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Un colegio de Madrid como refugio antiapagones para 52 adolescentes de Zaragoza: “Vimos el cielo abierto”

Un viaje escolar de un centro aragonés acaba con los chicos pasando la noche en el gimnasio de un centro de La Latina tras encontrar Atocha, los hoteles y los polideportivos cerrados

Niños y niñas de 4º de la ESO del Hijas de San José de Zaragoza, en el Nuestra Señora de la Paloma del barrio de La Latina de Madrid, en una imagen cedida.
Victoria Torres Benayas

Cuando uno no tiene a dónde ir y todo se desmorona, lo normal es buscar refugio en lo que conoce. Eso fue lo que les pasó el lunes durante el gran apagón a tres profesores, Larisa Marta, Rosa Usón y Antonio Ramos, del colegio concertado Hijas de San José de Zaragoza, que vieron “el cielo abierto” en el centro público Nuestra Señora de la Paloma del barrio de La Latina de Madrid. Estaban pasando el día de excusión con medio centenar de adolescentes en la capital cuando la vida entera dejó de funcionar. Como todos los transportes, el AVE que debía devolverlos a casa nunca salió y pasaron horas deambulando por la capital hasta encontrar este inesperado refugio antiapagones.

“Estábamos en el hall de entrada del colegio, a la espera de los últimos padres, cuando se nos acercaron dos mujeres sobre las siete de la tarde, nos contaron su historia y nos pidieron ayuda”, cuenta por teléfono la mañana de este martes Sandra Valiente, directora de La Paloma. Resultó que eran las dos profesoras de Zaragoza, con nada menos que 52 zagales de 15 y 16 años de 4º de la ESO a su cargo y sin un techo donde pasar la noche. “Os vamos a hacer una petición un poco extraña”, recuerda Marta que dijo a Valiente. “Nos dijeron a la primera, ni se lo pensaron, y vimos el cielo abierto, por primera vez en todo el día vimos la luz y respiramos tranquilos”, confiesa.

“Hasta que los encontramos, no veíamos salida a la odisea. No nos parecía viable pasar la noche al raso con los niños, habríamos movido Roma con Santiago hasta dar con algo”, continúa Marta, profesora de Lengua y Literatura, en pleno viaje de vuelta a Zaragoza en autobús. De hecho, lo hicieron. “Preguntamos en hoteles, albergues, hostales, polideportivos, gimnasios, pabellones, todo... pero o estaban cerrados o no había sitio para 55 personas. A los policías que nos encontrábamos les contábamos nuestro problema y nos escuchaban amablemente, pero no sabían a dónde mandarnos, no había instrucciones, pensábamos que habrían habilitado algún pabellón, pero no”, narra la docente.

Otra imagen de los adolescentes de Zaragoza pasando la noche en Nuestra Señora de la Paloma del barrio de La Latina de Madrid.

“Venían del polideportivo de La Cebada y los habían mandado como último recurso al Samur Social, qué barbaridad, si está siempre lleno, cuando pasaron por nuestra puerta”, añade Valiente. “Nos planteamos ir a un colegio desde el principio y fue el primero que vimos”, confiesa Marta. En la plaza, los padres que estaban recogiendo a sus hijos estallaron en aplausos al conocer el feliz desenlace del viaje. “Habéis dado con el mejor colegio, qué suerte”, les decían. “Fue muy emotivo”, coinciden ambas.

Los estudiantes habían llegado a Madrid con la fresca, a las 8.00, y la mañana había sido de lo más “normal”. Ya habían visto El Prado y paseado por la Gran Vía cuando se dirigieron a la siguiente parada, el Palacio Real. “Allí nos dijeron que no podíamos entrar, que tenían un problema con la luz, pero al poco nos comunicaron que era una avería nacional y que cerraban”, recuerda Marta, que no se preocupó de verdad hasta que no empezó a oír “rumores de que afectaba a Portugal, a Francia...”. “Ahí empecé a sentir miedo, íbamos de responsables de un grupo de menores”.

“Nos dimos un paseo a ver si la cosa se arreglaba, pero pronto vimos que no íbamos a poder ver el [museo] Reina Sofía”, su siguiente visita. El primer escollo fue la comida: “Algunos no llevaban efectivo, en otros sitios no había comida, solo cosas frías”. Mientras, el profesor Ramos se dirigió a Atocha en busca de información. “A la vuelta nos dijo que era muy seria la cosa, que no íbamos a poder salir, que todo era un caos, con la estación acordonada y atestada de gente con maletas sin saber qué hacer”. El desconcierto era total.

Inmediatamente, las dos profesoras se pusieron a buscar “una alternativa”, pero todo eran noes. “Fue tremendo, muy angustioso”. Los niños, mientras, tan pichis, “están muy bregados después de la pandemia y Filomena”. Ramos los tuvo toda la tarde entretenidos “haciendo un juego muy chulo por el barrio de Las Letras” que era parte del proyecto interdisciplinar de Lengua e Historia que los había traído a Madrid.

“Se llama Objetivo Madrid porque, tras estudiar el arte y la historia de primeros del siglo XX, la investigación concluye con la visita a la capital, hace unos años fuimos seleccionados por la Fundación Princesa de Girona y tuvimos la oportunidad de explicárselo a la Reina”, dice con orgullo Marta. “Venían con mucha ilusión de ver en persona todo lo estudiado y estaban ajenos a todo”, resume la profesora, que no para de dar las gracias a la directora, al conserje, a las familias del cole...

“Los papás que estaban recogiendo a los niños ―el último salió del cole pasadas las 20.30― les ofrecieron mantas, sacos, comida... pero no paraban de decir que no necesitaban nada más que un techo", indica la directora, que los mandó al gimnasio, porque “allí se está bien, con el suelo de parqué y las colchonetas”. “Les dimos lo que teníamos, 300 plátanos y 300 manzanas recién llegados para un programa de la Comunidad, porque la cocina estaba cerrada y todo apagado”.

Una vez solucionado lo principal, la comida. “Antonio compró en un bazar lo poco que quedaba, cosas tan sanas como patatas fritas”, ríe Marta. Cuando ya volvió la luz, sobre las 21.30, “fue a Sol a por pan Bimbo y embutido para sándwiches”. A la una de la madrugada, dieron con un conductor de autobús de Calatayud que tenía que ir a Madrid a dejar a unos viajeros que se habían quedado allí atrapados e hizo un 2x1. “Tras dormir tranquilos, hemos dejado el colegio a las 9.30, hemos desayunado en el bar de enfrente y cogido el bus sobre las 12.00. Llegaremos a las 16.00″, confía la profesora.

Y, a todo esto, los padres de los niños. “No pudimos hablar con nadie hasta tarde, sobre las 20.30, cuando una de las chicas gritó ‘estoy en llamada, estoy en llamada’ y rápidamente cogimos su teléfono y se lo contamos a la madre, que hablo con el centro, el resto de las familias y las nuestras propias”, dice Marta.

La directora de La Paloma, un colegio de 430 niños de Infantil a Primaria, mandó a las 21.00 un comunicado a las familias para informar de que el último niño había salido del centro y que abrirían al día siguiente, pero que no sabía si habría comedor. “Aunque la Comunidad decía en sus instrucciones que se garantizaría el servicio, yo no estaba en condiciones de garantizar nada”, asume. Al final, han podido dar de comer a los niños, aunque sin pan. A las once de la noche, el portero se pasó por el colegio para subir los plomos y han salvado muchos alimentos. Les ha llegado el 30% del alumnado y 27 de los 30 profesores a primera hora y, los otros tres, cuando han abierto el metro. La jornada la han pasado “en el patio y con juegos de mesa”, matando las horas hasta el final de esta nueva jornada distópica.

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Sobre la firma

Victoria Torres Benayas
Redactora de la sección de Madrid, también cubre la información meteorológica. Licenciada en Periodismo por la Universidad de Navarra, cursó el máster Relaciones Internacionales y los países del Sur en la UCM. En EL PAÍS desde el año 2000, donde ha pasado por portada web, última hora y redes, además de ser profesora de su escuela entre 2007 y 2014.
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