Cuando el frío arrecia
El simple gesto de colocar una planta pegada a un muro de la casa puede permitir a una especie friolera de sobrevivir al invierno
Aureliano regresó a Madrid después de disfrutar de unas merecidas vacaciones de Semana Santa en la Costa del Sol. Allí se enamoró de una planta trepadora muy especial, que cubría la fachada de uno de los edificios del casco histórico de Marbella. Se trataba de una buganvilla (Bougainvillea glabra), una especie sudamericana que es un derroche de flores y de color durante los 12 meses del año. No pudo evitar hacerse con una en el vivero, y la plantó y mimó con cariño en su balcón durante el verano y el otoño. El frío llegó, y, para una planta acostumbrada a climas más cálidos, el invierno castellano pudo con ella, dejándola seca y quemada después de aguantar en sus tallos un par de heladas. Esta historia ficticia es muy real, y se repite año tras año, con otros nombres de persona, con otras plantas.
Cada especie está adaptada a un entorno dominado por una climatología diferente y por un rango de temperatura. Es algo que se transmite genéticamente, fruto de miles de años de coexistencia con ese medio. Y, al igual que las personas, hay algunas plantas muy adaptables, otras menos. Las hay muy frioleras, y las hay que pueden vegetar desde temperaturas muy gélidas a las más tórridas, como les ocurre a muchas especies del interior de la península ibérica. Estas están acostumbradas a inviernos polares por debajo de los -10 °C y a subidas de temperatura en el verano por encima de los 40 °C.
Por lo tanto, lo más lógico sería cultivar únicamente aquellas plantas que resistan nuestro clima, aquellas a las que no les afecte el invierno que acecha. Pero, ¿qué debemos hacer si nos encariñamos de especies de otras latitudes, sin defensas frente al frío, y queremos cultivarlas en el exterior? Una de las respuestas históricas que podemos encontrar en jardinería son la orangerie y la limonaia, unos edificios que se levantaban en los jardines clásicos de Francia y de Italia, respectivamente, para proteger un grupo de plantas muy valoradas: los cítricos. Durante los meses cálidos de la primavera, verano y parte del otoño, naranjos y limoneros, cidros y limas vivían al aire libre, en macetones de terracota o de madera. Cuando las temperaturas nocturnas bajaban más de lo deseable para estos arbolitos, se metían en estos invernaderos, a la espera del prometido regreso de la primavera.
Remedios caseros
Nosotros no solemos disfrutar de estas infraestructuras en las casas, y no siempre podemos guardar las plantas dentro del hogar. Pero sí que hemos ingeniado distintos métodos para proteger a nuestros seres más delicados. El simple gesto de colocar la planta pegada a un muro de la casa conseguirá que esté al resguardo de los vientos fríos de forma directa, especialmente si tiene una orientación que no sea el norte.
Muchas veces, la separación para la planta de tan solo unos pocos centímetros, más pegada a la pared o un poquito más fuera, es la diferencia entre la vida o la muerte para ella. Esto lo podemos apreciar en la foto que acompaña estas líneas del árbol de jade (Crassula ovata) de Aurora Carrascal. La parte más pegada a la ventana, adicionalmente protegida por las otras ramas de la planta, se salvaron de la borrasca de frío que supuso Filomena. Las más exteriores, sucumbieron a la helada.
Si contamos por encima de la planta con un techado, como por ejemplo de la terraza del vecino, hará que la helada no baje sobre ella a medida que avance la noche. María Fernández Comino, abuela jardinera, coloca con ese fin sus tiestos llenos de plantas debajo de un olivo, para que su copa les haga de edredón. Igualmente, si la maceta y la planta nos lo permiten, también se puede rodear con otras plantas en macetas, protegiendo así la pared tan fina de estos contenedores del frío directo.
Colocar un plástico a modo de cúpula o de pequeño invernadero sobre la planta es algo muy habitual en las terrazas. Ahora es fácil conseguir unas mallas térmicas blancas para la protección contra las heladas. Su tejido poroso se recorta al tamaño de la planta, se ciñe bien, y permite que pueda seguir realizando el intercambio gaseoso e incluso la fotosíntesis para las especies perennes en aquellas mañanas más cálidas.
Asimismo, si tuvimos la precaución de nutrir las plantas al comienzo del otoño con un abonado orgánico rico en fósforo y potasio, la riqueza de esos elementos permitirán ahora que sean más resistentes al estrés del invierno, al conformar paredes celulares más fuertes. Como exploradores en tierras lejanas, estas plantas de climas cálidos sondean sus límites de resistencia, gracias a nuestra ayuda. A la espera de los nuevos brotes que vendrán dentro de unas cuantas semanas, si todo ha funcionado como deseamos.
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