Los nadies
Lute, protagonista de mil vidas, descansa en un nicho anónimo y benéfico del cementerio de Barcelona
Hace un minuto que los obreros acaban de meter el ataúd de madera dentro del nicho 959. Los amigos de Eleuterio Fraga, Lute, se arremolinan en frente. No han podido velarle porque no entra en los entierros benéficos, así que el lugar para las conversaciones que acompañan a los muertos es delante de su lápida, sin nombre, en la parte antigua del cementerio de Montjuïc de Barcelona.
“¿Cómo estás? ¡De maravilla! Él siempre respondía eso”, le recuerdan los suyos, entre sonrisas tristes. Español de nacimiento, criado en Argentina y aventurero, a sus 72 años “había vivido mucho, una vida en mayúsculas”. Marino, taxista, fontanero, repartidor, dueño de un bar, vendedor de tabaco de contrabando en el metro… Y un sin techo en las calles de Barcelona durante casi tres años. Hasta la montaña, con vistas al mar, han subido siete amigos para decir adiós a Lute: su familia, Carlos y Luisa, cuatro trabajadores de Arrels, Anna, Conxi, Juan y Txema, y Joan, un voluntario de la fundación de ayuda a personas sin hogar.
Lute solía hablar de sus vivencias en el mar, recuerdan. En un brazo se podía leer Sailor’s grave [tumba de marineros]; en el otro, lucía un barco tatuado. Durante siete años como marino mercante, recorrió Europa, estuvo en Japón, Sudáfrica, Irak, Irán, Yemen, Etiopia, Kenia, Liberia, Nueva York… Pero nada comparable a Narvik, un pueblo de 18.000 habitantes, en Noruega. “¡Oh, entrar en Narvik! […]En verano es verde, todo verde. En invierno, todo nieve, con treinta y pico grados bajo cero”, le contó a Joan Roqueta, en una entrevista para un libro sobre la vida de cinco personas que habían vivido en la calle, Vaig dormir al carrer, publicado por Arrels.
Sus viajes a Narvik los hizo en el Nikkala. “Era un mundo de barco. Teníamos unas patinetas, unas motos, para ir de proa a popa, porque el barco tendría doscientos y pico, trescientos metros de longitud. Y además, todo llano. Biblioteca, sala de ping-pong, sauna, piscina… Otro mundo”. Y en Narvik estaba “esa chavala, Anne-Britt”. “Cada vez que llegaba el barco, me estaba esperando”. Joan vio a Lute por última vez en septiembre, después de un viaje a Buenos Aires. Le llevó una fotografía ampliada del Nikkala. “Se emocionó, dio un salto y me abrazó”, revive Joan.
Carlos Larama, de 67 años, y Luisa Paredes, de 70, están emocionados. Compartían piso con Lute desde hacía casi 10 años. “Éramos una familia”. Se conocieron en un bar del Paral·lel, en el Mundial de 2010. “Oí un acento argentino y me fijé en él”, explica Carlos, al lado de su mujer, los dos argentinos. Hacía dos años que Lute había salido de la calle con la ayuda de Arrels, y vivía entre pensiones y habitaciones alquiladas. “Le dije ‘vente’ y se quedó en casa”. Compartían la pasión por el Barça y el San Lorenzo de Almagro.
“Tuvo una vida complicada, y a pesar de eso mucha gente le quería”, explican sus amigos. Bajo la fórmula “una vida complicada” se esconden las adicciones, la muerte de su padre, con 58 años, de su madre, con 64, de su hermana, con 66, de su mujer, con 47, de su hijo, con 26… “La caída es de golpe”, sentenciaba Lute. “Yo dormía donde me pillara. En los porches del 7 Portes, en algún cajero, en alguna habitación alquilada cuando encontré trabajo… incluso de okupa en Las Planas. Se pasa miedo. Por una chaqueta o un colchón te meten una puñalada. Pasé dos o tres años que no se los deseo a nadie”, contó en otro libro de Arrels, CentxCent carrer.
“Ay, qué palo”, murmura Anna Skoumal, de 39 años, mientras los obreros sellan con cemento el nicho con la caja en la que va el cuerpo de Lute. El suyo es un entierro de beneficencia. Entre marzo y diciembre del año pasado, se celebraron 144 en Barcelona. No hay ningún lujo, ni siquiera da para grabar su nombre en la lápida, que en unos años se usará para otra persona, y los restos de Lute irán al osario general. “Estoy muy triste, le echaré en falta. Somos parte de su familia y ellos, de la nuestra”, añade. Conxi Cueto, de 51 años, tampoco podrá pasar por el Mercat Nou, en Sants, sin pensar en él. “No había manera de pagarle ni un café”, comparten en el corrillo de amigos de Lute, cuatro de los cuales son trabajadores de Arrels. Solo un día, sonríe Anna, con todo atado ya de antemano, lograron invitarle a una paella.
“Estaba muy agradecido a Arrels”, explica Carlos, que asegura que todas las semanas iban a verle. Tampoco pasaba su cumpleaños o Reyes sin que le hiciesen algún regalo. “No pensaba que fuesen así, pensaba que era un trato más frío”. También le acompañaban al hospital, donde le trataban de un cáncer de pulmón que al final le causó la muerte. “No dejaría que mi madre fuese sola al hospital, tampoco podemos dejar que él lo hiciese”, resume Conxi.
Txema Anguera le conocía desde 2008, cuando llegó a Arrels, donde es educador social. Para despedirle, elige el poema Alguien de Borges. Joan Roqueta escoge un pequeño fragmento de las entrevistas que le hizo en 2017. Conxi le dedica Los Nadies, de Galeano: “Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos. Que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata”.
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