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¿Y si valorásemos la lealtad, y no tanto la fidelidad, en las relaciones de pareja?

Cada vez menos rupturas tienen como único motivo las aventuras extraconyugales. El encuentro sexual ha perdido significado, por lo que se da menos importancia a la monogamia en aras de primar el vínculo afectivo y el compromiso

Relaciones de pareja
Candados del amor colocados en el puente de Arts de París (Francia).Grant Faint (Getty)

El matrimonio nació como un contrato con una serie de cláusulas en las que la fidelidad, pilar fundamental, controlaba la paternidad de los hijos para asegurarse así una herencia genética y patrimonial. Más tarde, cuando la gente empezó a unirse por amor, la fidelidad pasó a garantizar esa posesión personal del otro, basada, teóricamente, en el respeto y la confianza.

Pero parece que la lealtad sexual no es un rasgo muy habitual en la naturaleza. Incluso las especies que siempre nos vendieron como modelo de fidelidad se las apañan divinamente para poner los cuernos a su partenaire, a poco que este se descuide. El mito de la monogamia: la fidelidad y la infidelidad en los animales y en las personas (Siglo XXI), escrito por el zoólogo David P. Barash y la psiquiatra Judith Eve Lipton, utiliza diferentes saberes (biología, fisiología, antropología) para demostrar lo irreal de esta idea y lo poco conectada que está con el instinto animal. Las nuevas técnicas de determinación del ADN han permitido descubrir cómo la información genética de polluelos de águilas, gansos, cisnes y otras aves, hasta ahora libres de toda sospecha, no correspondía con la de sus supuestos padres.

Como tantas otras cosas, el concepto de fidelidad sufre una revisión de un tiempo a esta parte. “Los cuernos ya no son una causa grave de ruptura en la pareja. El encuentro sexual ha perdido significado y, por lo tanto, también sus interpretaciones más dramáticas. La diferencia entre la lealtad y la fidelidad es que la primera está relacionada con el vínculo afectivo de la relación; mientras que la segunda se centra en la exclusividad de la misma”, explica Santiago Frago, sexólogo y codirector de Amaltea, Instituto de Sexología y Psicoterapia, en Zaragoza.

“Hubo una época en la que el concepto de lealtad venía muy a cuento para quitarle hierro al asunto de la infidelidad (‘te he sido infiel, pero sigo siendo leal’), para atenuar la culpa del que incumplía este compromiso moral, que tenía que ver con la monogamia exclusiva de no compartir ningún encuentro erótico con otra persona”, señala Guillermo González Antón, médico, sexólogo, especialista en bioética y derecho y vicepresidente de la Federación Española de Sociedades de Sexología (FESS). “Pero ahora mismo hay un cambio de paradigma y la gente está entendiendo que con la infidelidad se rompen aspectos como la confianza, la seguridad o la tranquilidad; mientras que si se preserva la lealtad, que tiene que ver más con la ética, lo que estamos es respetando un proyecto de vida, un compromiso”, añade.

¿Somos más comprensivos con los deslices y las canas al aire del otro? Los sexólogos y terapeutas de pareja afirman, sin lugar a dudas, que sí; que muy pocas rupturas tienen ya como único motivo las aventuras extraconyugales. Miren Larrazabal, psicóloga clínica y presidenta de la Sociedad Internacional de Especialistas en Sexología (SÍSEX), puntualiza algunos matices: “Todavía hay parte de ese miedo a la infidelidad, patente en las pruebas de ADN para confirmar la paternidad de los hijos, porque está en la base del ser humano. Es el mandato biológico de expansión de los propios genes; pero generalmente los cuernos ya no son el precipitante de la separación, si exceptuamos los casos en los que la infidelidad haya supuesto un engaño muy prolongado en el tiempo o haya sido pública, véase el ejemplo de Piqué y Shakira. Es decir, que familiares, amigos y colegas se hayan enterado o haya salido a la luz información privada e íntima. En estos casos, el perdón es más complicado porque, además, hay que soportar el juicio social y, curiosamente, la sociedad ridiculiza más a la víctima que al perpetrador de la traición”, señala la también sexóloga.

Hasta hace poco había dos maneras de salir de un episodio de cuernos: separación o perdón; y, en ambos casos, la tragedia y el sufrimiento estaban garantizados. Hoy hay una tercera vía: plantearse transitar a otros modelos de pareja: la monogamia fluida o la no monogamia de acuerdo mutuo, que absuelven del pecado de la carne. En palabras de González Antón: “La gente va gestionándolo mejor y va poniendo en la balanza cosas como la intimidad, el amor, el compromiso; al mismo tiempo que se abre un poco la mano en la cuestión pasional, que es lo que primero que se debilita en la pareja con el paso del tiempo”.

¿Estamos asistiendo a una revolución emocional, con una gestión más sosegada de las emociones? ¿Vivimos un remake de la exaltación del amor libre, que ya vivieron nuestros padres o abuelos? Aquí también cabe una tercera argumentación que no hay que menospreciar: la crisis económica, el estado del malestar, han vuelto inviable, en muchos casos, la separación (hipotecas, hijos, nuevos alquileres). Así que por las dos partes hay un sincero afán de convivencia pacífica. Un ejemplo palpable del gran poder de la economía para moldear el pensamiento, establecer nuevas conexiones neuronales y desterrar traumas e ideas paralizantes, que ya quisieran muchos psicólogos.

El fantasma del otro

“La pareja siempre ha estado en crisis”, sostiene Larrazabal, “porque el ser humano se mueve entre su necesidad de apego y su enorme curiosidad. Porque nos gusta estar en casa y, al mismo tiempo, tener medio cuerpo asomado a la ventana”. Ante este dilema, los más aventureros toman la senda del poliamor; pero, como afirma Guillermo González, “cuando no te ves bien en una relación monógama y abres las ventanas a una relación abierta o poliamorosa, en principio entra aire fresco, pero luego llega el invierno y, para algunas personas, empieza a hacer demasiado frío. Necesitan una estructura un poco sólida que les dé cierto calorcito y tranquilidad, y aquí es donde tiene valor la lealtad. Sentir la lealtad con alguien con quien compartes un montón de cosas (intimidad, deseo, compromiso) aunque la fidelidad no sea tan transcendente”.

Si se tiene claro que amor y deseo son cosas distintas y que, como dice la canción, “se puede querer dos mujeres (o dos personas) a la vez y no estar loco”, algunas personas distinguen ya entre lealtad emocional y exclusividad sexual. “Las relaciones abiertas y el poliamor siempre han existido”, señala Miren Larrazabal, “por supuesto, con determinadas reglas y bajo el consenso. Lo que ocurre es que antes esto solo pasaba en las clases altas y ahora empieza a democratizarse”.

Valorar la pareja en la lealtad y no en la fidelidad implica también, como cuenta Esther Perel en su libro Inteligencia erótica (Temas de hoy, 2007), integrar el fantasma del otro, siempre al acecho y que puede aparecer en cualquier momento y arrebatarnos al ser querido. Pero no hay que huir de los fantasmas, sino aceptarlos, hacerlos nuestros amigos e invitarles a cenar. “En mi experiencia”, dice Perel en su libro, “las parejas que negocian los límites sexuales no están menos comprometidas que aquellas que mantienen cerradas las compuertas. De hecho, es el deseo de fortalecer la relación el que los lleva a explorar otros modelos de amor de larga duración. En lugar de deportar al tercero lejos de la provincia del matrimonio, le conceden un visado de turista. Para estas parejas, la fidelidad no se define por la exclusividad sino por el compromiso. Los límites no son físicos sino emocionales y la primacía de la pareja sigue siendo lo más importante”.

“En las terapias conductuales de tercera generación, que utilizamos mucho en terapia de pareja, damos mucha importancia a los valores, que son entendidos como las grandes guías que dirigen el comportamiento”, indica Larrazabal. Y prosigue: “Dentro de esos valores, cobra cada vez más fuerza la lealtad. Pero, claro, hay que definir qué entendemos por ella, porque demandamos cosas que no siempre tenemos muy claras. La pareja debe definir qué es para ellos ser leal. Por ejemplo, puede ser algo así como: ‘que me digas la verdad’, ‘que me apoyes cuando estoy en situaciones difíciles’, ‘que tenga prioridad en determinados aspectos, respecto a otras personas’... Mientras que, generalmente, la fidelidad se entiende por exclusividad sexual y afectiva”.

Basar la pareja en la lealtad es algo más complicado, ya que esta conlleva una implicación moral, una valentía, una renuncia al engaño, un compromiso. Está más relacionada con una causa que con una persona, implica acuerdos, y no promesas, asentimiento, y no imposición, respeto, comunicación y apoyo.

“Los latinos somos mucho de la fidelidad; pero si apostamos más por la lealtad, veremos que la exclusividad sexual no es la viga maestra del edificio de la pareja”, apunta Guillermo González. “Yo le diría a mi consorte: ‘Si has encontrado a alguien que te ha atraído, pero yo sigo siendo la persona con la que quieres compartir tu proyecto de vida, ni me lo digas, porque quizás vas a poner en cuestión mi seguridad, mi confianza. Pero si un día te cuesta volver a casa porque estás con alguien con quien te lo pasas mejor, aunque no hayas tenido nada con él, dímelo; porque ahí sí que peligra la lealtad’. Yo diría que la lealtad es el elemento integrante de la pareja, aunque no menosprecio la fidelidad, porque ser infiel ocasiona dolor en ambas direcciones. A veces, más en el que ha perpetrado el desliz que en el que lo ha sufrido, porque el complejo de culpa puede ser muy duro”.

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