definitiva, demócratas y europeos.

Siguen resonando las palabras que en 1947 Primo Levi rogó, bajo la amenaza de una maldición sobre todos nosotros, que esculpiéramos en nuestros corazones: “Vosotros que vivís seguros/ En vuestras cálidas casas/ Vosotros que volviendo de noche encontráis/ La comida caliente y los rostros amigos:/ Considerad si esto es un hombre”. Es la única consideración que hay que hacer.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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