10 cosas (u 11) que quizá no supieras de El Kanka
El artista malagueño vecino de Carabanchel se doctora con cinco noches consecutivas de conciertos en la Gran Vía
Juan Gómez Canca, malagueño de 38 años, Kanka para la posteridad y los amigos, paradigma del hombre hecho a sí mismo, no ha dejado de crecer desde que sus barbas asomaron por la escena de la canción de autor hace tres lustros. Nunca estuvo adscrito a las prisas ni las precocidades: no empezó a tocar la guitarra hasta casi los 17 años, sigue abrazado a la autogestión, acredita una prudente producción discográfica de cuatro álbumes y aplazó la grabación del quinto hasta el último tercio de este 2021, porque buena gana de pisar el acelerador en plena pandemia. Pero su canción vivaz e ingeniosa, rica en herencias musicales y siempre chisporroteante en contenidos, no para de ganar adeptos.
Desembarcó en Madrid para probar suerte en la canción allá por 2007, sin un céntimo en la libreta y unas clases particulares de guitarra a niños de ocho años en un colegio de monjas para pagar el alquiler. Desde entonces, pasito a pasito, se ha afianzado como uno de los grandes favoritos entre los amantes de la canción de autor y el ingenio. El 1 de febrero de 2020, justo antes de que se nos descabalara todo, aterrizó por vez primera en el WiZink Center. Ahora celebra la desescalada, o lo que sea esto, con cinco noches consecutivas –de miércoles a domingo– en el Teatro Rialto, en plena Gran Vía. A veces se pellizca, porque no siempre se lo cree. Humilde que sigue siendo este carabanchelero de adopción, el barrio para el que hace un par de años rubricó, qué remedio, su primera hipoteca.
1. Consagración murciana
Juan Gómez se dio a conocer en 2008 al imponerse en la novena edición del certamen nacional de canción de autor Cantigas de Mayo, que acogió durante 11 temporadas consecutivas (hasta que la crisis, como tantas otras cosas, se lo llevó por delante) el pequeño municipio murciano de Ceutí. Era uno de esos milagros mágicos, casi inexplicables: el empeño personal de un programador, Juan Antonio García Cortés, por colocar un pueblo árido y desconocido en el mapa estatal de la cultura. Había nivel: el año anterior se había impuesto otro malagueño finísimo, Alberto Alcalá, y aquel 2008 quedó en segunda posición el hoy también ilustre Niño de la Hipoteca, mientras que la tercera plaza la ocupó el efímero y excelente dúo Tato Azevedo, del que luego saldría el cantante Hugo Arán. La composición estrella de Kanka por aquel entonces se titulaba Aliento de ratón, pero no ha llegado a grabarla nunca.
2. Una casa sin ángulo
El primer reportaje de alcance nacional sobre El Kanka lo publicó este periódico en el verano de 2008. Un redactor le localizó para proponerle un encuentro en su casa de Lavapiés y elaborar un perfil periodístico. “Uf, es que vivo de alquiler en una corrala muy, pero que muy pequeña”, respondió el artista, un poco apurado. “Tranquilo, que no te llamamos de Casa y jardín, sino de EL PAÍS”, bromeó el periodista. Lo cierto es que, tras asomarse a la vivienda, el fotógrafo Manuel Escalera decidió retratarle en el patio vecinal. “Es que dentro no tengo ángulo”, objetó. Aquel comentario hizo fortuna durante años. “Yo he llegado a vivir en una casa sin ángulo”, repetía Kanka entre sus amistades.
3. Inspirada por la primera novia
Lo mal que estoy y lo poco que me quejo, la canción que en 2013 dio título a su primer disco, nació como homenaje sardónico a su pareja de entonces. “Era una mujer muy quejumbrosa. Se me ocurrió un día que le molestaba una muela, aunque siempre le dolía algo porque era muy pupas”, se carcajea. La aludida, Tere, hace tiempo que ya no sale con Juan, pero hoy es su mejor amiga. “Para que veáis que se puede llevar uno bien con las exnovias”, presume el trovador.
4. Rozalén y la devoción mutua
El Kanka y María Rozalén, próximos en edad y trayectoria, conservan una química brutal desde el mismo día en que se conocieron. Y no fue ni en Málaga ni en Albacete, sus cunas respectivas, sino en ¡Macedonia!, con motivo de un certamen europeo de cantautores jóvenes. Desde entonces, han colaborado en abundantes ocasiones, se profesan un cariño incondicional y bromean siempre con su condición de matrimonio en potencia. Hace unas pocas semanas, en un grupo de wasap entre poetas llamado Guasa decimal, hacían chanza al respecto: “No es que se pongan a cien / como un instinto animal / Lo suyo no es mundanal / ni sexual, pero ella es franca / dándole la tralla al Kanka / con presión matrimonial”.
5. El bautismo de una profesora gallega
Lo de que le llamen Canca, el apellido materno, es una constante en su vida desde sexto de EGB. Fue la profesora de Lengua del colegio, una gallega a la que apodaban La Gallega (“originalidad nula, pero es que ser gallego era entonces muy exótico en Málaga”), quien generalizó la costumbre de nombrar a sus alumnos por el apellido y de usted, aunque tuvieran apenas 12 años. Como Gómez era muy común, a él le adjudicó el apelativo de “Señor Canca”. Además, Juan Gómez era un malacitano ilustrísimo de la época, el delantero del Real Madrid Juanito. Por evitar el paralelismo, en casa Kanka siempre fue Juanillo.
6. El reto pendiente de la poesía
A nuestro protagonista le han propuesto “insistentemente” escribir un libro de poesía, a la manera de los que vienen publicando con enorme éxito otros cantautores coetáneos, desde Marwán a Luis Ramiro o Andrés Suárez. Él, de momento, se resiste apelando a “un pudor tremendo”. Admira la obra de Miguel Hernández o José del Hierro y escribe “décimas y sonetillos, pero por mera afición, como una actividad lúdica y divertida”. El salto a la lírica con mayúsculas por ahora le produce vértigo. Cree que es un buen letrista, pero solo eso. “Mis letras tienen una intencionalidad poética, pero dentro de la canción. Son mundos distintos”, argumenta.
7. El insólito influjo de Limahl
Nadie en la casa de los Gómez evidenciaba el más mínimo sentido musical, pero los padres y la hermana de Kanka intuyeron pronto que el chiquillo tenía buen oído; sobre todo, al comprobar que canturreaba en la mesa en cuanto había algún plato de comida que le satisfacía. Si tocaban lentejas, él lo celebraba cantando a voz en cuello Neverending story, de Limahl, el tema central de la película La historia interminable. Consecuencias inevitables de haber sido niño en los años ochenta, igual que la de haberse enganchado a las historietas televisivas de La bola de cristal. Todo muy pop, si bien se mira.
8. Cosas que se le dan mal
Juan Gómez puede causar asombro por su ingenio artístico, pero en muchos aspectos cotidianos admite ser un poco desastroso. Por ejemplo, a la hora de orientarse, un sentido del que carece por completo. “Me flipa la gente que sabe cómo llegar a los sitios. Me parece magia”, anota con admiración sincera. También era una calamidad al volante. Se sacó el carnet enseguida, nada más alcanzar la mayoría de edad, como acostumbran tantos chavales. Cuando fue consciente de que se despistaba con muchísima facilidad conduciendo, decidió aparcar el coche. No sabemos si para siempre, pero han pasado 20 años de aquello… “Hay mucha gente que, sin saberlo, hoy debería estar agradecida por mi decisión”, se carcajea.
9. Estudios frustrados
Ha comenzado dos carreras, pero no terminó ninguna. Al principio probó suerte con Económicas, porque era lo que había estudiado su padre y se persuadió de que en el futuro “habría que trabajar de algo”. Había comenzado a practicar un poco con la guitarra en COU, a los 17 años, tenía compuestas “no más de una o dos canciones” y la música era por entonces una ocupación inimaginable. Aprobó 11 de las 12 primeras asignaturas cuatrimestrales, “pero eso no significa que aprendiera algo”. Dejó la carrera, como era de prever, y se matriculó en Filosofía con éxito igualmente ínfimo. “Me desmotivé pronto. Te pones a estudiar la historia del pensamiento mundial, a gente mucho más inteligente que todos nosotros, pero son tipos que han enarbolado mil y una teorías sobre la verdad para terminar equivocándose siempre”, razona con su visión siempre pintoresca de la vida. ¿Conclusión? “Definitivamente, decidí buscar la belleza a través de la música, porque la verdad me parece inalcanzable”.
Definitivamente, decidí buscar la belleza a través de la música, porque la verdad me parece inalcanzable
10. El éxito que pudo no haber sido
Una de sus canciones de largo más exitosas, Sí que puedes (de El arte de saltar, 2018), acabó triunfando casi a su pesar. Tenía tan poca fe en ella que ni siquiera quería incluirla en el disco: le parecía “demasiado sencilla”, elemental hasta la medianía, carente de elementos musicales ocurrentes y distintivos. Solo ante la insistencia de su percusionista de siempre, El Manín, y de su representante, María Pellicer, reconsideró su postura. Ambos le persuadieron de que aquel himno de superación “tenía encanto”. No solo se ha convertido en una favorita manifiesta entre el público: también la han utilizado oenegés de ayuda a inmigrantes en el Estrecho para que esos refugiados aprendan sus primeras palabras en castellano.
Y 11: La dedicatoria más especial
Estos conciertos en el Rialto estarán inevitablemente marcados por el fallecimiento de su padre, hace menos de una semana. La enfermedad paterna ya alentaba Tienes que saltar, la canción que cierra el disco El arte de saltar e inspiraba su título. Era una inyección de ánimo frente a las dificultades sobrevenidas para la vida cotidiana. “Lloré componiéndola, algo que no me suele pasar. No soy muy intensito, pero esa vez sí me emocioné”, revela. Durante el confinamiento, mientras el padre pasaba largas semanas en el hospital sin posibilidad de recibir visitas, le compuso Zamba para mi padre, utilizando su ritmo latinoamericano favorito. La pieza, solo disponible en plataformas digitales, ha servido durante todos estos meses como abrazo y aliento familiar, y fue la que El Kanka cantó, inevitablemente, en el funeral.
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