Llorar en Instagram: un fenómeno que se extiende entre las celebridades y despierta reacciones encontradas entre el público
Esta semana Miguel Herrán volvía a sorprender a sus seguidores con una foto en la que aparece llorando y la cantante Soraya lo secundaba en un comentado vídeo. La búsqueda de cercanía o el fin de anticuadas ideas sobre la masculinidad son solo algunas de las razones de este fenómeno
El pasado domingo 10 de enero, Miguel Herrán, actor de La Casa de Papel y Élite, publicó en su cuenta de Instagram una fotografía en la que aparecía con los ojos llorosos. No era la primera vez que lo hacía y, como había sucedido anteriormente, algunos de sus más de 13 millones de seguidores le enviaron numerosos mensajes de apoyo, como: “Eres muy bonito. Somos seres vulnerables y mostrarnos así es [emojis de estrellas]”.
Herrán ha sido valiente a la hora de dejar claro que incluso los actores más famosos y deseados atraviesan problemas. Lo ha querido hacer público, por ejemplo, hablando abiertamente en ICON de lo mucho que le cuesta “estar aquí y ahora. Siempre estoy pensando en lo que voy a hacer después, sin disfrutar del momento”. También tuvo coraje al hablar de algunos conflictos que tiene con su físico, envidiado por millones de seguidores: “Cada verano es la comidilla con mis colegas: cómo está mi cuerpo, si estoy más grande o más definido. Y yo siempre les digo que lo triste es que ellos, con su barriga y sus cervezas, son diez veces más felices con su cuerpo que yo”.
Al día siguiente de que los 14 millones de seguidores de Herrán viesen sus imágenes llorando, la cantante Soraya Arnelas publicó en esa misma red social un vídeo en el que mostraba los estragos causados por la borrasca Filomena en el jardín de su casa y sollozaba por el sufrimiento de los árboles afectados por la nieve. A diferencia de Herrán, la cantante tuvo que eliminar el vídeo de Instagram por las burlas de los haters. No obstante, y a pesar de esta diferencia en las reacciones, lo que parece innegable es que los personajes púbicos han perdido el miedo a mostrarse llorando. Algunos, con más sensibilidad, celebran que los privilegiados se muestren vulnerables. Otros, con un punto de cinismo, ven en ello algo de cartón piedra.
En 2018, por ejemplo, Drew Barrymore publicó en Instagram una fotografía tomada en el cuarto de baño de su casa, en la que aparecía con la cara congestionada por el llanto y el siguiente texto: “No puedo ocultar que algunos días son difíciles y no tan bonitos”. En 2020, Millie Bobby Brown (Stranger Things) se grabó llorando mientras narraba a sus seguidores que se había sentido acosada por un fan y, hace unos meses, Sam Smith se fotografió con los ojos vidriosos en las escaleras de entrada a su casa. Como en el caso de Herrán y Arnelas, mientras que las actrices de Los Ángeles de Charlie y de Stranger Things recibieron el apoyo de las redes, el cantante de My oasis fue calificado por el periodista británico Piers Morgan de “attention seeker” o, en castellano, “demandante de casito”.
Ética y estética del llanto
A pesar de la reciente proliferación de este tipo de fotografías, que han dado lugar a cuentas de Instagram cuyo contenido se limita a reproducir fotos de famosos llorando, la representación del llanto en la sociedad occidental no ha sido demasiado frecuente. Como recuerda Xandru Fernández, filósofo, escritor y traductor, “a finales del siglo XVIII [el historiador y arqueólogo Johann Joachim] Winckelmann defendía que las estatuas griegas no mostraban a los héroes llorando ni quejándose porque aspiraban a representar las ideas puras y las emociones serenas concomitantes con esas ideas. [El escritor y crítico de arte Gotthold Ephraim] Lessing, por su parte, contraatacó mostrando cómo en el teatro los héroes lloraban y se quejaban, y conjeturó que, si en la escultura no lo hacían, era porque el llanto deforma el rostro, es desagradable de ver y altera el equilibrio formal”.
Por tanto, concluye Fernández, que la representación del llanto no fuera habitual en nuestra sociedad no respondería a razones éticas, sino a razones estéticas. Una situación que, sin embargo, no impide que haya “algo en nuestros modos de representación que se inclina a prestar más atención al estatuto del que sufre, del doliente, quizá porque se entiende que lo que hace daño es más real que lo que no. Esto es algo que ya está en Schopenhauer, pero también en el tópico de pellizcarnos para saber que no estamos soñando: si duele, es real”.
Además, añade Fernández, “hay una tendencia general a la victimización, que no sé si atraviesa toda la sociedad, pero que sí se evidencia en la esfera pública, en el mundo del entretenimiento, en la política, en las redes sociales o en el periodismo”. Para él resulta insólito que, por ejemplo, un periodista convierta en noticia la justificación de sus propios errores o que un político se victimice para justificar sus decisiones. “Hace unos días las redes sociales de Podemos se llenaron de mensajes en los que intentaban quitarse de encima su responsabilidad en la subida del recibo de la luz. La gente les exigía que cumplieran sus promesas y ellos se quejaban de que no les habían votado suficientes personas como para poder cumplirlas. Es una llantina constante, cotidiana”, señala Fernández, que llama la atención sobre el hecho de que, mientras en las redes abundan mensajes en los que se da noticia de muertes, enfermedades, despidos y otras situaciones que los usuarios comparten para sentirse arropados, “no hay las mismas ganas de socializar las alegrías”.
Más empatía y menos ‘likes’
Como explica la psicóloga Violeta Alcocer, somos animales sociales. Por eso, cuando vemos a alguien sufrir, nuestra naturaleza compasiva se activa y nuestra atención se dirige a comprender qué sucede y cómo podemos ayudar”. Algo que no ocurriría cuando se ve a alguien reír porque, en esos casos, “entendemos que todo va bien y podemos seguir con lo nuestro”. Por todo ello, muchos famosos habrían encontrado en esta simpatía instintiva que genera el llanto una forma de afianzar su posición en un escenario como el de las redes sociales, donde la popularidad está cada vez más segmentada, y en un momento histórico en el que las desigualdades económicas están cada vez más acentuadas.
“Mostrarse como alguien que sufre y no como alguien que hace sufrir se supone que humaniza y vuelve a esa persona más cercana, más simpática. En ese sentido, la reacción de los ídolos es la de descender unos escalones hasta situarse más abajo de donde ellos mismos creen estar y la forma más fácil de hacerlo es exhibiendo problemas humanos”, añade Xandru Fernández, que señala que, cuando no se tienen esos problemas, como es el caso de esos famosos, “se exhiben las reacciones que uno experimentaría si los tuviera. En otras palabras, si no eres pobre, no puedes exhibir pobreza porque hacerlo sería de mal gusto; pero si la pobreza nos entristece y nos vuelve emocionalmente vulnerables, lo que sí puedes hacer es mostrarte triste y vulnerable”.
La nueva masculinidad pasa por llorar
Otro de los elementos a analizar en este nuevo fenómeno es que algunos de los famosos que muestran esa vulnerabilidad sean hombres. “La Virgen, María Magdalena…, las imágenes de mujeres famosas llorando son muy habituales desde hace muchísimo tiempo. Sin embargo —recuerda Fernández— la imagen del hombre llorón es menos frecuente porque la masculinidad tradicional despreciaba el llanto por esa idea de que los tipos duros no lloran”. En ese sentido y como apunta Violeta Alcocer, “un hombre que llora en público va a llamar más la atención que una mujer, porque ese llanto transgrede los mandatos de género y al rol masculino”.
A partir de lo anterior, se podría afirmar que los hombres que se muestran llorando son un ejemplo de que el estereotipo del hombre tradicional ha entrado en crisis. No obstante, el hecho de que lo hagan a través de la televisión o de Internet hace que no se pueda descartar que se trate, como los describe Xandru Fernández, de “una exhibición de debilidad entendida como atributo positivo de una nueva masculinidad”. En todo caso, al enfrentarse a este nuevo fenómeno tampoco hay que olvidar la mecánica intrínseca a las redes sociales, donde la crítica parece ser la actividad más extendida entre sus usuarios. Poco importa que esos influencers se muestren felices o aparezcan compungidos. En un caso serán criticados por transmitir una visión distorsionada de la vida y, en el otro, por exhibirse y llamar la atención.
“Todavía estamos en la niñez o adolescencia del paradigma de la comunicación digital de masas. Vivimos insertos en un ambiente de excitación y euforia democratizadoras que llevan a querer bajar de su pedestal a todos los que ostenten algún privilegio distinto al de los cualquiera”, comenta Santiago Gerchunoff, filósofo, editor y autor de Ironía on: una defensa de la conversación pública de masas (Anagrama, 2019), que recuerda que “veníamos de dos siglos en los que, históricamente hablando, se naturalizó una diferencia jerárquica insólita entre los artistas, famosos o emisores con voz y el público, silencioso. Ahora, de pronto, todos tenemos voz, todos tenemos público. Disfrutamos como bebés de la mera posibilidad de igualarnos y nos irrita cualquier posición de privilegio, sea para reír o para llorar”.
Aunque es un hecho que en esa conversación digital de masas siguen operando relaciones de jerarquía, desde el momento en que no es igual tener decenas de miles de seguidores que unos pocos, las redes permiten que los que apenas tienen un puñado de followers puedan burlarse de los que tienen millones. “La mera constatación de ese poder es gozosa. Otra cuestión sería analizar para qué sirve. No me meto ahí, pero pareciera que al trolear a un famoso fuéramos como bebés descubriendo que podemos cerrar y abrir la puerta o romper el castillo de arena”, concluye Gerchunoff. Como decía aquella célebre frases de nuestras madres, ya lloraremos luego.
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