Atención, el Doctor Recetas entra en el hospital... Con ustedes, el Premio Max de teatro
Desde hace 25 años los payasos se han convertido en una parte fundamental de los equipos que atienden a los menores ingresados
Es martes y el pequeño hospital Doctor Peset de Valencia tiene personal de refuerzo. Son Enfermero Leucocitos (Vicent Sanchis) y Cap de Cervell Beni Clínica (Núria Uroz). Llevan batas, pero también zapatos estrafalarios, divertidos gorros y, por supuesto, una nariz roja que los identifica como payasos. La mascarilla casi ni se nota. No llevan jeringuillas, al menos de las que pinchan, y puede que de repente empiecen a tocar un ukelele o hagan aparecer cualquier cachivache para sacar una sonrisa a Edurne, Marcos, Ela o Fernando David.
El próximo lunes, un trozo del premio MAX de las artes escénicas que recibirá Payasospital en la gala de la Sociedad General de Autores (SGAE) será de estos dos médicos tan especiales, pero en parte lo será también de todos los artistas que han hecho de las habitaciones de hospital su escenario y de los menores ingresados su público. Esta asociación valenciana fue la primera de este tipo en la península y el próximo mes de enero cumplirá 25 años actuando.
Sergio Claramut, 59 años, es su alma mater, además del Dotor Max Recetas, especialista en agujetas. A finales de los ochenta se mudó a París para completar sus estudios artísticos de teatro y le hablaron de Le Rire Medicin (La medicina de la risa), un grupo payasos que actuaban en hospitales para los menores ingresados. “Me invitaron a ver un día su trabajo y me enamoré por completo”, explica. Tras trabajar cuatro años con ellos, regresó a València y formó junto con otros compañeros Payasospital. Solo existía un grupo parecido en Palma de Mallorca (Sonrisa Médica) creado un poco antes por los padres de una niña también tratada en París.
“Era un proyecto completamente innovador. Muchos decían que aquí no iba a funcionar. Tuve que enseñar muchas fotos y vídeos de Francia y los jefes de servicio de oncología pediátrica del Clínico y de La Fe aceptaron un mes de prueba”, recuerda Claramunt. Era enero de 1999 y el recibimiento fue desigual. “Hubo quien se sumó muy rápido y otros, en general los más mayores, decían ‘buuf, payasos, lo que nos faltaba’”, recuerda con una sonrisa. Al final, fueron los equipos de enfermería los que convencieron a sus jefes. “Vieron que los días que iban los payasos bajaban las quejas y los analgésicos que tenían que dar. Nos decían que desaparecían los niños enfermos”, explica.
Ahora hay ya cerca de 20 asociaciones distintas en 15 comunidades autónomas y se actúa en más de 100 centros sanitarios. Los médicos de la risa en España son ya cerca de 250 y presumen de actuar ante cerca de 170.000 pacientes al año, de los que 16.000 han sido visitados por los doctores de Payasospital. Todos reciben una formación que abarca protocolos hospitalarios, nociones básicas de las consecuencias de las principales enfermedades, las características del centro donde actuarán o la gestión del duelo. Para este trabajo no vale cualquiera. “Requiere talento artístico, motivación para querer trabajar en ese entorno y equilibrio emocional para enfrentarse a sufrimiento, dolor y muerte. Ha habido quien se lo ha dejado al poco de empezar porque se ha dado cuenta de que no podía llevarlo”, reconoce Claramunt. En el caso de Payasospital, su ‘cuadro médico’ lo componen 24 payasos profesionales y sus fondos vienen en un 81% de aportaciones privadas.
En aquellas primeras funciones de Payasospital ya estaba Mina Mercromina, es decir, Asun Cebrián, de 52 años. Ella sostiene, con la seguridad que dan casi 25 años en estas complicadas tablas, que el suyo es, sobre todo, un trabajo “necesario”. “Llevamos la alegría y el humor al lugar donde hacen falta más que en ningún otro sitio. Alegramos, distraemos, subimos las endorfinas. La respuesta en general es siempre muy positiva. Entras a una habitación oscura, pesada, y consigues que te miren, que te escuchen, que se relajen, que se rían. Nosotros decimos que cambiamos el aire de los hospitales”, explica.
El público de esta peculiar platea no siempre es fácil. “Muchas veces están enfadados, tienen una situación dura. Cada vez que alguien entra a su habituación es para hacerles cosas sobre las que no tienen poder de decisión. Con nosotros, sí. De entrada, nos pueden echar, por ejemplo. Es a los únicos a los que pueden hacerlo y podemos hacer de eso un juego. O podemos tratar de cambiar su ánimo con un peluche”, apunta.
A Mina Mercromina y a Auxiliar Analista (Txetxe Folch) les pasó hace poco con Arturo, un niño de ocho años, al que visitaron cuando tenía un pie injertado en su pantorrilla a la espera de que le reconstruyeran la pierna. La indiferencia inicial cambió cuando apareció en su cama un oso, el animal más temido por ‘Analista’. Pícaro, el niño se hizo con el peluche y se lo lanzó a la payasa dando inicio a una pelea de varios capítulos llena de risas.
Esa función, como casi todas, no tuvo un único espectador, puesto que Arturo estaba acompañado de sus padres. “El dolor de los adultos también ayudamos a canalizarlo los payasos”, asegura Asun y recuerda por ejemplo las lágrimas de una madre al ver reaccionar a su hijo mientras le cantaban una nana. “Se relajan, les das esperanza”, afirma. La terapia de la risa también hace efecto en sus nuevos compañeros. “El personal sanitario necesita reírse para seguir haciendo su trabajo en un entorno complicado”, reflexiona.
Lo confirma sin reservas la doctora Sara Pons, que es pediatra en el Hospital Universitario Doctor Peset. Su escenario, cuenta la médico, trasciende a las habitaciones. Exprimen cada minuto: una broma en el pasillo para hacer más corto el traslado al enfermo y al celador; un número improvisado junto al ascensor con una enfermera como artista invitada; un guiño a una médica que sale con el gesto torcido de alguna habitación. Tal es su éxito que en algunos hospitales como en este, han acabado de ampliar su público. Aquí ahora tienen también un ‘pase’ en la zona de cirugía sin ingresos, donde apenas hay menores, pero donde su presencia tiene el mismo efecto en el ambiente.
Tras tantos años juntos, la médico tiene claro que los payasos son parte del equipo. “Dos días a la semana forman parte de nuestro cuadro médico. Esos días todo el mundo sabe que están. Se nota por el jaleo, por las risas. Cuando los niños oyen su música se les ilumina la cara y puedes trabajar mucho mejor con ellos”, explica. A veces les piden actuaciones especiales, que distraigan a los niños mientras les realizan algún tipo de cura. “La idea es desdramatizar el hospital, la espera. Queremos humanizar la asistencia”, apunta.
Entre bambalinas
Antes de comenzar el show, Enfermero Leucocitos y Cap de Cervell Beni Clínica ya maquillados, pero sin narices rojas y con gesto concentrado, se han reunido con el equipo médico. A este encuentro entre bambalinas le llaman “trasmisión”, y tanto Sara Pons como Asun Cebrián resaltan su importancia. “Les contamos lo que tienen los niños y cómo están los padres”, explica la pediatra. “Es bonito porque notas que el personal del hospital nos reconoce como parte de su trabajo”, apunta la payasa. “Sobre todo es importante porque nos ayuda a adaptarnos. No es lo mismo que tenga tres años, que 15, que tenga una patología u otra. Hay que saber cómo está de ánimo o si tiene un problema psiquiátrico”, completa.
Preparada la jornada, médicos y payasos empiezan sus visitas. “Es como con cualquier otro compañero”, explica la doctora. “Hay veces que podemos estar juntos en la habitación, pero normalmente uno se espera fuera a que acabe el otro. Funcionamos como un equipo y nos apoyamos”, señala.
La función más difícil
Poco antes de una pandemia que sobrellevaron con actuaciones por internet y llamadas personalizadas, Payasospital inició su función más difícil. Lo hizo a petición de Pau, con cuyo nombre han bautizado este programa, cuenta Asun. “Lo conocimos en [el hospital] La Fe, estaba muy malito, y cuando pasó a atención domiciliaria para cuidados paliativos le preguntaron desde el hospital qué le apetecía que le llevaran y dijo que quería que fuéramos los payasos. A partir de esta intervención vimos que era algo muy necesario”, recuerda la payasa.
Este tipo de actuaciones ha llevado a que desde la asociación se refuerce la formación en duelo de los artistas. “Ahora la experiencia del fin de la vida la tenemos muy cercana. Es muy difícil aceptar que un niño o niña se va, sentimos que es antinatural, pero, como profesionales, hasta el último momento podemos hacer que se rían y que jueguen. Mientras hay vida, hay chispa, pero hay que aprender a gestionarlo”, afirma.
Un premio inesperado
Sergio Claramunt confiesa que no esperaban el premio. “Estamos súper agradecidos. No pensábamos que se fueran a fijar en nosotros”, insiste. Eso sí, está convencido de que todo el gremio lo merece. “Aunque no actuamos en un escenario, somos profesionales y es muy importante que se nos reconozca por el resto de compañeros. Es como si nos premiaran a todos los payasos de hospital”, concluye. Así lo hará saber en la gala del Gran Teatro Falla de Cádiz, seguramente hablando en broma pero en el fondo muy en serio, como en estos últimos veinticinco años.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.