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‘Só Mozart’ o Mozart casi solo

La Real Filharmonía de Galicia celebra su concierto de los jueves ante un auditorio de 30 personas

Imagen de De Vriend cedida por la orquesta.
Jan Willem de Vriend dirige la orquesta.Xaime Cortizo

La Real Filharmonía de Galicia, dirigida por Jan Willem de Vriend, ha celebrado su concierto del jueves, bajo el epígrafe general “Só Mozart”, ante un auditorio de 30 personas. Las normas de la Consellería de Sanidade de la Xunta de Galicia en la lucha contra la pandemia de covid-19 y el temor o desánimo de los aficionados han hecho que hubiera aproximadamente la mitad de espectadores que el total de músicos y personal de sala presente en el escenario y sus alrededores.

El programa, claro, era un monográfico de Mozart, compuesto por la obertura de su ópera Lucio Silla, KV 135; cuatro interludios de la música compuesta para Tamos, rey de Egipto, del dramaturgo Tobias Philipp von Gebler, y la Sinfonía nº 40 en sol menor, KV 550. Un repertorio con coherencia y variedad que ha mostrado dos de las facetas más interesantes del salzburgués.

La primera es el soberbio lenguaje teatral de su música en Lucio Silla y Thamos. La ópera fue un encargo de la corte de Milán, en cuyo Teatro Regio Ducal se estrenó el 26.12.1772. Las dificultades surgidas en su origen para las partes vocales no existieron en ningún momento en las de la orquesta, encontrándonos con una partitura camino de la madurez –Mozart la escribió con solo 16 años-, que obtuvo un gran éxito desde su estreno.

Las tres partes de esta obertura (o sinfonía, como se llamaba en la ópera italiana del momento) fueron interpretadas con la adecuada alternancia de ligereza y fuerza del Molto allegro inicial, la pausada delicadeza del Andante y el dinamismo propio de la acción teatral cambiante del Molto allegro final. De Vriend dirige sin batuta y, más que marcar ritmo o lo que a veces se llama “moldear” la música, parece impulsar físicamente a los miembros de la orquesta. Al menos en lo que se pudo ver en la transmisión, que no estuvo demasiado atenta a su gesto, pero permitió ver al concertino, Teimuraz Janikashvili, “tirar” con su gesto de la orquesta en alguna que otra ocasión.

El concierto fue transmirtido en “streaming”, como lo serán todos los de la actual temporada. La toma de sonido tuvo gran calidad pero la realización televisiva, si bien ha ganado con respecto a conciertos anteriores, es aún bastante mejorable. Especialmente en sus excesivos cambios de encuadre, por ser algo errática en cuanto a qué secciones o solistas de la orquesta salían destacados y el abuso de planos volados sobre la orquesta.

Tamos, rey de Egipto transluce un impulso operístico en su funcionalidad de música incidental, que se vio reflejado en la versión ofrecida. Así se pudo presentir -al menos en la retransmisión por “streaming”- un cierto dramatismo en el primer interludio (el escrito para interpretar entre el primero y el segundo acto de la obra teatral). En el segundo entreacto destacaron los solos de oboe de Christina Dominik, con el cambio de carácter entre en el motivo cuatro veces tocado sobre los pizzicati y el segundo más dramático sobre las cortantes notas de los arcos. La acción en el tercero y nuevamente el dinamismo teatral del cuarto cerraron una más que aceptable versión.

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La segunda faceta arriba nombrada es el sinfonismo. La Sinfonía nº 40 en sol menor de Mozart es la única escrita en modo menor -junto a la nº 25, también el sol menor-. El Allegro molto inicial fue tocado con el adecuado contraste entre la ligereza de tempo e intención de su primer tema y la mayor densidad y carga expresiva del segundo. En el Andante destacó la serenidad de los diálogos entre cuerdas y maderas y una fuerza interior que podríamos llamar “prebeethoveniana” por sus contrastes con los momentos de mayor relajación del movimiento.

El Minueto se atacó también ligero de tempo y el Trio ofreció un contraste idóneo por la buena adecuación de planos sonoros en sus diálogos. El Allegro assai, tercera forma sonata de la obra junto a los dos primeros movimientos, estuvo lleno de esa pasión del intelecto y sentido dramático tan propios de la música de Mozart. Fue notable el aumento de la tensión expresiva en el motivo fugado del desarrollo, la fuerza de la reexposición y una alegría final muy de agradecer en este duro e interminable 2020.

Al finalizar el concierto, la fuerza y calidez de los aplausos de esos treinta aficionados de Santiago que asistieron al concierto tuvieron un eco físico, literalmente, en el Auditorio de Galicia. Algo semejante al sonido que se percibe en el ensayo cerrado al público de una orquesta. O en una habitación vacía o poco habitada de cualquier casa; también la casa compostelana de la Música. A falta de los datos de audiencia, queda la esperanza de que muchos melómanos hayamos asistido al concierto desde las nuestras.

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