La mujer que abrió las puertas del fútbol
La coruñesa Irene González fue la primera jugadora en competir de igual a igual entre hombres, en los años veinte, y fundó su propio equipo, pero murió muy joven de tuberculosis
Esta es la historia de una transgresora que desde la pasión desafió todas las convenciones, las de un entorno en el que las mujeres carecían del derecho al voto y apenas asomaban de manera tangencial en la vida pública, las de una sociedad en la que poderosos altavoces emitían mensajes censores sobre la creciente afición por la práctica deportiva y apuntaban, entre alarmas, que cada vez eran más las mujeres a las que les molestaba que se les siguiese llamando el sexo débil.
Es una historia de género, pero también de entusiasmo futbolero. “¡Es una historia tan corta…!”, suspira Matilde Regaldíe, la única descendiente viva de la generación posterior a Irene González Basanta (A Coruña, 1909-1928), la orgullosa sobrina de una futbolista legendaria que se convirtió en la primera mujer en competir de igual a igual entre hombres. Y en liderarlos. Matilde, que va camino de los 88 años, rescata la memoria que le transmitió su madre sobre Irene. Y expresa un deseo: “Ahora que tantas niñas juegan al fútbol me gustaría que supieran lo que ocurrió hace casi 100 años”.
El fútbol no solo fue masculino en sus albores. En 1881 se datan partidos en Gran Bretaña, también periodos de silencio atribuibles a los sectores más reaccionarios. La sacrosanta Football Association (FA), máximo organismo del balompié inglés, prohibió en 1902 los partidos entre hombres y mujeres y cortó la posibilidad de que estas pudiesen convertirse en profesionales del fútbol. En 1921 acabó por negar al fútbol femenino cualquier asistencia técnica o arbitral que estuviese federada. El veto caló y traspasó fronteras cuando en España se daban unos primeros pasos.
En 1914 las mujeres del Spanish Girl’s Club se habían organizado en torno a Paco Bru, una figura esencial en los albores del fútbol en España, jugaron un primer partido en Barcelona y disputaron algunos amistosos más en varias poblaciones catalanas antes de caer en el olvido. Bru tomó otros caminos y se convirtió en el primer seleccionador nacional masculino al frente del combinado que ganó la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Amberes, en 1920. Los ecos de aquella epopeya, con el fabuloso Ricardo Zamora bajo palos, llegaron a A Coruña. Allí se gestaba una guardameta, todo un carácter.
Irene tenía el punto obstinado de las pioneras. Ejerció de delantera, pero cobró fama porque se puso bajo palos y tuvo arrestos para armar un equipo y llamarle Irene Fútbol Club. Era la única mujer entre hombres, la capitana. Y fue la primera mujer en cobrar por jugar al fútbol en España. Ocurrió en A Coruña entre 1924 y 1927, en una singular peripecia que la convirtió en una celebridad en la ciudad mientras le golpeaba la tragedia porque en aquel tiempo fallecieron sus padres, un hermano y un sobrino. Se quedó al cuidado de Delfina, su hermana mayor, y su marido, los padres de Matilde.
“Es preferible lo antiguo”, tituló en aquel tiempo el diario católico El Ideal Gallego, en pleno apogeo del Irene Fútbol Club. El artículo desgranaba la creciente afición que existía por el “ejercicio físico” y apuntaba con alarma cómo cada vez eran más las mujeres que se apuntaban antes de censurar a “estos marimachos que lo mismo guían un automóvil, que lanzan un peso a considerable distancia o corren desaforadas en reñida carrera pedestre”.
Irene González se puso bajo palos en aquel contexto, el mismo en el que una contemporánea bregaba con incomprensiones a mil kilómetros de distancia. En Málaga se datan a partir de 1925 las tribulaciones de Ana Carmona, Nita, disfrazada de hombre para poder jugar al fútbol y arrestada finalmente acusada de alterar el orden público. Un tío suyo, médico, había alertado a la familia sobre el perjuicio que jugar al fútbol podía ocasionar en el desarrollo físico de la joven. No se trata de una apreciación aislada. Mouvement Sanitaire, la revista oficial de médicos e higienistas, franceses lanzaba entonces una cruzada contra “el abuso de los deportes”. Mal que bien Nita acabó jugando en Vélez hasta poco antes del inicio de la Guerra Civil.
En A Coruña no solo no hubo represión, sino que, aquel mismo año en que Nita se daba a conocer en Málaga, se exhibía en una tienda de fotografía de la céntrica calle Real un retrato de una orgullosa muchacha que posaba retadora bajo palos. “La incomparable portera, con jersey blanco, pantalón bombacho negro hasta poco más arriba de las rodillas medias y zapatones de fútbol está siendo la admiración de las gentes que contemplan su arrogancia y gallardía”, describió el diario local El Orzán.
Todo había empezado en un equipo infantil al que le llamaban Barcelona F. C., como émulos de aquel conjunto del que llegaban lejanas noticias y se cantaban las hazañas de un meta de leyenda, Ricardo Zamora, medallista con la selección en los Juegos Olímpicos de Amberes. Irene, que en su imagen más recordada ejercía de sosias del mítico portero, se fijó en la estética de aquel referente para trazar su historia bajo palos. Pasó después por el Racing Coruñés, también conocido como Racing Athletic. Allí compartió once con un vecino suyo que también hizo historia, Eduardo González Valiño, Chacho, uno de los mayores talentos del fútbol coruñés, el jugador que más goles ha marcado en un partido con la selección, seis dianas en un 13-0 firmado ante Bulgaria. En enero de 1925 se estrenó el Irene F. C., el equipo conformado por una chica que entonces tenía apenas 16 años. “La ves en las imágenes y parece mucho más madura”, resuelve su sobrina, Matilde Regaldíe. “Mi madre siempre me contó que Irene era una chica alegre, cariñosa, pero con mucha personalidad. Le daba lo mismo que le llamasen hombruna por hacer deporte y además sus compañeros la traían en palmitas y tenía muchas seguidoras. Muchas chicas querían ser como ella”.
Irene escribió su propia historia con su propio equipo. Era la capitana, promotora incluso de pequeños campeonatos. Y cobraban por trasladarse por toda la geografía gallega para jugar partidos. Incluso disputaron varios encuentros en el viejo Parque Riazor, el estadio que estaba en una ubicación vecina a la actual, como una suerte de teloneros del Deportivo.
Aquellos partidos conocidos como de “infantiles” se consolidaron como entretenimiento popular. Irene se convirtió en un tótem. En mayo de 1926 el campo ferrolano del Inferniño la recibió con una expectación inusitada. Numerosas mujeres acudieron a verla jugar. El cuadro local, el Racing, decidió cobrar entrada para presenciar un partido de chiquillos, pero por si acaso optó por alinear a su equipo reserva, más curtido. Irene encajó siete tantos, pero se marchó entre aclamaciones. “Realizó bonitas paradas que fueron muy aplaudidas. A los deportistas visitantes los obsequió con un lunch la directiva del Racing, dándose vivas a La Coruña y Ferrol”, resumió El Pueblo Gallego.
“La galantería está en pugna con la mujer deportista y, digan lo que digan, la galantería es el principio del amor. Por eso pedimos que la mujer deportista no cunda”, se lee en El Pueblo Gallego del 18 de julio de 1926. El debate ya era imparable y la réplica la puso un texto de la publicación Galicia: revista gráfica y popular titulado Femenina futbolista y firmado por María del Pilar, una anónima escritora. “Yo pido que el ejemplo cunda y nuestra condición inferior de sexo débil habrá desaparecido. La igualdad de sexos será un hecho. El ejercicio físico, felizmente compartido con el pan espiritual, con el estudio diario, harán de la mujer algo muy distinto de lo que es ahora”. Y concluye con una reverencia: “Por todo ello, yo te saludo, mujer. ¡Salve, Irene! ¡Hurra, capitana!”.
Pero en pleno fulgor, la tragedia acabó con aquella rebelión. Entre 1924 y 1927 fallecieron en Galicia 14.704 personas víctimas de la tuberculosis. Irene enfermó a mediados de 1927. Poco antes la prensa pregonaba sus “arriesgados plongeones” para detener los remates de los rivales. El 1 de mayo de aquel año disputó el último partido del que hay constancia. Luego la tuberculosis le obligó a encamarse.
La noticia de su enfermedad generó una conmoción que se plasmó en cuestaciones populares y partidos benéficos para mejorar la situación económica de Irene y su familia. Jamás acudió a un hospital. Cuando llegaba la tuberculosis o la gripe se cerraban las ventanas, se corrían los pestillos y la gente se quedaba en casa. El 9 de abril de 1928 la noticia pasó de boca en boca por toda la ciudad: Irene González Basanta había muerto poco después de su decimonoveno cumpleaños.
Su muerte supuso una conmoción, pero durante años le sobrevivió un cántico entre las niñas coruñesas:
“Mamá futbolista quiero ser
para jugar como Irene que juega muy bien
Mamá cuando sea mayor
ganaré mucho dinero jugando al fútbol”.
En 1983, un equipo coruñés, el Karbo Deportivo, ganó el primer Campeonato de España de fútbol femenino. Y repitió en las dos ediciones posteriores. En los últimos 15 años se han multiplicado por seis el número de licencias de mujeres futbolistas, España ha disputado dos Mundiales y su dominio en las categorías inferiores ayuda a barruntar que nuevas barreras van a caer. Nadie discute que la mujer haga ejercicio físico.
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