Cinco mentiras sobre la alimentación y tres crisis que cambiaron la cesta de la compra
Un estudio incide en cómo la desinformación alimentaria es una amenaza que altera hábitos de compra y erosiona reputaciones
La desinformación sobre alimentación es hoy una amenaza real para consumidores y empresas. Su impacto ya no solo erosiona reputaciones y resultados, sino que puede alterar hábitos de compra, incentivar dietas desequilibradas y, en última instancia, poner en riesgo la salud pública. Esta es una de las principales conclusiones del informe Salud, Alimentación y Fake News, elaborado por la Oficina Alimentaria de la consultora LLYC, en colaboración con Newtral, que documenta cómo determinadas narrativas virales han sido capaces de desencadenar crisis comerciales y regulatorias en España.
“La conversación pública sobre alimentación y salud nunca había estado tan expuesta a la desinformación. Las redes sociales han amplificado la velocidad y el alcance de mensajes emocionales y bulos que confunden al consumidor y erosionan la confianza en la industria. Afrontar este riesgo exige mecanismos de desmentido rápidos y creíbles, una mayor coordinación con los medios de comunicación y campañas educativas que refuercen la evidencia científica”, señala Fernando Moraleda, director de la Oficina Alimentaria de LLYC.
Según la OCU, el 45% de los españoles reconoce dificultades para interpretar el etiquetado nutricional; y apenas el 48% de los europeos confía en que los fabricantes ofrecen información justa y honesta, de acuerdo con el Food Trust Report 2023, de EIT Food. Además, los influencers se han consolidado como prescriptores capaces de competir con las fuentes académicas y las autoridades sanitarias: democratizan el acceso a contenidos, pero también multiplican la propagación de mitos, especialmente entre los públicos más jóvenes. La inteligencia artificial tampoco se queda al margen.
A pesar de que el informe señala que la evidencia científica es la herramienta más eficaz para contrarrestar la información, también pone de manifiesto que esta no es estática: lo que ayer se desaconsejaba, hoy puede ser parte esencial de una alimentación saludable. Es el caso de los huevos y el colesterol: durante décadas se recomendó limitar su consumo por temor al aumento de esta enfermedad. Desde 2019, según la American Heart Association, un consumo moderado —un huevo al día— es seguro y no aumenta el riesgo cardiovascular en la población sana. También se desaconsejaba el consumo de pescados azules por su alto contenido en grasa, cuando hoy se sabe que esa grasa es mayoritariamente omega-3 de cadena larga, con efectos probados en la salud cardiovascular. O el caso del aceite de oliva, que pasó de ser una grasa más a un alimento funcional clave dentro de la dieta mediterránea.
El documento pone, además, el foco en cinco ejemplos de mitos alimentarios y los confronta con la evidencia científica.
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La leche es menos saludable
Que la leche es menos saludable que las bebidas vegetales y produce alergias es uno de los mitos más extendidos en los últimos años. Está impulsado por tendencias de consumo, campañas de marketing y debates sobre sostenibilidad. A menudo se confunden conceptos como alergia, intolerancia y preferencia personal, generando una percepción de que la leche de vaca es un alimento problemático. La evidencia científica revela un panorama mucho más matizado.
• Realidad nutricional: La leche de vaca es un alimento denso en nutrientes: proteínas de alto valor biológico, calcio biodisponible, vitamina D, vitamina B12 y yodo. Las bebidas vegetales, salvo la de soja fortificada, ofrecen un perfil proteico inferior, un contenido en vitaminas y minerales diferente y nutrientes añadidos artificialmente. Muchas contienen azúcares añadidos, a diferencia de la lactosa, un azúcar natural de la leche.
• Evidencia científica: El consumo de lácteos está vinculado con mejor salud ósea y efectos neutros o beneficiosos sobre la salud cardiovascular, especialmente los fermentados.
Conclusión: No existe evidencia de que la leche sea perjudicial para la población sana. Las bebidas vegetales son válidas para quienes tienen alergia, intolerancia o siguen dietas veganas, pero no son equivalentes nutricionales.
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Lo natural siempre es más sano que lo procesado
La creencia de que lo natural es siempre mejor está profundamente arraigada en la cultura alimentaria. Se utiliza en etiquetas, campañas de marketing y debates sociales, pero se trata de una falacia simplista, asegura el informe de LLYC, que ignora los matices de la ciencia de los alimentos.
• Lo natural no siempre es inocuo: Existen alimentos naturales tóxicos, como setas venenosas o almendras amargas. La naturaleza no es sinónimo de seguridad.
• El procesamiento como avance: Procesos como la pasteurización, la fermentación o la congelación han sido decisivos para la inocuidad y la salud pública.
• El verdadero riesgo: El problema surge con los ultraprocesados ricos en azúcares, grasas y sal, diseñados para ser alimentos muy gratos al paladar, y el bajo coste, que en exceso deterioran la salud.
Conclusión: La clave no está en la dicotomía natural/procesado, sino en el patrón alimentario global. Demonizar el procesamiento es un error: ha salvado vidas y garantizado seguridad alimentaria,
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El azúcar es un veneno
Pocas sustancias generan tanto debate como el azúcar. La creciente preocupación por la obesidad y las enfermedades metabólicas ha llevado a una demonización generalizada que lo presenta como un auténtico veneno. Sin embargo, el análisis científico obliga, dice el citado informe, a separar conceptos.
• Tipos de azúcares: Los azúcares intrínsecos de frutas, verduras y lácteos se acompañan de fibra y nutrientes. Los azúcares libres o añadidos son los que, en exceso, afectan a la salud.
• Evidencia: El exceso de azúcares libres se relaciona con obesidad, diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares y patología hepática. La OMS recomienda limitar su aporte a menos del 10% de las calorías diarias (idealmente menos del 5%).
• ¿Adicción?: El azúcar activa los circuitos de recompensa del cerebro, pero no cumple los criterios de adicción clínica en humanos, ya que no es absorbido a través del intestino, y lo que sí se absorben son los monosacáridos, como glucosa, fructosa o galactosa, presentes en otros muchos alimentos o bebidas.
Conclusión: El azúcar no es un veneno, sino un nutriente cuyo impacto depende del tipo, la cantidad y el contexto. Los azúcares libres en exceso son perjudiciales; los intrínsecos forman parte de una dieta saludable.
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La carne es menos saludable que la proteína vegetal
La conveniencia de retirar de la alimentación diaria la ingesta de proteína animal, es uno de los grandes debates de la actualidad. Aunque es cierto que el consumo elevado de carne roja, suele tener una mayor incidencia en enfermedades coronarias, la afirmación categórica de que la proteína vegetal es más saludable resulta excesivamente reduccionista.
• Impacto ambiental: La carne de vacuno encabeza las emisiones de CO2 y el consumo de agua y suelo, según Science. Sin embargo, el cultivo de soja, como proteína vegetal, conlleva graves consecuencias en la deforestación de tierras con alto valor ecológico.
• No toda ganadería es igual: La ganadería extensiva de vacuno con un sistema de alimentación basado en pastos, aporta biodiversidad, fija carbono y mantiene ecosistemas rurales, integrando sostenibilidad ambiental, social y económica.
• Perspectiva nutricional: La carne es fuente de proteínas completas, hierro hemo y vitamina B12 y otros compuestos bioactivos de origen animal, son nutrientes difíciles de obtener solo de vegetales, que deben ser administrados por vía farmacológica para evitar carencias nutricionales.
Conclusión: Un consumo moderado de carne roja de sistemas extensivos y locales, junto con alimentos vegetales, sigue siendo imprescindible de la dieta mediterránea.
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Los aditivos son perjudiciales para la salud
La desconfianza hacia los aditivos refleja la llamada quimiofobia: miedo a lo artificial frente a lo natural. Sin embargo, los aditivos son de los elementos más controlados y evaluados de la industria alimentaria.
• Seguridad regulatoria: Todos los aditivos autorizados por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) pasan evaluaciones rigurosas para establecer su ingesta diaria admisible (IDA). Algunos, como el E-171 o los aromas de humo, se han retirado aplicando el principio de precaución, una vez analizados. Los aditivos cumplen funciones críticas: los conservantes evitan intoxicaciones, los antioxidantes retrasan la oxidación y los emulsionantes estabilizan texturas. El problema no son los aditivos en sí, sino su uso frecuente en ultraprocesados con bajo valor nutricional.
Conclusión: Los aditivos autorizados, dentro de los límites de seguridad, no son nocivos. Demonizarlos distrae del verdadero reto: reducir la dependencia de ultraprocesados en la dieta.
Tres casos que hundieron mercados
El informe de LLYC documenta tres episodios paradigmáticos que muestran el poder de la desinformación para generar crisis:
Fresas de Marruecos: Una alerta sanitaria real en marzo de 2024 se convirtió en una crisis político-mediática con más de 20.000 menciones en un solo día, amplificada por actores políticos y medios, que instaló una narrativa de desconfianza hacia las importaciones.
Panga: Reportajes televisivos en 2016 y 2017 sobre la calidad del producto y sus métodos de cría consolidaron la percepción negativa del pescado, hasta el punto de que cadenas como Carrefour dejaron de venderlo.
Aceite de palma: La doble crisis de salud (por su perfil graso) y medio ambiente (por la deforestación) convirtió su rechazo en un gesto ético, obligando a muchas marcas a reformular productos o certificar su sostenibilidad.
Estos ejemplos demuestran que la desinformación no es anecdótica: erosiona reputaciones, impacta en ventas y condiciona decisiones de política pública.