Jessica Lange, el icono rebelde que amenaza con retirarse: “Me niego a ser un anuncio de nadie”
La ganadora de dos Oscar, que también ve corrompido el ámbito de los premios y vivió una segunda juventud con ‘American Horror Story’, se ha mostrado descreída a lo largo de los años con una industria en la que perviven prejuicios sexistas y edadistas
“Unas tres semanas antes de empezar cada trabajo que acepto, llamo a mi agente y le digo: ‘No creo que pueda hacerlo. No creo que sea la adecuada, deberían llamar a Jessica Lange”. Ni el cumplido del más prestigioso de los críticos podría igualar en valor que este comentario lo hiciese Meryl Streep, una de las grandes actrices de la historia y rival de Lange a la hora de compe...
“Unas tres semanas antes de empezar cada trabajo que acepto, llamo a mi agente y le digo: ‘No creo que pueda hacerlo. No creo que sea la adecuada, deberían llamar a Jessica Lange”. Ni el cumplido del más prestigioso de los críticos podría igualar en valor que este comentario lo hiciese Meryl Streep, una de las grandes actrices de la historia y rival de Lange a la hora de competir por varios de los papeles más suculentos de las últimas décadas. Tras medio siglo de carrera, dos Oscar, cinco Globos de Oro, tres Emmy, un premio del Sindicato de Actores y un Tony, Jessica Lange (Minnesota, 74 años) amenaza con retirarse. “No creo que siga haciendo esto mucho más tiempo”, dijo hace unos días a The Telegraph. “La creatividad es ahora secundaria frente a los beneficios empresariales. No se hace hincapié en el arte, el artista o la narración. Se trata únicamente de satisfacer a los accionistas”.
Hija de un profesor y vendedor ambulante y de una ama de casa que vivían de manera seminómada, Lange llegó a Hollywood por casualidad. Quiso apuntarse a clases de pintura al acabar sus estudios, pero por falta de plazas acabó matriculándose en fotografía y enamorándose de su profesor, el asturiano Paco Grande. Con él recorrió España. “Fuimos desde Ronda hasta Asturias, parando en muchos lugares a los que me gustaría volver”, contó a El País Semanal en 2015.
“Paco y yo vivíamos en la carretera. En Estados Unidos nuestra casa era una furgoneta. Era una vida muy plena y feliz”. Aquella vida bohemia les llevó al efervescente París de finales de los sesenta, donde compartieron piso con fotógrafos como Robert Frank y el, a la postre, director Larry Clark. En la capital francesa estudió mimo con Étienne Decroux y se unió a la Opéra-Comique como bailarina. Su belleza llamó la atención del ilustrador de moda Antonio López, descubridor de Grace Jones y Jerry Hall, lo que la llevó a trabajar para la agencia de modelos Wilhelmina, la más prestigiosa de la época.
En aquel momento, el equipo de producción de la nueva versión de King Kong (1976) que preparaba el magnate Dino de Laurentiis estaba desesperado buscando un rostro sexy y fresco. Cuando encontraron una foto suya, la llamaron inmediatamente. “Sucedió de la noche a la mañana. Me llamaron por la noche y me preguntaron si podía volar a Los Ángeles por la mañana para hacer la prueba. Dije que sí. Nunca había estado allí antes”. King Kong fue su bautismo de fuego en la industria por las dificultades técnicas y las prisas de De Laurentiis por estrenar la que se suponía que iba a ser su mayor producción. La gigantesca mano hidráulica del primate, en la que Lange pasa buena parte del metraje, le jugó alguna mala pasada, según contó al crítico Roger Ebert: “Una vez tenía que aplastarme y casi lo hizo. Otra vez tenía que darme una palmada en la cabeza y por poco me deja inconsciente”.
La crítica destrozó la película, pero salvó a Lange. Pauline Kael la comparó con la Carole Lombard de Al servicio de las damas (1936) y no escatimó en halagos hacia ella a lo largo de su carrera. “Tiene una estructura facial que la cámara adora, y también talento”, sentenció en una ocasión. El éxito de King Kong en taquilla y las alabanzas a su trabajo no se materializaron pronto en un aluvión de llamadas. Lange pasó tres años lejos de los focos, hasta que su amigo y antiguo amante Bob Fosse, director y coreógrafo, le ofreció el papel de ángel de la muerte en la crepuscular All that jazz (Empieza el espectáculo) (1979). Volvía a estar en el mapa y esta vez en una producción digna de un talento que empezaba a ser obvio para todos. El director Bob Rafelson le ofreció protagonizar junto a Jack Nicholson otra versión de un clásico, El cartero siempre llama dos veces (1981). El resultado fue inferior al de la original, pero dejó para el recuerdo la escena de sexo entre los dos personajes principales sobre la mesa de la cocina, una de las secuencias más sensuales de la historia del cine, y la constatación de que no es necesario desnudar a nadie para poner a tono al público. Lange y Nicholson dieron un nuevo sentido a eso de compartir las tareas del hogar, aunque Lana Turner, protagonista original de la obra de James M. Cain, tachó la película de “pornográfica”.
El trabajo de Lange impresionó tanto a Graeme Clifford, montador de la película, que le pidió que interpretase el papel titular en su debut como director, Frances, la biografía de la actriz Frances Farmer (una figura del Hollywood clásico que llegó a ser comparada con Greta Garbo y acabó sus días entrando y saliendo de instituciones mentales). La intensidad de aquella actuación la dejó exhausta, pero fue clave en su vida. Durante el rodaje se enamoró de su coprotagonista, Sam Shepard. Las dos estrellas iniciaron una relación que hizo las delicias de la prensa rosa, para quien la pareja era una especie de reedición moderna de Marilyn Monroe y Arthur Miller. Él era un guapísimo autor teatral con aires de vaquero taciturno, el prototipo de hombre estadounidense. Ella, una actriz prodigiosa y físicamente explosiva. Alimentaba el mito el que ambos vivieron en un rancho al margen del mundo, bellos, libres y salvajes. No empañaba el buen relato que los dos tuvieran pareja cuando empezaron su idilio: Shepard estaba casado con la actriz O-Lan Jones, con quien tenía un hijo, mientras Lange, que se estaba divorciando de Paco Grande, acababa de dar a luz a una hija con el bailarín y actor Mijaíl Barýshnikov; a su vez, infiel entonces a Lange con una bailarina. “Cuando empezamos no fue con la intención de irnos a vivir juntos, formar una familia, hacer todas esas cosas normales. Era solo una historia de amor increíblemente apasionada”, reveló a Vanity Fair en 1991.
Estuvieron juntos tres décadas y tuvieron dos hijos. Shepard, además, le animó a profundizar en su vieja pasión por la fotografía. Le regaló una Leica M6 que había comprado en Alemania y lo que empezó como un divertimento desembocó en una notable trayectoria como fotógrafa, con exposiciones por medio mundo.
Su paso por la producción de Frances tuvo otra consecuencia relevante. Durante el rodaje, Kim Stanley, la actriz que interpretaba a su madre, le sugirió que tras aquel esfuerzo interpretativo que la había devastado probase “algo ligero”. La ligereza en cuestión fue Tootsie (1982), la comedia de Sydney Pollack con Dustin Hoffman. En ella interpretaba al reverso luminoso de Francis Farmer: una actriz dulce e ingenua. Aquel año consiguió todo un hito: ser nominada tanto en la categoría de actriz principal como en la de secundaria. Ganó el segundo. Aunque a ella ya no le emocionen mucho los premios.
“Los Oscar se han vuelto un disparate que nada tiene que ver con las películas. Antes era muy diferente. Te las apañabas como podías. A veces te llamaban y te ofrecían un vestido, y por no ir de compras te parecía una buena idea. Pero en diez años se ha llegado a unos extremos delirantes”, se desahogó en EL PAÍS. “¿Qué sentido tiene lucir unas joyas que no son tuyas y que encima, como valen millones, te obligan a pasar la noche pegada a un vigilante? Me resulta ridículo e indecente. Me niego a ser un anuncio de nadie, que es de lo que ahora se trata”.
A pesar de ello, durante años acumuló galardones de toda índole gracias a una racha gloriosa que continuó con títulos como Dulces sueños (1985), biopic sobre la cantante country Patsy Cline –un papel por el que la propia Meryl Streep suplicó infructuosamente al director Karel Reisz–, Crímenes del corazón (1986), junto a Diane Keaton y Sissy Spacek, y la excepcional La caja de música (1989), de Costa-Gavras, en la que interpretó a una abogada que descubría que su padre fue un criminal de guerra nazi. Si algo ha definido la carrera de Lange es su querencia por los personajes complejos, rotos, siempre a punto de desbordarse.
A principios de los noventa, la que fue una de las reinas de la crítica y taquilla en los ochenta se tomó un breve descanso para centrarse en su familia. Reapareció a lo grande, ganando un Oscar por su papel de esposa maniacodepresiva de un militar en Las cosas que nunca mueren (1994).
Una vez superados los cuarenta empezó a sentir los primeros efectos de un afección común entre las actrices femeninas: el edadismo. “La discriminación por razón de edad es omnipresente en este sector. No hay igualdad de condiciones”, se lamentaba en una entrevista para la página de la Asociación Estadounidense de Personas Jubiladas en 2017. “No es frecuente ver a mujeres de 60 años en papeles románticos, pero sí a hombres de 60 años en papeles románticos con coprotagonistas décadas más jóvenes”. Profecía autocumplida: mientras en 1995 fue la esposa de Liam Neeson en Rob Roy, la pasión de un rebelde, el pasado año en Marlowe interpretó a la madre del interés romántico de Neeson, Diane Kruger, 26 años más joven que el actor irlandés. “Que los hombres sigan siendo fascinantes, atractivos y viriles, mientras las mujeres envejecen y ya no son sexuales o hermosas, es una fantasía que no tiene nada que ver con la realidad”, criticaba en The Wrap. Pero en el ecosistema de Hollywood la farsa se perpetúa.
El teatro y la televisión son muchas veces refugios para actrices que, como ella, quieren seguir trabajando sin ser reducidas a papeles anecdóticos. Por ello ha sido sobre las tablas y en la pequeña pantalla donde Lange ha conseguido sus mayores éxitos de los últimos años, como Grey Gardens (2009), la serie de HBO en la que ella y Drew Barrymore interpretan a las muy peculiares tía y prima de Jackie Kennedy.
Pero difícilmente podía imaginar entonces que acabaría convirtiéndose en uno de los rostros más reconocibles y admirados para una nueva generación de espectadores. Sucedió gracias a la antología de terror American Horror Story (2011), de Ryan Murphy y Brad Falchuk. Una nueva fama y un nuevo método de trabajo. “Es interesante. El cine es un ejercicio de interpretación donde tienes un primer, segundo y tercer acto. Aquí hay veces que no veo el guion hasta el día antes del rodaje. Pero también está siendo liberador porque Ryan escribe esas pequeñas arias para mí, lo que convierte nuestra relación en algo único”, declaró en otra entrevista a EL PAÍS.
Tanto sus seguidores de siempre como los que la descubrieron gracias a la saga de terror adoraron su trabajo. Sus interpretaciones de Life on Mars, de David Bowie, y Gods and Monsters, de Lana Del Rey, en Freak Show (cuarta temporada de la serie, 2014) llegaron al top 50 en iTunes. El idilio con Murphy tuvo continuidad en Feud: Bette y Joan (2017), donde recreó junto a Susan Sarandon el complejo rodaje de ¿Qué fue de Baby Jane? (1962) y la profunda enemistad entre sus protagonistas, Joan Crawford (Lange) y Bette Davis (Sarandon). Y tal vez se prolongue. Aunque ha anunciado su intención de retirarse, el amago pierde credibilidad con su precedente de 2013 y tiene varios trabajos pendientes, entre ellos una película sobre los años de Marlene Dietrich como cantante en Las Vegas producida por Murphy y una adaptación televisiva de Largo viaje hacia la noche (1956), del dramaturgo Eugene O’Neill, uno de sus grandes éxitos en teatro. Lo que garantiza que todavía podremos volver a disfrutar su talento, algo que los espectadores agradecemos, aunque ella no se considere imprescindible. “Estoy segura de que no me echarán de menos en absoluto”, afirma. Es una opinión.
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