Òscar Briz: “La nostalgia solo me interesa como un momento pasajero”
El veterano y versátil músico valenciano ofrece en el Teatre Principal de València un concierto retrospectivo con algunas de las mejores canciones de su carrera
En los últimos cuarenta años, pocos músicos valencianos han cultivado una carrera tan fértil, brillante, constante y estilísticamente diversa como Òscar Briz (L’Alcúdia, 1965). Él mismo tiene más que asumido que es uno de esos artistas tan apreciados por la crítica y la industria (tiene premios y reconocimientos para aburrir) como desconocidos para el gran público. Seguramente sea el peaje a pagar por haber cultivado sonoridades del after punk, del pop, del rock, del folk o de la canción de autor, dejando filtrar también puntualmente ecos de bossanova o de jazz. Y por haberse expresado en valenciano, castellano e inglés. Quedarse quieto nunca fue una opción. Y está claro que abjurar de los dogmas de fe es el modo más rápido de no fidelizar una parroquia. Desde los tiempos en que lideró a Banderas de Mayo (con quienes teloneó a The Godfathers en Arena en 1989) hasta el que fue su último álbum, el excelente Amor i psicodèlia en temps de virus (2020), pasando por una estancia de años en Australia en los 90, ha sido muy largo el camino recorrido por este francotirador pop, que celebra hoy mismo toda su carrera en un concierto conmemorativo en el Teatre Principal de València. Una cita más que justificada, en la que contará con sección de vientos, violines y coros, con las colaboraciones de Ona Nua, Cristina Blasco y Eva Villalba y con su banda habitual: Sílvia Martí, Xavi Alaman, Kike Pons y Miguel Caballer.
“Todo esto surge de Toni Benavent, productor de Albena Teatre, junto a Carles Alberola: es una auténtica locomotora de la producción, y fue quien me sugirió este alto en el camino, es el alma mater de esta idea y me convenció”, me comenta al hilo de un concierto muy especial que, más que ofrecer una retrospectiva de sus casi cuarenta años de carrera (el primer trabajo de Briz fue con la banda C.O.D.A. en 1984), “trata de poner en valor parte de mi obra: los últimos 23 años”. Es decir, todo lo que publicó solo con su nombre o un poco antes como Òscar Briz i el Cors d’Aram. Las etapas previas, aquellos noventa con The Whitlams, The Beat Dealers o Banderas de Mayo, o los proyectos en colaboración, se quedan en un principio fuera.
Òscar Briz nunca ha sido un músico complaciente. Podría pensarse que esta especie de auto homenaje lo es. Pero él considera que su corpus creativo de los últimos 23 años está plenamente vigente. Que es un ente aún vivo. Por eso lo reivindica y aparca todo lo anterior: “Vi claro que es una obra ampliamente desconocida y vigente ahora: todo lo anterior es una mirada nostálgica, pero a mí la nostalgia solo me interesa como un momento pasajero y nada más”, argumenta. Lo cierto es que en los dos últimos años se ha prodigado mucho en directo, y aunque es consciente de tener un poder de convocatoria limitado, no pierde la fe en que conciertos como este, reforzados por la edición de un CD con la grabación en directo y su posterior emisión por televisión en À Punt, le generen nuevas audiencias: “al fin y al cabo, lo que presento es mucha obra que tal vez pueda descubrir a gente que no la conozca, quizá a un nuevo público”, considera.
Son varios los factores que pueden haber hecho que su música no goce del eco que merece. Una puede ser la ya apuntada, el no casarse con nadie: “El público es mucho más conservador que cualquier artista que quiera investigar o no se acomode en lo que ya sabe hacer, y yo he sido así, para bien y para mal: desde que volví de Australia empecé a probarme a mí mismo”, reflexiona, al tiempo que asume que “todos conocemos iconos del rock que se han pasado toda la vida repitiendo la misma fórmula y cierto público se identifica con eso”. Otra razón es la que atribute a “la anomalía del contexto sociocultural valenciano”, esa sensación según la cual “incluso aunque cantes en castellano tampoco hay grandes nombres: a veces parece que no hayamos pasado de la época de Seguridad Social, Revólver y Presuntos Implicados, aunque sí haya músicos que se han labrado carreras bastante respetables e incluso giran por el mundo, lo cual es muy positivo”. En cualquier caso, relativiza las metas y los logros: “A veces me he arriesgado, pero solo estamos haciendo música, no una guerra en la que pongamos en peligro nuestra integridad física”.
¿Discos favoritos y no tan favoritos de toda su carrera? “Me he aventurado con productores con quienes quizá no debería, pero eso también me ha servido como experiencia”, dice al hilo de Identitat aliena (2005), que “suena así porque no teníamos mucho dinero”, y recuerda con cariño L’estiu (2010) porque “es un disco redondo”, Asincronia (2008), porque “es muy variado, aunque quizá no para todos los públicos”, Amor i psicodèlia en temps de virus (2020) porque le hace sentirse “plenamente cómodo” y también Entre llums i ombres (2015), pese a que le guste a él mismo “más que al resto de la gente”. Al fin y al cabo, este es “un largo camino de aprendizaje, reflejado en las cerca de 200 canciones que debo haber hecho, y que veo como Neil Young, que muchas veces saca discos que le apetece sin darle demasiadas vueltas a si el sonido es de una forma o de otra”.
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