Mudanzas
Melania Trump abandonó Washington con su marido en un brazo y aferrada a un bolso de 75.000 dólares en el otro como emblema de la vulgaridad arrogante
Disfruté con el recital de Amanda Gorman durante la toma de posesión del presidente Biden. Apropiándome de esa expresión que utilizan hasta la saciedad las pijas caraqueñas, “¡La amé!” por su comunicación fluida, su joven sensibilidad y porque demostraba que después de un desastre como es la violencia, hay eso que ella describió: “Tras las penas que acarreamos, enfrentemos el mar”.
Esta joven negra, criada por una madre soltera como ella mismo dijo, es imagen de esta nueva etapa de su país. La respuesta, tan delicada como firme, a la grosería de la ex pareja presidencial, que abandonó Washington sin reconocer la continuidad democrática. Melania con su marido en un brazo y aferrada a un bolso de 75.000 dólares en el otro como emblema de la vulgaridad arrogante. Pero tranquiliza imaginarlos ricamente muertos de aburrimiento en Mar-a-Lago, la típica construcción exagerada para exhibir tu fortuna y enterrar tus penas en tantos bolsos y hoyos como los de un campo de golf gigante.
En medios norteamericanos se habla de que a los Trump, Ivanka y Tiffany incluidas, les espera algo que mezcla bolsos caros con exilio y vergüenza, un suave ostracismo social, un SOS. Es verdad que hay los llamados patriotas trumpistas aduladores de Trump pero si la marea se vuelve contraria, podrían robarle el bolso Hermès a Melania o confundirlo con un retrete, como hicieron con la moqueta en el Capitolio.
En fin, se han ido a Palm Beach, pero aquí estamos acompañados de gente más agradable como Jennifer Lopez o Lady Gaga y, además, empieza la mudanza, que es algo siempre lioso pero lleno de esperanza. Y me gustaría transmitirle esta sensación a Fabiola Martínez, más conocida como esposa de Bertín Osborne. ¡Hola! no solo les dedica su portada sino que en su versión digital acompañaba las declaraciones de Fabiola con una música luctuosa. ¡Hola! contempla las rupturas sentimentales como duelos y debe tener razón, son finales pero, citando de nuevo a Amanda Gorman, tenemos que superarlas, como una ola que sigue a otra. Deseo que Fabiola asuma su nueva situación como una mudanza. Son sanadoras. Siempre que te enfrentas a una, limpias el armario, renuevas. Fabiola hoy aparece compungida pero más adelante sonreirá y quizás entre en esa dinámica de portadas que tanto divertían a Terenci Moix: “Primero, la ruptura. Después, la pregunta mágica: ¿Estás abierta al amor? Y, finalmente, la consagración de esa apertura mediante el noviazgo y una deliciosa boda en exclusiva”.
Iñaki Urdangarin también se muda. Ya ha obtenido el tercer grado, un permiso que le permite salir a diario y seguir un curso de rehabilitación para corruptos. No sabía que existiera ese máster. La rehabilitación es una cosa seria, en el caso de Urdangarin se nota que está en sus primeras sesiones ya que se aprovecha, con cierta ansiedad, de la revista Semana para revelar que en Zarzuela no es bien recibido. Hombre, Iñaki, el perdón, si es real, es un poquito más lento. Un exduque debería saberlo. En cualquier caso, Urdangarin podrá aprovechar su vuelta a la libertad para ayudar a gente y también a su adinerada esposa en la mudanza de Ginebra a… España. ¿Volverán a Barcelona para votar en las elecciones? Lo cierto es que como en España en ningún sitio. Y así veremos el beneficioso efecto de la rehabilitación, mudarse de duque de Palma a ciudadano Iñaki.
Victoria Martín Berrocal, que se ha mudado a Lisboa, anuncia que le encantaría casarse y pronto con João, su portugués favorito. Victoria, que no necesita rehabilitación, corrobora que “esas cosas hay que hacerlas a lo grande” y que se casaría “vestida de blanco”. Y, para hacerlo aun más grande, será en España. Victoria, armada con su amor, está consiguiendo unir lo que nunca debió separarse, lo ibérico.
Unir, sanar. Está visto que esa es la actitud.
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