Las salchichas fascistas que provocan carcajadas
La obra ‘La herencia de los Miller’ reflexiona sobre los límites del humor, la dictadura de las redes sociales y la precariedad laboral, en los Teatros Luchana
Laura Miller es una mujer de éxito que ha heredado un imperio ―una empresa de salchichas― y lo protege con un férreo carácter. Está sometida a estrés laboral y es implacable y tirana con sus empleados, incluso con su novio, Isaac. Conoce el lugar que ocupa. “Eres hombre y no estás acostumbrado a que la gente te juzgue por otra cosa que no sea tu trabajo. Puedes despedir a un millón de empleados que será solo negocios. Yo despido a uno y ha sido la regla. Cuanta menos información tengan sobre mí, mejor”, le replica a él. Uno de sus trabajadores, Max, le cuenta que la decisión de prescindir de parte de la plantilla ha tenido repercusión en Twitter: la llaman fascista. Y quizá, con torpeza y para evitar más insultos, sigue dando motivos para esos agravios.
Carlos Zamarriego es el autor de La herencia de los Miller, una obra teatral cargada de humor que se estrenó el 23 de septiembre y estará hasta el 28 de octubre disponible en los Teatros Luchana. La interpretan Stéphanie Magnin Vella ―aunque este jueves la sustituyó Marina Sánchez Vílchez― junto a Ángel Velasco, que dan vida a la pareja compuesta por Laura Miller e Isaac, y Edgar Costas, que se mete en el papel de Max, un enigmático secretario que sufre ataques de ira por la situación que vive.
La precariedad laboral es uno de los temas que aborda el director, un madrileño afincado en Málaga, que tiene 37 años y se considera un creador “nacido de la crisis”. “Estudié periodismo, luego me dediqué a la publicidad, pero las expectativas eran tener un trabajo, ganar dinero, tener una familia... Y luego llegó una crisis brutal en 2008, nos bajó ese sueño y nos tuvimos que reinventar. Yo lo vi como una oportunidad, me siento muy identificado con mi generación, que tiene miedo a perder un trabajo, a que suba el alquiler… Yo mismo vivo así”.
Su respuesta a esa inestabilidad ha sido hacer de cualquier sitio un teatro, utilizar poca escenografía y que las historias hablen de lo que ocurre en la sociedad del momento. “Si al final me quedo desactualizado molará mucho porque significará que el techo de cristal no existe, que los prejuicios con respecto a donde has nacido están obsoletos”, añade.
El otro tema en el que se ahonda es la libertad de expresión. “Solo quería hacer una reflexión. Quise combatir los límites de la comedia como se hacía antes, que fuese sorprendente, que se viera el contraste de una dictadura real y de la de Twitter; de lo que opinan de ti”, sostiene. Una disyuntiva que ocupa cada vez más espacio en el debate actual: ¿todo vale en las redes sociales? ¿Hasta dónde llega la tolerancia? ¿Qué líneas definen los delitos de odio? Y la gran pregunta: ¿el humor todo lo puede?
En este sentido, Velasco, malagueño de 33 años, ve necesario que se reflexione sobre ello: “Creo que hacen negocio con nosotros. Nos lo instigan”. De ahí que considere que se utiliza el término “fascista” sin pensarlo. “Si hubiésemos vivido en un régimen de verdad igual no seriamos capaces de llamar así a alguien por pensar diferente”, medita.
Zamarriego tiene claras inspiraciones: personajes tan característicos como Charles Chaplin, Billy Wilder o Woody Allen, quien se asemeja mucho al papel que hace Velasco: temeroso, hipocondriaco, y judío. Él evita imitarle, es más, se ha inspirado más en el personaje de Leonardo DiCaprio en El lobo de Wall Street por la tensión de algunas escenas.
La película Ser o no ser de Ernst Lubitsch es otra de las comedias de referencia. “No creo que mis personajes se mojen mucho. Quería que el público se riera pero, al mismo tiempo, que pensaran en el contenido. Hacemos chistes de humor negro sin llegar a sobrepasar nada porque me gusta la comedia blanca y clásica”, aclara. Él buscaba que el debate entre el fascismo real y el insulto mal empleado fuera una excusa para dejar ver a una sociedad en la que “cualquier palabra fuera de tono y cualquier opinión te condena, criminaliza e incluso te victimiza”.
De hecho, en eso se basa su creación, en tres tipos de personalidades que él considera que se imponen: víctima, verdugo y salvador. “Lo leí en un artículo que me pareció muy interesante, decía que estamos en una sociedad de víctimas”, rememora. Él decidió representarlo en los conflictos teatrales: en todas las escenas alguien sufre, alguien trata de ayudarle y otro lo condena. “Se van turnando, no siempre son los mismos. Es una dinámica muy reconocida”, asevera, para subrayar la dificultad de discernir lo que es correcto. Zamarriego recuerda a la filósofa Hannah Arendt y su debate sobre la banalidad del mal, y le añade alguna carcajada: “Al reírme de las calamidades, las pongo en perspectiva para que se vean los detalles”.
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