Una democracia desmemoriada
Hay que romper con la querencia española de arrasar con toda construcción política anterior para volver a empezar de cero
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Eran las doce de la mañana del 1 de julio de 1976 cuando recibí su llamada. “¡Ya lo he hecho!”. Con voz nerviosa, el Rey me anunciaba que había aceptado la dimisión de Arias Navarro. Estaba emocionado por haber tenido el coraje de hacerlo. Tras siete meses de ingrata convivencia con el presidente del Gobierno heredado de Franco, había conseguido romper con él. Arias no contaba con que le aceptara la renuncia. Veía a don Juan Carlos como una figura manipulable, a la orden de los herederos del régimen. Se equivocó. El joven Rey tenía otros planes para España. Pero se quedaba solo ante el peligro...
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