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Columna
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La ultraderecha ya tiene empleado del mes

El régimen talibán es una gran pérdida de tiempo, eso es lo peor. Es volver al pasado para fracasar de nuevo.

Íñigo Domínguez
Afganistan
Mujeres afganas con burka en Afganistán este 1 de septiembre.AAMIR QURESHI (AFP)

Os invito a leer unas valoraciones de películas. “La presentación de algunos números de cancán exige reservas. Para adultos con restricciones” (una de Walt Disney). “La común amoralidad de varios personajes, su extrema desenvoltura sentimental, escenas y vestimentas no aceptables convierten el filme en negativo. Desaconsejado” (esta era de Elvis Presley). “La fórmula del wéstern tradicional es rigurosamente respetada: victoria final del hombre de la ley y consecuente castigo de los malvados. No plantea problemas de orden moral. Para todos” (y esta era una de vaqueros como Dios manda). Son de un libro divertidísimo, las críticas del Centro Cattolico Cinematografico italiano de 1965. Claro que entonces no era tan divertido. E Italia estaba avanzada respecto a España.

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Los talibanes prohíben el cine en general y, a las mujeres, hasta reírse en público o llevar zapatos de tacón, porque un hombre no puede oír los pasos de una mujer, no digamos la música de una sonrisa. Lo cierto es que la teocracia afgana es la fantasía de todo fanático religioso masculino, pero de cualquier religión. Al margen de análisis geopolíticos, ni se habla de algo de lo sobreentendido que está: es una cuestión religiosa. Recuerda la concepción arcaica en todas las religiones de la mujer y todo lo que tenga que ver con el sexo. Es su pecado original, del que siguen sin renegar. Los países dominados por la religión o sus valores más necios suelen ser insoportables.

En Piazza Armerina, en Sicilia, hay una villa romana con un célebre mosaico del siglo IV, unas mujeres haciendo deporte en biquini. Fue el último siglo en el que se lo pudieron poner, luego vinieron 17 de religiones monoteístas, obsesionadas con que se viera lo menos posible a la mujer, hasta el invento definitivo, el burka. El biquini como tal no reaparece hasta 1946. Lo llamaron así porque entonces en las islas Bikini realizaban pruebas nucleares y su creador pensó que tendría sobre la población masculina similares efectos atómicos. Desde luego a un talibán le estallaría la cabeza, o alguna otra parte de su anatomía con la que en realidad piensa. Porque todas esas medidas contra la mujer, si lo he entendido bien, quieren borrarlas para no excitar al hombre heterosexual, más en concreto a unos barbudos iletrados (y feos). Al margen de que la alternativa tiene más mérito a ojos de Dios y de las personas educadas —amar o aprender a dominarse, qué demonios—, la historia demuestra que es un error: es mucho peor. Si la ONU tuviera índices serios de masturbación per capita, el paraíso talibán sería número uno a años luz del segundo, seguido de Arabia Saudí y otros paradigmas de la virtud en la tierra. Creer que se puede reprimir el sexo es perder el tiempo. El régimen talibán es una gran pérdida de tiempo, eso es lo peor. Es volver al pasado para fracasar de nuevo.

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En 1976, anteayer, Bernardo Bertolucci fue condenado por el Tribunal Supremo italiano a dos meses de cárcel por El último tango en París y la sentencia ordenó destruir todas las copias. El director replicó: “No os hagáis ilusiones, en la Italia de 1976 sois solamente una minoría en vías de extinción histórica, natural, biológica”. En esos años parecía claro, eran los últimos coletazos de un mundo retrógrado en declive, el fin de una sociedad clerical. Lo que da miedo ahora son los eructos de un mundo retrógrado en ascenso. Para acabar de complicarlo, aparecen mentecatos como el de la falsa denuncia homófoba en Madrid. La próxima víctima lo tendrá aún más crudo. La ultraderecha debería hacerle empleado del mes.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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