El orgullo mestizo de la nueva reina del dólar
La tenista Naomi Osaka, fruto de una relación furtiva entre un haitiano y una japonesa, ostenta el récord anual de ganancias de una deportista: 34 millones en 2019. “Es un icono de marketing”, le define ‘Forbes’
“Quiero dejarlo claro una vez más para aquellas personas que todavía no lo entienden. Esto es ‘etnicidad’ y… ¿qué es esto? Lean, ¡es ‘nacionalidad’! Es diferente a etnicidad… ¡Oh, dios mío! De nada…”.
El mes pasado, Naomi Osaka (Osaka, Japón; 22 años) ironizaba en un vídeo que colgó en la red social TikTok, puntera ahora entre jóvenes y adolescentes. Cansada de la atmósfera racista que respira en Internet y contra la que, en realidad, ha tenido que luchar a lo largo de toda su vida, la tenista recurrió al efecto propagador del ciberespacio –arrastra a un millón de personas a través de Instagram, más de medio por Twitter y prácticamente un cuarto en su página de Facebook– para defender por enésima vez sus raíces. En sus cuentas lucen las banderas de Haití, Japón y Estados Unidos. Y la correspondencia está en su padre, su madre y el país en el que la deportista, noticia estos días porque jamás ninguna atleta había facturado tanto dinero (34,2 millones de euros) en un solo año, creció y se formó hasta convertirse en una de las referencias actuales de la raqueta.
Ni Maria Sharapova ni Serena Williams, los dos iconos mercadotécnicos de la modernidad deportiva. En realidad, ninguna otra gran figura femenina del deporte ha podido alcanzar económicamente su altura. Pero, ¿por qué? Sencillo: en palabras de los expertos, Osaka es un producto prácticamente perfecto. La tenista concentra juventud, frescura e imagen. Su origen multiétnico abarca como pocos los diferentes mercados, con el asiático y el anglosajón a la cabeza, y le transforma en un soporte ideal para el entorno publicitario. Así se explica que su rostro acompañe a compañías de automóviles, cosméticos, aerolíneas, fideos, ropa deportiva… y varias parcelas más, hasta 15 firmas en total. “El resultado es un icono global de marketing”, precisaba el especialista David Carter en el informe de la revista Forbes que confirmaba la gran ascensión de la japonesa.
A comienzos de 2019, uno de sus patrocinadores (Nissin Foods) se vio obligado a retirar una campaña publicitaria de estética anime en YouTube porque había blanqueado la piel de Osaka, cuyo físico ofrece una atractiva fórmula de mestizaje: tez mulata, pelo ensortijado y ojos rasgados, en una envergadura considerable que alcanza el 1,80 de estatura y los 70 kilos. “Prestaremos más atención a los temas de diversidad en el futuro”, se disculparon desde la marca. La polvareda hizo que se rebobinase hacia los orígenes de la tenista, hija de una pareja con una espinosa historia de racismo a las espaldas.
Tamaki, su madre, creció en la ciudad de Nemuro y cuando se trasladó a Sapporo, en 1990, conoció a Leonard François, un universitario de Nueva York y de origen haitiano que se topó con el rechazo familiar de su pareja. ¿El motivo? Ser negro. La mujer ocultó la relación durante varios años, pero cuando trascendió fue interpretada como una deshonra y ambos tuvieron que mudarse a Osaka, donde nacieron Naomi y Mari, su hermana (24), también jugadora profesional. Después vino el traslado a Long Island, estado de Nueva York, una nueva vida sin grilletes. La gran oportunidad. De la mano, el espejo de las hermanas Williams y la obsesión de su padre por un porvenir próspero a partir del deporte.
“Allí crecí sin discriminación”, aseguraba Osaka el año pasado en una entrevista con EL PAÍS. “No sé si mi éxito puede cambiar la percepción de las personas mestizas [llamadas despectivamente hafu, del inglés, mitad] en Japón. No estoy segura de que realmente esté cambiando algo”, proseguía con dos grandes ya en el bolsillo, el US Open de 2018 y el Open de Australia del año posterior. De hecho, Osaka fue la primera asiática que logró el número uno y la primera japonesa que elevó un grande, aunque en los últimos tiempos su juego ha perdido fuelle como consecuencia de la presión y un rendimiento entre extremos: a las buenas es casi imparable, pero si el plan se tuerce se cae sin ambages.
“Fui demasiado dura conmigo misma, soy muy perfeccionista. Podía pegar 99 bolas buenas, pero yo me quedaba con esa mala. Estoy aprendiendo a no ser así”, observa hoy día, como la número 10 del circuito. Desde que triunfó en Melbourne, hace más de un año, su trayectoria ha sido demasiado irregular. No obstante, interiormente ha crecido. El triste episodio de su primera coronación, arruinada por el despótico comportamiento de Serena en Nueva York, queda ya atrás y el pasado verano fue ella la que ofreció una actitud ejemplar en Flushing Meadows cuando consoló a pie de pista a la adolescente que viene pisando más y más fuerte, Coco Gauff.
“La adoro, pero no me gusta perder contra alguien más joven que yo”, declaró entonces. Muy tímida, pero con personalidad, Osaka se expresa en inglés, aunque entiende a la perfección el japonés. Se decantó por representar a Japón y viaja por el circuito acompañada de su padre. Protagoniza junto a figuras como LeBron James, Rafael Nadal o Cristiano Ronaldo la última campaña de Nike (We are never too far to come down, Nunca estamos demasiado lejos de caer) y tras sus pasos está la plataforma Netflix, que prepara un documental con vistas a los Juegos Olímpicos de Tokio de 2021.
Además, ya tiene su propia muñeca Barbie, ha ingresado 13 millones de euros por sus méritos deportivos y, según precisa Forbes, ha reventado el récord anual de ganancias de la rusa Maria Sharapova (27,2 en 2015), superando holgadamente a Serena (26,7) en la carrera financiera de 2019.
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