La comida es el opio del pueblo
Llámenme ingenuo, bobo o incluso facha, pero me cuesta comprar ese discurso progre de que las actividades que proporcionan placer y diversión a las masas son una distracción de preocupaciones más importantes, promovida desde la sombra por oscuros poderes fácticos a los que les interesa mantenernos embobados. Primero, porque soy alérgico a las teorías conspiranoicas. Segundo, porque creo que lo progresista de verdad es reprimir nuestra natural tendencia a considerar imbéciles, ergo fácilmente manipulables, a los demás. Y tercero, porque si el fútbol, los festejos, la tele, los vídeos virales o cualquier otro entretenimiento light gustan es porque son divertidos, sin que tengamos que buscarle tres pies al gatito de YouTube.
Tales planteamientos no impiden que me ponga en guardia cuando el espacio y la relevancia otorgados a las informaciones intrascendentes sube sospechosamente en un medio generalista, comiendo terreno o directamente eclipsando temas más serios. Ahí sí veo la mano negra del que prefiere un lector/oyente/espectador aborregado que uno consciente de los marrones que ocurren en el mundo, y por ello más levantisco en potencia. En España, esta táctica es especialmente sangrante en los medios públicos, donde se suele usar para ignorar temas que no interesan al gobernante de turno.
Cualquiera que tenga la desgracia de ver los actuales telediarios de TVE habrá podido comprobar la galopante banalización que sufren. El Consejo de Informativos denunciaba el otro día los tres minutos y medio dedicados a la monumental chorrada del Día Internacional de la Croqueta, con conexiones en directo incluidas, que contrastaron con el nulo espacio concedido a temas del día mucho más relevantes, como las críticas de la Comisión Europea a las devoluciones en caliente de inmigrantes. Según relata InfoLibre, desde entonces muchos redactores indignados están firmando sus correos internos con la maravillosa etiqueta #jesuiscroquette.
La cocina está de moda y es facilísimo tratarla con frivolidad, por lo que posee un tremendo potencial como fuente de noticias televisivas tontas y más ligeras de cascos que una burbuja Freixenet. Ojalá su presencia en los descafeinados telediarios de la era Rajoy no nos esté avisando de algo más profundo y aterrador: que la fiebre de la gastronomía constituya un elemento más de distracción. Que la comida se haya vuelto el nuevo opio del pueblo. Que el pan sea circo.
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