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¡VAYA, VAYA!
Columna
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Cuando enterrarse es un milagro

Los musulmanes que viven en la Comunidad de Madrid no tienen un lugar en la región para que sus restos reposen cuando mueren

Entierros musulmanes
Rut de las Heras Bretín

Los musulmanes no puede descansar en paz en Madrid. En un lenguaje más crudo: no tienen donde caerse muertos; y si lo decimos con ironía: ahora no viene bien que se mueran, deberían esperar a tener un lugar para enterrarse. Porque ser musulmán y enterrarse en Madrid, siguiendo sus ritos y costumbres, es un milagro.

En el artículo 16 la Constitución recoge “la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades (...). Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones”. Sin embargo, en la Comunidad de Madrid, los que profesan el Islam no pueden ejercer su derecho a terminar sus días a su manera. Esto solo multiplica el sufrimiento de un momento doloroso de por sí. A la pérdida y la interminable burocracia ―lo de la vida eterna no está probado, pero que los papeleos se hacen eternos va a misa―, se suma que es infinitamente más fácil poner un crucifijo en un ataúd, que casi viene por defecto, que enterrarse mirando a La Meca y con el cuerpo pegado a la tierra. Esto ya lo suponíamos, pero de ahí a que en la región no haya ningún cementerio musulmán activo, va un trecho. El que había en Griñón está lleno. Parece de cajón de pino que creas en quien creas y reces a quien reces, como si ni crees ni rezas, esto no debería dificultar la elección del lugar y la manera en la que tu cuerpo inerte va a descansar en paz.

Los cementerios de Madrid no reflejan la pluralidad de sus vecinos. Según el Observatorio Andalusí, de los 2,5 millones de musulmanes que hay en España, unos 323.000 viven en la Comunidad de Madrid, una cifra nada desdeñable que supone unas 90 muertes anuales. Cementerios judíos sí hay y las personas de esta religión que viven en la región son menos, entre 15.000 y 10.000. Nos hacemos un flaco favor, a nosotros, a nuestros vecinos y a los historiadores del futuro si no reclamamos una solución para que los musulmanes no tengan que llevarse a su familiar recién fallecido a Valencia, por ejemplo, donde sí hay cementerio musulmán. Las necrópolis y los allí enterrados hablan y los historiadores y arqueólogos las entienden y saben interpretar los datos que nos dan sobre cómo era la cultura a la que pertenecen. Los no enterrados no existen, no cuentan, están mudos. Y de esto en España, por desgracia, sabemos.

Los camposantos no reflejan la pluralidad de los vecinos

La reclamación viene de atrás. Desde principios de este siglo, la comunidad musulmana pide al Ayuntamiento una parcela en el Cementerio Sur, el de Carabanchel, unos 10.000 metros cuadrados donde reposen sus muertos. Por unos motivos u otros, esta concesión se ha paralizado en alguna fase y nunca se ha llevado a cabo. Tanto la Comisión Islámica de España como la Asociación Entierro Digno se muestran esperanzadas y creen que queda poco para conseguirlo. Antes, muchos cuerpos de fallecidos eran repatriados a sus lugares de origen; pero, cada vez más, su lugar es este. Son de aquí, de Madrid. Aquí han echado raíces. Aquí tienen su vida. Y aquí quieren permanecer cuando esta termine.

Cada vez es más común que la salas de los tanatorios, tanto las de las familias como las de oración, sean polivalentes, es decir, que se adapten a todos los cultos, con símbolos móviles, de quita y pon, según se necesiten o no. Hace falta que esto se traslade a los camposantos.

En la semana en la que los católicos celebran una de sus fiestas más importantes, la muerte y resurrección de Cristo, y las imágenes de Jesús muerto, muriendo y resucitado, y de María sufriendo por la crucifixión de su hijo recorren las calles de media España, no está de más recordar a los políticos, algunos asiduos a las procesiones, que la sociedad cada vez es más plural; y eso debe reflejarse en todos los aspectos de la vida (y la muerte es uno de ellos). Para llevarlo a cabo hay que tener voluntad. No solo vale que esté escrito, hay que ejecutarlo y así no aumentar el dolor de esos familiares y amigos que tienen que peregrinar con los cuerpos de sus muertos para encontrarles un lugar.

Lo de la Resurrección, sea de la manera que sea ―si es―, lo dejamos para otra vida, si la hubiera o hubiese.

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Sobre la firma

Rut de las Heras Bretín
De niña era lectora de 'El pequeño País'. Ahora es editora y redactora de temas culturales. Licenciada en Historia del Arte y máster de Museografía por la UCM; y máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Antes de trabajar en el diario, lo hizo en museos como el Arqueológico Nacional y el Reina Sofía. Cree en la cultura como arma de construcción masiva.
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