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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El descrédito autonómico

¿Para qué disimular, ahora que el desfile de cornetas y tambores de Vox avanza en marcha triunfal y que los zapadores del PP ya han cavado las fosas?

Carlos Mazón, durante su intervención en Benidorm.
Miquel Alberola

Más allá de los efectos cuantificados tras la catástrofe, las inundaciones y los incendios que impone el cambio climático también traen una impugnación más o menos explícita del Estado autonómico. A la derecha (tanto la inapelable como la fulminante) le sobran elementos sustanciales de la sacralizada “democracia que nos hemos dado”. Y este es uno de los más antipáticos. Las sombras competenciales y el desconocimiento social del funcionamiento del sistema(incluso puede que su desdén) abonan las simplificaciones y la sensación de su ineficiencia y superfluidad. Aunque figure que el hostigamiento es solo un tacticismo para eludir y desviar responsabilidades desgastando al Gobierno central, el tufo de enmienda a la totalidad resulta apabullante. Y empuja por la vía de la combustión rápida de la demagogia y el populismo, aprovechando la desesperación de las víctimas.

Podría ser que el cambio climático también haya traído el deshielo del permafrost del franquismo, pero, en cierto modo, ese estilo ya hace tiempo que estaba aquí. Que había roto el sistema inmunitario de aquella democracia refrescante de los ochenta. La diferencia entre ruptura y transición quizá era esto. Liberada la efervescencia carbónica de la dictadura, y con algunas concesiones de cara a la galería, se podía hacer mucho de lo mismo que cuando el generalísimo, incluso alzamientos nacionales en seco: terrorismo de Estado, sometimiento de lajusticia, control del acceso a los cargos clave y dominio del poder y los caudales públicos mediante una élite extractiva que, bajo su atavío de Armani, encubre la felpa áspera de la oligarquía usurera y hacendada de Matesa y Sofico. Y llegados aquí, ¿para qué disimular, ahora que el desfile de cornetas y tambores de Vox avanza en marcha triunfal y que los zapadores del PP ya han cavado las fosas?

La necesidad de recentralizar el Estado resulta acuciante para la derecha ante la posibilidad de que las urnas le abran las puertas de la Moncloa y las páginas del BOE. Y entonces, con aritméticas (¿una LOAPA 2.0?), salvar los inconvenientes constitucionales para ir hacia un Estado más plenipotenciario y unas autonomías reducidas a meras sucursales de representación (inauguraciones y eventos) y reparto afín de recursos de las competencias imprescindibles. Es decir, un autogobierno sin soberanía que, aun contra los intereses del territorio que representa, deja sus atribuciones a una instancia (orgánica o no) superior. O sea,una Diputación de Diputaciones cuyo cometido, aparte de asfixiar organismos más o menos identitarios, sea emplearse a fondo en ferias, fiestas y adjudicaciones.

En ese sentido, el asunto conjunto PP-Vox ya tiene los deberes muy hechos en la Comunidad Valenciana. Y la verdad, desacreditada la institución por un presidente incompareciente, sofista y noqueado, que cuando pintan bastos se pone en la retaguardia de un general retirado, ¿para qué la Generalitat? Con el Roig Arena como gerencia categórica y el cuórum del lobby AVE, Hosbec y la Autoridad Portuaria va que se mata. Después de todo, la desnaturalización de la autonomía valenciana puede que solo sea el regreso a la realidad de una fantasía avivada en los años sesenta por las ansias de libertad y la frustración causada por el desdén del Gobierno de Franco hacia los valencianos tras la riada de 1957 (hay que leer Les cicatrius de València, de Víctor Maceda). Una catástrofe nos lo dio y una catástrofe nos lo está quitando. Entonces hubo gente de derechas muy comprometida con su pueblo, muy implicada con lo propio (no con lo ajeno) y con un alto sentido de la responsabilidad, como el director de Las Provincias, Martí Domínguez, y el presidente del Ateneo de Valencia, Joaquín Maldonado. Pero claro, venían de la escuela de don Luis Lucia, el líder de la Derecha Regional Valenciana, y los de ahora vienen de la cátedra del condenado por corrupción Eduardo Zaplana.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.
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